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Coahuila

Música Bizantina

Por Joel Almaguer

Hace 2 años

Los pies empolvados se dirigen hacia la sombra del pórtico. Las sandalias transmiten el calor que de la tierra emana. El sol en lo alto anuncia la hora para el inicio del rito. El calor se respira, pero la sombra ya nos resguarda.

Las paredes de piedra nos refrescan. Las tocamos con las palmas de nuestras manos para beber por los dedos su frescor. Tomamos un respiro litúrgico, reverencial y avanzamos hacia el interior de la iglesia. Los altos muros nos abrazan, nos protegen. Las columnas de piedra tocadas por el tiempo se elevan hasta los arcos. Santos y ángeles nos miran desde el cielo.

Los colores ocres, terrosos se diluyen entre la luz tenue del recinto. Las velas emiten la luz de sus votos, se elevan entre piedra, colores jade y oro. El incienso es la palabra que se eleva como ofrenda al Altísimo. Las oraciones se perciben al respirar. Siglos de plegarias y adoraciones. La oscuridad es mística. El calor del sol que afuera consume, aquí mengua ante la magnificencia del lugar. El tiempo se detiene.

De pronto, como anunciantes, los pasos de los sacerdotes se escuchan avanzar. Tres golpes secos se escuchan en la alta puerta. El rito está por comenzar. El Cristo Pantocrátor, todopoderoso, posa su mirada eternal sobre nosotros, mortales, nos cobija. Su mano bendice. Santos se arrodillan ante él en lo alto de la cúpula. Abajo, en la tierra, los isócrates comienzan el sonido pedal que será la base del canto.

Una nota grave constante, mística, omnipresente, como si nunca se hubiera callado desde el siglo XVIII emite el bordón vocal. Nuestro cuerpo vibra con la nota vocal. El texto en griego entonado por los demás sacerdotes se eleva en melismas.

El texto se enraíza en lo más profundo de la tradición cristiana, en el idioma en que fueron escritos los grandes libros que sustentan sus creencias. La melodía está en función del texto, existe gracias a este. La antigüedad es presente, constante, imperecedera. La herencia de Pedro Lampadarios no se agota. El canto bizantino no se ha transformado casi nada desde el siglo 12 y su florecimiento hacer el siglo 18.

Las voces son hipnóticas, cósmicas. Nos estremecen. El carácter kalofónico, de sonido bello, de sus melodías nos transforman. El incienso se eleva, llena el lugar como una nube mientras el rito continúa. Tres horas que abarcan la eternidad y que sin embargo se van como la niebla. La tradición del canto bizantino la resguarda la iglesia católica ortodoxa y es ofrenda y regalo de la historia para creyentes y no creyentes. Escuchemos, que el tiempo se suspenda este día.

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