Comprar un objeto “de medio uso” trae implícita una advertencia respeto del tiempo de vida restante; no hay garantía de supervivencia ni funcionalidad; esto es natural y comprensible. Mi pregunta es más bien encaminada al cálculo de la media: ¿Cómo se sabe si le resta, justamente, el 50 por ciento de uso? ¿De qué modo y en cuánto tiempo se ha consumido esa mitad? Al fin de cuentas, me parece, todo es un decir o un simple y llano acto de fe.
Un poco como yo, aunque con más misticismo, Chan Kin viejo, el extinto líder espiritual de los Lacandones, tenía una idea parecida. Me aseguró que tenía una vida tranquila y plena, no sentía miedo de la muerte; su única preocupación era Quisin, el dios del inframundo, no se hubiese dado cuenta de ello y en lugar de águila o caballo lo reencarnara en gallina.
¿Cómo sabrán los dioses del inframundo cuál ha sido nuestra vida? ¿Calcularán las deidades orientales nuestro tiempo de uso vital para asignarnos una prórroga? Algunas religiones tienen la certeza de la reencarnación, aunque sé poco de sus filosofías, la que tengo más asida es la información científica referente a una naturaleza conformada de átomos circulante.
Si mis átomos han formado parte de otras naturalezas, bien estrellas, bien arena, entonces soy “de medio uso”, aunque no tenga manera de saber si estoy a la mitad de mi funcionalidad o la naturaleza está por jubilarme. Por otro lado, si cada cosa puesta desde el Alfa del Universo suma el todo en el que habitamos, entonces nadie esté esperanzado a pensionarse porque los organismos estaremos activos hasta el Omega de los tiempos.
¿Quién habrá portado los átomos que me conforman? Esa pregunta se me vuelve una diatriba por demás interesante, pero más allá del morbo que esto contiene, me arroba mucho la idea de todo aquello que habitaré algún día y algún lugar.
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