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No Queremos Jugar

Por Rafael Loret de Mola

Hace 6 años

Decían, en las postrimerías de la centuria anterior, que el juego de la sucesión presidencial era el evento más divertido del año; se trataba, claro, de semblantear al mandatario federal en turno para encontrar las señales favorecedoras de tal o cual elevado miembro del gabinete para convertirlo, de facto, en el “futuro presidente”. Así fue, cuando menos, hasta el asesinato de Luis Donaldo Colosio, el primer priísta postulado para el alto cargo que no pudo llegar a la meta, ni siquiera a los comicios. Luego vendría, seis años después, el descalabro del que fue llamado “mariquita sin calzones”, Francisco Labastida, y posteriormente el de Roberto Madrazo Pintado quien sigue corriendo en busca de rutas alternas y desconocidas. Tres ya.

El cuarto, en el difícil curso priísta, podría ser el “simpatizante”, que no militante, José Antonio Meade Kuribreña, economista más que política y personalmente agradable a falta de carisma. Falta ver cómo se comportaría como abanderado de un partido en el que no cree –de otra manera, ya se habría integrado a sus filas-, y si es capaz de obtener, así sea por dedazo evidente, el rol de líder, indispensable para darse baños de pueblo. Mientras, claro, los chantajes están a la orden del día y son los viejos dinosaurios caducos, como Gamboa, Beltrones y algunos caciques regionales –Albores, Robledo, Murat, Yunes, Moreira-, los que pretenden hacer contrapeso para evitar el arribo de una clase política distinta aunque no sea nueva.

En el mismo escenario, el llamado Frente Ciudadano, ya consolidado con las signaturas de los representantes del PAN, el PRD y MC –Movimiento Ciudadano, para los neófitos-, está en fase de reventar con la confrontación entre Miguel Ángel Mancera y los panistas suspirantes, con el MC en condición de testigo de piedra, inocuo. No se trata de presentar una barrera común sino de destrabar cuál será la inclinación de la balanza, si a la derecha o a la izquierda, con menos o más condiciones democráticas. Una auténtica perogrullada.

Y, bajo esta perspectiva de divisiones, la MORENA de Andrés, con perdón de la brillante esposa de este, Beatriz Gutiérrez Müller, parece querer colapsar rompiendo el blindaje de las bases, los cimientos, con candidaturas salidas de la chistera del ícono y no de la voluntad de quienes han hecho partido; hablamos, claro, de los aspirantes a las nueve gubernaturas que renovarán, así como los pretensos de senadurías, diputaciones y alcaldías en disputa. En treinta entidades habrá comicios estatales, amén de los federales, con lo cual las rebatiñas se aceleran y multiplican en grado superlativo, además, por las tendencias hacia el nepotismo y a la vieja usanza del compadrazgo.

En el caso de MORENA, por cierto, quienes se quieren ir ya no encuentran donde porque han agotado todas sus posibilidades, lo mismo en el PRI que en el PT o el PRD, y en unos pocos casos el PAN, en señal evidente de una debacle ideológica tan severa como los altos grados de ingobernabilidad que padecemos desde, cuando menos, el inicio de este tercer milenio.

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