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Magistral ley de inseguridad para todos

Por Columnista Invitado

Hace 6 años

Los soldados están en las calles por una razón: para contener a los criminales, un trabajo que los policías son incapaces de hacer. Y ahora, con la nueva Ley de Seguridad Interior, lo único que se hace es legitimar y regular su presencia afuera de los cuarteles. Qué bien, ¿no? Pues no.

Es sabido que tapar un agujero haciendo otro es un ejercicio inútil. Si los cuerpos policiales son inoperantes, hay que arreglarlos: purgar a los corruptos, reestructurar las corporaciones y capacitar a los elementos, pues los procedimientos están por la calle de la amargura.

Tal como nos encontramos ahora, en el mejor de los casos se duplican y se enciman las funciones y las competencias. En el peor, se enfrentan unos contra otros, a veces dentro de un mismo organismo de seguridad.

Es además, parte de una tendencia nefasta en el ejercicio público: atacar los vicios del sistema con más burocracia, como si eso fuera a solucionar un problema, que termina por empeorar.

Caso típico es el de los organismos de transparencia y anticorrupción, que deberían ser creados con fecha de caducidad incluida, y acaban albergando mastodontes inútiles, plagados de burócratas más atareados en cazar las prestaciones que a los opacos y los corruptos (casi siempre son los
mismos).

Así, en vez de trabajar en medidas concretas que obliguen a los entes públicos a transparentar la información, acaban como gestores –en mi pueblo les dicen coyotes– cuya única función es ayudar con los trámites, para cruzarse de brazos cuando no llegan a buen fin.

Un ejemplo: obligar a que todas y cada una de las dependencias de gobierno publiquen “en tiempo real” las partidas de dinero que ingresan y las que se gastan, con nombre y apellido del destinatario, de manera clara y sencilla. Si lo sabe Hacienda, que lo sepa el
mundo.

Y luego hay un tema más delicado: los excesos de las Fuerzas Armadas. Hasta el cansancio se ha repetido que su función no es conservar la paz social, sino ganar las guerras. Y las guerras se ganan con muertos, avasallando al enemigo por cualquier método, así sea poco legítimo.

Pero los excesos no sólo están en las zonas de guerra, también en las instituciones. La Ley de Seguridad Interior se hizo a la medida y gusto de las fuerzas castrenses, no de los ciudadanos. Las limitaciones al uso excesivo –léase abuso– de sus operativos son demasiado vagas y a discreción del poderoso que las ordene. Y los prepotentes abundan.

Así no hay democracia que aguante.

En el fondo, hay una distorsión a la hora de comprender la política, siempre se busca el por qué y no el para qué. Las causas en lugar de los efectos. Se nos olvida que de buenas intenciones está pavimentado el camino al infierno.

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