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Quiero y no puedo

Por Guadalupe Loaeza

Hace 6 años

¿Cómo desearles “Feliz Navidad”, en estos momentos en que nos encontramos los mexicanos tan perplejos e inciertos respecto al futuro de nuestro país? ¿Cómo decirles de todo corazón, “Feliz Año Nuevo”, si el 2018 se advierte tenso, violento y particularmente nebuloso? Y, ¿cómo enviarles buenas vibraciones, si las que siento en mi fuero interno son desesperanzadoras y hasta angustiantes?

Por más que quiero no puedo ver nuestra realidad bajo otra perspectiva. Nunca me habían resultado tan perturbadoras las elecciones presidenciales. Hace seis años, supe perfectamente por quién votar. Es cierto que mi candidato perdió por una pestaña. El domingo 1 de julio de 2012, me dormí con una sensación ambigua; por un lado me sentía en paz por la inmensa y tranquila participación de la ciudadanía en la jornada electoral y, por el otro, estaba triste de saber que mi candidato, López Obrador, había quedado en segundo lugar. No obstante me decía que en esas elecciones la izquierda había avanzado apabullantemente en la Ciudad de México y en el Congreso, que había ganado los estados de Morelos y Tabasco.

Además, los universitarios del movimiento 132 habían protestado por la imposición y la información totalmente sesgada, especialmente de Televisa.

Lo primero que hice el lunes por la mañana fue consultar algunos periódicos extranjeros: “México sin duda está enfermo de una mundialización y una modernización mal manejada, pero los mexicanos regresan también a sus viejos demonios, una historia llena de rumor y de furor”, decía Le Monde. “Sin tener ningún talento político significativo” y con una preparación “intelectualmente débil”, el candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Enrique Peña Nieto, obtuvo la victoria en las elecciones presidenciales mexicanas gracias, solamente, “al apoyo de Televisa, la mayor televisora de América Latina”, sostenía el prestigiado semanario alemán Der Spiegel. “Un presidente ‘rock star’ para México”, era la cabeza del diario francés Le Figaro.

Tras seis años, a punto de iniciar las elecciones para el 2018, el deterioro de nuestro país nada tiene que ver con el México del 2012, a pesar de las malas políticas de dos sexenios panistas. Nuestro “rock star” resultó un pésimo presidente a quien nada más recordaremos por la “casa blanca”, los estudiantes de Ayotzinapa y la palabra “volvido”. El PRD se advierte cada vez más debilitado y dividido a pesar del Frente.

El PAN ya no tiene la credibilidad que solía tener, no obstante el triunfalismo de su precandidato. El PRI, nunca como ahora, está sumido en sus “viejos demonios”, los mismos que ha heredado y que no se puede quitar de encima José Antonio Meade. Y “Morena”, junto con su líder, López Obrador, no hacen más que dividir a la ciudadanía entre blancos y morenos, buenos y malos, católicos y evangelistas, pirrurris y mexicanos que saben apreciar el cabrito. Mientras tanto continúa la corrupción, la impunidad, los muertos, la desigualdad, el escándalo de Odebrecht, las amenazas de Trump, la devaluación del peso y los asesinatos a periodistas.

Cada sexenio termina peor. Por lo general, los presidentes se van con la cola entre las piernas. Se van resentidos porque, según ellos, los mexicanos nada más hacemos bullying y no nos acordamos de las cosas buenas. Se van enojados porque no entendimos su amor a la patria. Y se van envejecidos, incomprendidos e infinitamente solos.

El domingo 24 de diciembre comeremos pavo, romeritos y turrón. Ese día haremos todo lo posible por estar de buenas. Brindaremos por nuestros seres queridos y tal vez hasta cantaremos junto con los nietos. En suma, viviremos el momento y nos diremos en nuestro fuero interno que no hay nada como la familia y los amigos.

Quiero y no puedo desearles “Feliz Navidad”, mejor les deseo tolerancia, lucidez, ecuanimidad, pero sobre todo, salud. Salud física y mental. Recuerden que en siete meses, su voto será definitivo para el futuro de nuestro país. Este tendrá que ser bien pensado, evaluado, pero sobre todo aquilatado, porque su voto vale oro.

No vaya a ser que en 2024, terminemos mucho peor que en el 2017 y una vez más, no pueda desearles “Feliz Navidad”.

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