De niña nunca tuve consciencia de cosas como el racismo o el menosprecio hacia el prójimo, tal vez porque crecí en un hogar lleno de amor, en Zaragoza, Coahuila, una ciudad en la que todos nos conocemos y somos amigos; cuando niños todos somos amigos de todos, y no te andas fijando en el dinero de los demás.

Pero sí tengo claro cuando mi corazón conoció el sentimiento que produce la segregación, fue mientras leía un libro, el cual nos recomendó leer el maestro de Derecho Romano, sólo había sido un comentario al aire, nadie tenía que leerlo, sólo que durante la clase el tema había tratado sobre la condición de los esclavos en Roma, y por eso había venido a colación la sugerencia de leer el libro La cabaña del Tío Tom.

La lectura fue formándose cada vez más interesante, como si estuviera viendo una película en mi cabeza; el tema central era la esclavitud en los Estados Unidos de América antes de la guerra civil, llevaba en forma paralela la historia de dos esclavos negros.

Plasma la crudeza, la inmoralidad del sistema esclavista, así como la espantosa realidad que separaba familias inocentes por una lucha de poder, la peor de las verdades el hombre comiéndose al hombre.

Durante la lectura fui experimentando la incredulidad, la ira, la impotencia que produce la injusticia, entendí la diferencia entre un esclavo y un ciudadano; este último es una persona, por otra parte, un esclavo sólo es una cosa un objeto que no tiene derecho a la dignidad humana.

Así fue como comprendí el espíritu destructivo del racismo, en esa ocasión se exaltaba la segregación racial debido al color negro de aquellas pobres almas, pero en la actualidad ha evolucionado en un monstruo que posee muchos rostros.

Aquel libro fue tan vendido, que generó innumerables debates sobre la necesidad de acabar con la esclavitud en los Estados del sur de Norteamérica; cuentan además a manera de anécdota que cuando el presidente Abraham Lincoln conoció a la autora del libro Harriet Beecher Stowe en plena guerra de secesión en el año de 1862, le comentó: “De manera que es usted la pequeña mujer que causó esta gran guerra”.

Pero pareciera que los fantasmas del pasado regresan al vecino país como si nunca se hubieran ido, apenas hace unos días que escuche la devastadora noticia en los medios de que un racista armado disparaba sin piedad a connacionales en un centro comercial en El Paso, Texas, su móvil sólo fue según señalaron, matar a la mayor cantidad de mexicanos.

La aterradora realidad del racismo exaltado por las razones equivocadas, nos lleva al desaliento de ver una sociedad moderna repitiendo los mismos errores, la decadencia del pensamiento humano, hacia un futuro poco prometedor para nuestros hijos.

La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en su artículo primero proscribe la esclavitud y el racismo, sin embargo nos enfrentamos a ello constantemente, desde a aquellos que abusan y menosprecian a los migrantes, hasta aquel que explota a su prójimo mediante la usura o cualquier forma de aprovecharse de las personas.

El racismo puede venir además en cualquier presentación, incita a la intolerancia, genera odio hacia todo lo que te rodea, por eso no hay que perder de vista que nadie es más que nadie, que el racismo no lleva a ningún lado positivo, en cambio orilla a las futuras generaciones a una sociedad con fecha de caducidad.

Tratar con la punta del pie a quien te rodea, no te hace superior a ellos de la noche a la mañana por el contrario, sólo deja ver la pobreza de tu alma.