En la pléyade de cosas malas que aparecen en las telenovelas, solo una brilla por su pureza y alta estimación: El amor. El amor casto ahora se traduce de manera muy diferente a como se concebía en el pasado; es decir, ahora si no se concibe, no fue amor verdadero.
La lista se compone con violencia, que es mala; la venganza, es inconveniente, los prejuicios, son dañinos, pero el sexo, a final de cuentas, se trata únicamente de la máxima expresión de la entrega sin ambages a ese ser a quien se pertenece, no importa si es casado, soltero, alto, bajo, pobre o rico, ser o no ser.
La relación sexual aprendida en la telenovela ha tenido, a mi parecer, un impacto significativo en las nuevas generaciones. Me atrevería a afirmar que hay una muy directa relación entre padres que ven telenovelas e hijos que inician sus noviazgos a muy temprana edad.
El tema sempiterno en los culebrones es siempre el amor; aunque de forma satelital se aborda el amor filial, siempre lleva la batuta ese otro, el que surge entre dos personas de sexo opuesto, acrecentado por las dificultades que la vida les presenta y sellado con la pasión. Así es la historia de los protagonistas que, siendo siempre buenos, no pueden más que dar un buen ejemplo a los espectadores.
Este modelo no puede ser inocuo en una sociedad que endiosa a los actores, cuyas acciones son siempre premiadas, dentro de sus historias ficticias, con la felicidad, la salud y la riqueza, todo en el mismo paquete. Vamos, quien desearía algo más.
Si la puerta de entrada a la jauja vital es el amor carnal, no veo razón por la cual nuestros jóvenes quisieran posponer la construcción de semejante dicha. En contraparte, los muchachos que han crecido viendo televisión científica o creativa, parecen ir en sentido opuesto a la felicidad.
Iniciar a edad temprana el amor de telenovela o convertirse en miembro de los raros durante la adolescencia, esa es la cuestión.
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