06 Septiembre 2010 03:30:26
El Viejerío
Germán Dehesa compartió durante casi 17 años opiniones y reflexiones sobre su vida y el acontecer de la Ciudad de México y del país con sus lectores de Reforma.
Durante esta semana recordamos al escritor y periodista fallecido el jueves pasado, publicando cada día una de sus columnas más representativas.
El 27 de mayo de 1994 comenzó con la tradición de, cada viernes, recordarles a sus lectores que “Hoy toca”.
EL VIEJERIO
Van a pensar que soy anormal; pero me gustan muchísimo las mujeres. Su cercanía, su inteligencia, su capacidad para ser árboles bien plantados más danzantes (O. Paz), cornisa de pájaros, alacenas de rumores, cántaros habitados.
Bueno, me gustan tanto las mujeres, que vivo (y muero) con una. Díganme si eso no es mérito. Vivo con una y platico con muchas; con todas las que puedo. Me beneficio de oírlas y de recibir de ellas noticias del otro extremo del imperio.
A falta de Cetes (que están en Nueva York) y de acciones de Telmex, mi gran capital lo forman mis cuates y, en calidad de acciones preferenciales: mis cuatachas. Desde la Tractor, que es harto pelada y cruel conmigo (hoy en la mañana me subió un repugnante brebaje de nopal que, por prescripción de otra cuatacha, me tomo todos los días y me preguntó con tono belicoso: “¿Cómo amaneció?” y yo le respondí: “Muy mal, con el méndigo calor no pude dormir y nadamás me la pasé pensando en entregarme a un negro. ¿No me estaré volviendo loco?” “¡Mááás?”, me respondió la lépera y destructiva azafata).
Bueno, pues desde la Tractor, que es mi cruz, hasta mis amigas de Editorial Armonía, que hoy me invitaron a comer para proponerme unos proyectos tan absurdos y descabellados en los que, por supuesto, voy a colaborar; yo soy el Simbad del Altiplano que navega isla por isla un archipiélago de mujeres (A. Yáñez).
Aunque soy mexicano, he de confesar que no les tengo miedo. Les tengo, eso sí, grande amor, justo respeto y pasteurizada ternura. Yo nunca me referiría a ellas como “el viejerío”; pero, en verdad y con la mano puesta en el corazón (o en alguna otra víscera), les puedo decir que a mí ni me espanta ni me parece relevante ni motivo de deschongue el que un compatriota designe –en un contexto liviano y coloquial– al total de las mujeres de mi país como “el viejerío”.
López Velarde las llama “mujerío” y nadie le aventó la bronca. Pedro Infante les decía “chorreadas” y no hubo periodicazo. Ya puestos en eso, suena mucho más horrible “sector femenil” y nadie dice nada. Con el hipócrita añadido de que la gran mayoría de los que se desgarraron los trajes del terlenka con eso de que “el viejerío a su casa” tienen a su vieja en su casa viendo “Marimar”, pariendo cual conexas (de grandes orexas) y lidiando a la suegra bigotona e indestructible. O sea.
LA MUCHACHADA
Esto, para no variar, me lo contó una cuatacha. El 12 de mayo, día del Debate, mi amigüita se fue a ver el pugilato verbal en compañía de unos amigos. Lo vieron, debatieron, se pelearon, se contentaron y, a cierta hora de la noche, mi referida informante regresó al hogar.
Ahí la esperaba, trémula de emoción, su Tractor particular que es de modelo más antiguo que la mía. Se trata, según me cuenta, de una mujer de unos 65 años. Transcribo el diálogo que ocurrió entre ambas: “¡Ay, señora! ¿Vio usted el Debate?” “Sí, ¿a ti qué te pareció?” “Yo estoy con Diego. ¿Oyó cuando habló de mí?” “No, ¿a qué horas?” “Bueno, no mencionó mi nombre, pero habló de la muchachada”. Fin del diálogo.
¿Sabía o no sabía Diego que en la muy noble y leal jerga a las chicas de auxilio doméstico se les conoce coloquialmente como “muchachas”? Supongo que no. Así que ahí se van las buenas con las malas. Por cada “vieja” que se dio de baja, se dio de alta una “muchacha”. Lo paradójico en toda esta tormenta de saliva es que las “viejas” son de 30 años y las “muchachas” tienen 65.
A esto añádanle una ballena de cartón que desfila por la ciudad, la Embajada de Japón con el teléfono saturado; una madre azteca que pasea por China, temperaturas de 35 grados y ya tenemos el surrealismo nacional en todo su esplendor. Bueno, ya me voy. Es viernes. No se hagan. Hoy toca.