La capirotada de la tía Juanita lleva pan de Soriana. No baguette, no pan de panadería, mucho menos pan francés a la antigüita: Es bolillo de ese súper y no otro, porque así es como Dios manda.
Dios ha mandado en temas culinarios desde las abuelas ancestrales, sin embargo, el tema oculto en este asunto es que los mandatos divinos parecen renovarse a cada generación. La tía Juanita afirma que así aprendió la capirotada de su madre, sin embargo, cuando su madre endulzaba el platillo, Soriana estaba a años luz de aparecer en el mapa urbano.
Remontarnos a los usos y costumbres de nuestros antecesores nos envuelve en un remolino de sucesos que se confunden entre la realidad y la ensoñación. Muy pocos pueden explicar, con santo y seña, el origen de ciertos festejos familiares, la razón para utilizar ingredientes específicos en los alimentos, hablar de tal o cual manera, comprender ciertas frases, abrazar muchos prejuicios.
A menudo pienso en cómo el tiempo deslava las cosas, como sucede a las telas cuando cumplen demasiados años y visitas a la lavadora. Si las posadas de antaño, por ejemplo, eran caminatas por el barrio, con farolitos encendidos y villancicos a voz en cuello, hoy en día, la aparición del farolito, nada más, nos hará decir que la reunión se hace como antaño. Pudiera ser que la memoria se apiade de nosotros, pues tener claro que las cosas jamás volverán a ser como fueron, pudiera ser muy desgarrador para muchos.
Hacer el mole como antes, guisar el asado con masita, casarse bien casado, organizar una posada a la antigüita, todo esto y muchas cosas más, aunque parezcan como antes, siempre acaban siendo como nunca.
La paradoja, en todo caso, consiste en que el “para siempre” del ser humano dura muy poquito.
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