La prospectiva es un don con el cual fue regalado el ser humano, al menos eso opinan los románticos.
La familia léxica de la prospectiva tiene en su árbol genealógico a vocablos tales como proyecto, esperanza, certeza, confianza e ilusión; entre las entenadas encontramos aliento, ánimo, perspectiva y certeza.
Según el diccionario de la Academia, proyectar es explorar un terreno para descubrir algo, es un modo de estudio destinado a mostrar las posibilidades futuras de una acción que, necesariamente, involucra a dos actuantes: La persona y el objeto receptor.
Cuando el objeto es un ser inanimado se esperan pocas cosas de él, si acaso un buen servicio ornamental o pronta respuesta tecnológica. Tratándose de un animal, por ejemplo, se espera de él lo que el prejuicio y el mito dictan: Si es un león, seguro ataca, si es un perro, con toda certeza será fiel; de ahí que se vuelvan anecdóticos los casos de felinos desinteresados y perros agresores.
La diatriba nace cuando la prospectiva es entre dos personas. El ser humano insiste, hasta la fecha, en prefigurar el actuar del otro a partir del prejuicio sobre el color de piel, la familia, el apellido, la posición social, la vestimenta, etcétera. Sigue siendo muy difícil aceptar que, a final de cuentas, cualquier relación entre las personas es una clase de negocio, no una promesa de lealtad.
El matrimonio, por ejemplo, es un contrato. Lo dice el documento que firman los novios, adormilados por las palabras del juez, quien disfraza esa prometedora asociación bajo la palabra “amor”. Cuando fracasa una pareja, entonces se libra una batalla contra la corriente social, moral y emocional, misma que podía evitarse si se comprendiera que la posibilidad de la separación es una posibilidad y un derecho para los miembros de cualquier asociación.
Negar las situaciones negras que van incluidas en los paquetes blancos son la causa de la decepción, y luego la tildamos como la mala de la película, como si tuviera vida propia, cuando solo es el resultado de los castillos en el aire que levanta la esperanza. Esperar algo de los demás es fantasioso; creerlo, inocente. Recibir lo que llega en el presente y dar gracias por el pasado que con ello se construya, permite elaborar mejores tabiques para enfrentar en el futuro lo inesperado, porque no se contrapone con ninguna ilusión.
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