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Osorio y la lealtad

Por Ricardo Rocha

Hace 6 años

Debo aclarar que no soy su amigo. Que las tres veces que he hablado con él ha sido en charlas informales con grupos de seis u ocho colegas. Es más, nunca me ha dado una exclusiva, ni siquiera una entrevista; ni una sola, a pesar de amigos mutuos que se supondrían eficientes gestores. Aunque debo admitir que ya no le solicité ninguna en todo este año. De plano me di por vencido. Sin embargo, he de reconocer que Miguel Ángel Osorio Chong es un personaje fundamental para entender la política mexicana de nuestro tiempo. Y no es una frase hecha: baste decir que es el único funcionario de alto nivel que ha estado todo el tiempo al lado del presidente Peña Nieto en sus cinco años de Gobierno. Está a punto de imponer un récord.

Y si de cercanía se trata, habría que añadirle al menos cuatro años hacia atrás, cuando ambos eran gobernadores –uno de Hidalgo, otro del Estado de México– y Osorio apostó por Peña y construyó con él su proyecto para convertirlo en candidato a la Presidencia por el PRI, el partido del que ambos son genéticas creaturas. En el caso de Osorio, picando piedra desde sus liderazgos juveniles y sus andanzas municipales y estatales, hasta convertirse en el “candidato natural” al Gobierno de Hidalgo. Y ya aliado con Peña, en encargado político de su campaña y luego en su secretario de Gobernación. Y más recientemente en el no elegido.

Por cierto, yo no sé exactamente qué fue lo que decidió a Peña por José Antonio Meade, a pesar de que Osorio era el priista mejor posicionado. No soy de “fuentes confiables”. Pero me cuentan que frente a él se plantaron Luis Videragay, el propio Meade y un par de refuerzos para convencerlo de que era más conveniente un candidato no priista por el descrédito que ha llevado al partido a un tercer lugar y el desgaste que ha tenido el propio Peña Nieto; que él les garantizara el voto duro y que ellos adicionarían votos panistas, perredistas y hasta sin partido, porque al PRI solo, simplemente no le alcanzaba. Una versión más o menos creíble si recordamos que hace un año el propio presidente nos dijo a una decena de periodistas que en seis meses él podría construir un candidato ganador aunque no lo conociera ni el 1% de los votantes.

Hoy, claro, todos hablan de Meade, porque la cargada política y mediática orquestada en Los Pinos e interpretada por el PRI ha sido espectacular.

Por eso he querido voltear a mirar al hombre que pudo haber sido y no fue y reflexionar desde su pellejo lo que ha de sentir viendo al otro. Examinar a quien ahora han querido señalar como artífice de perversiones; entre otras, la adhesión del PES en beneficio de AMLO. Y una vez más observarlo con un temple de acero, de una sola pieza. Como en todas las durísimas pruebas que ha librado: la tocata y fuga y recaptura de “El Chapo”; el conflicto del Poli al que enfrentó en mangas de camisa; y la explosión de las cifras sobre seguridad que ahí la llevaban y se le descompusieron desde hace dos años.

Es probable que desde la arrogancia de los vencedores ya no quieran ni voltear a verlo. Mal harían Meade, el PRI y hasta el Presidente en dejar de mirar y apreciar a un hombre que –con todos sus claroscuros– posee, en su lealtad, un bien tan escaso como valioso.

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