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Coahuila

Memorias de un pianista

Por Joel Almaguer

Hace 2 años

En algún mes del año 1919. Ciudad de México. Arthur Rubinstein, pianista que se convertiría en leyenda, y que en ese tiempo ya era un nombre respetable, estaba listo para dar una serie de conciertos en plenos conflictos nacionales. Mismo año en el que, otra leyenda, Enrico Caruso, visitaría nuestro país, pero eso es otra historia.

La audiencia, más bien escasa para quien se presentaba, apenas unos 300 asistentes, lo ovacionó como una legión. Años pasados en los que fue remunerado en monedas de oro que, emocionado, contó de regreso a su cuarto de hotel imaginando lo que representaría en moneda europea. Rubinstein regresó tiempo después. Su opinión siempre fue que los brasileños y mexicanos tenían las mejores capacidades musicales de todo Latinoamérica. Amado en los países latinos, con el tiempo conquistó rotundamente auditorios de Estados Unidos.

Arthur fue un genio que vivió pleno toda su vida, en las desdichas y los momentos felices. Amante del vino, las mujeres y los libros, fue el preferido de la aristocracia y burguesía europea. Desayuno con unos, comida con otros y cena con alguien más de la alta sociedad.

De una bonhomía cautivante y capaz de dirigirse con toda naturalidad en tres idiomas en una misma conversación.

Un genio desesperante para sus primeros maestros por su falta de rigor, Arthur Rubinstein tuvo un cambio radical hacia sus 30 años, cuando escucho la perfección de Vladimir Horowitz.

Uno de esos momentos cruciales en su vida, decidió vengarse de sí mismo, dice, y convertirse en todo lo que su capacidad podría dar.

De una memoria prodigiosa, dominaba ocho idiomas y ya al final de su vida era capaz de recordar hasta los mínimos detalles de su vida, Arthur Rubinstein fue un sublime intérprete del repertorio clásico y romántico. Capaz de quitar la sensiblería excesiva en la obra de Frederic Chopin, podemos escuchar en él una pulcritud y exactitud perfectas.

No hay mejores pianistas y él no se consideraba el mejor, sino simplemente diferente. Para él la importancia de un artista era ser único, como nadie. De ahí que no deseara ser catalogado como el mejor, sino simplemente único.

Y estamos de acuerdo, porque la historia nos ha legado sus magníficas interpretaciones, pero también las de otros notables pianistas.

Pero basta escuchar la manera en la que interpreta Chopin para saber que Arthur Rubinstein es una referencia y un legado indiscutible en la música.

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