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Noche de Paz

Por Joel Almaguer

Hace 3 años

El frío entumece ese día 24 de diciembre de 1914. Las trincheras apenas los resguardan del peligro mientras el día avanza, pero la noche que está por caer mostrará poco a poco un cielo plagado de estrellas que ese día brillan con tranquilidad sobre la tierra de nadie.

En las trincheras alemanas se escuchan murmullos, melodías resuenan en el campo de batalla y llegan hasta los ingleses que, resguardados, esperan el momento de actuar. Pero la música que emerge del campo enemigo no es un canto bélico, no es un llamado a las armas y los ingleses lo reconocen. Stille Nacht. Heilige Nacht; silent night, holy night, all is calm, all is bright; Alles schläft; einsam wacht… y de pronto las voces desde las dos trincheras se mezclan en una sola melodía que es entonada por soldados que se miran sin terror en los ojos por primera vez hace mucho tiempo.

Pueden ver la paz que habita moribunda en sus corazones y salen y se miran unos a otros y caminan para encontrarse con el enemigo que avanza con las manos desarmadas y un brillo en sus rostros. Frente a frente alemanes e ingleses se miran en silencio sin odio en los ojos, como humanos que saben que el otro también sufre, que está lejos de casa, de los suyos. Se miran como prójimos. En este momento dejan de cantar Noche de Paz y sin proponérselo, los ingleses recitan “The Lord is my shepherd, I shall not want” y ahora los alemanes comprenden y responden “Er weidet mich auf gründer Aue und führet mich zum frischen Wasser”.

El frío de la noche no debilita el calor que sus corazones comienzan a sentir ni la tregua que sin esperar a las autoridades se ha establecido entre los seres humanos que están ahí, en medio del dolor y la realidad de la guerra.

Los intercambios de cigarrillos y whisky y otros obsequios los acercan más y de pronto las lágrimas ruedan por algunas mejillas al mostrar las fotografías de los seres amados que dejaron lejos y que no saben si volverán a ver. La Noche de Paz se extiende por algunos días sin que los altos mandatarios puedan hacer nada, irritados por la debilidad de los corazones de sus súbditos. Partidos de fútbol que los unen en amistad, entierros de los caídos que les recuerdan el dolor de la guerra que decidieron dejar a un lado por un momento y villancicos que, sea cual fuera su fervor religioso los hermanó por un instante. Y hoy, mi deseo es que en sus vidas tengan lo mejor, y que si al menos la tregua llega en estos días y les trae paz, puedan entonar con un corazón esperanzado Noche de Paz.

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