Primero, algo meramente anecdótico: ese impresentable del líder nacional del PRI, Alejandro Moreno, “Alito”, se dice víctima de una suerte de complot orquestado desde el Gobierno federal y Morena, y se avienta la baladronada de sentenciar que, y cito: “ni nos doblan ni nos asustan”, mientras, está sujeto a investigaciones por enriquecimiento ilícito, lavado de dinero y defraudación fiscal.
Pero el tema de fondo no es este cuestionado personaje que nunca logró explicar cómo fue que amasó su fortuna justo cuando era Gobernador de Campeche, sino el nivel de los liderazgos de la llamada oposición, de los que “Alito” es justo representante.
Si hubiera por ahí algún priista de cepa, de esos pocos que no convirtieron al partido en trampolín para su propio beneficio; un panista muy comprometido con los ideales de Gómez Morín, o algún perredista que aún crea que el partido del sol azteca fue digno representante de la izquierda democrática, pues deben estar llenos de vergüenza por esos personajes, que hoy formalmente los representan.
Independientemente de qué piense usted de Andrés Manuel López Obrador, ya sea que lo considere un mesías redentor o un hombre que a base de fuerza, de intentar construir una realidad alterna, a golpes de retórica y de “otros datos”, y que en ello ya perdió contacto con la otra realidad, la que enfrentamos cotidianamente los mexicanos –o cualquier cosa que se encuentre en medio de estos polos– pues no hay en el actual espectro político-partidista nada medianamente solvente que le haga sombra, y esa, sí es una tragedia.
En toda democracia el poder necesita de contrapesos para evitar tentaciones autoritarias e incluso excesos, como el “mandar al carajo” todo lo que no resulte incondicional.
Invariablemente de las filias o fobias político-partidistas, se necesita una oposición solvente para contener los arrebatos de la autoridad, y en nuestro país, hoy, la oposición simplemente da vergüenza.
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