10 Diciembre 2010 05:00:28
Hallazgos
La materia del arte entre sus múltipleS FORMAS Y REsULTADOS es, de manera preponderante, esa sensación de hallazgo, de descubrimiento íntimo, incluso, de desconcierto ante algo que, se suponía, ya conocíamos, pero que de pronto, bajo ciertas inclinaciones lo redescubrimos o, lo sabemos “otro”, el mismo, pero diferente. Es este descubrimiento de la multiplicidad de los significados lo que nos hace abrir los ojos y pensar qué es aquello, qué lo ha vuelto distinto, plural ante los ojos y la mente. Las respuestas son variadas, pero constantes en sus razones, piense usted, por ejemplo en esta ciudad, en Saltillo, la misma y nuestra todos los días simples, más de pronto, algo azaroso la transforma, la conforma, digamos, distinta, sabemos que es la misma, pero misteriosamente, ya no corresponde a nuestros pensamientos cotidianos.
Pensemos, por un instante, que la ciudad se nos muestra en un paralelo íntimo y ello nos permite hurgar en su interior, penetrarla, atestiguar sus verdades más inobjetables.
Digamos entonces que mientras caminamos O CONDUCIMOS por el Bulevar V. Carranza, en cualquier sentido, eso ahora no nos importa, iniciamos un viaje más allá de sus superficies conocidas, buscamos señales profundas, avisos que indican el camino a lo subterráneo de las cosas, revelaciones acerca del corazón material que esconden, materias, nombres, seres, calles y cosas que sólo pueden ser nombradas a través de la imaginación.
Ello por supuesto nos descubriría con incalculables posibilidades, otras cientos, tal vez miles de ciudades distintas, hermosas y plácidas unas, terribles y caóticas otras.
Así, mientras vagamos, sin rumbo O CON DESTINO CIERTO, entendemos que nuestro viaje es de miradas, es contertulio silencioso pleno de sugerencias, indicios vedados a los incapaces que nunca podrán contar lo que jamás verán cierto.
En la memoria, como en estos casos, el recorrido es guiado por un bazar de indicios recogidos a través del tiempo, geografías de lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos. Allá, por ejemplo, en los jardines del Ateneo Fuente, la segunda banca a la izquierda está colmada de banderas de múltiples colores, ondean sin pausa, gritan algo mientras se agitan al viento, quién sabe, o puede observarlas recordará de pronto una declaración de amor, o cierta película que jamás acabó de ver y ya para entonces está rodeado de “otra” ciudad, aquella visible sólo para él y en donde los límites son impuestos por geografías fantasmales, allá un hospital, del otro lado una iglesia, una escuela, un camión blanco con un número cinco en azul brillante.
Recorrer nuestra ciudad con otra mirada NOS PERMITE volverla algo más entrañable, más grata, con menos límites o, al menos, con otras identidades, más ciertas, más provocadoras, más sutiles. En ella, ciertamente las ilusiones pueden volverse reales y sus superficies pueden reflejar delicadas y singulares esperanzas.
Más allá de sus calles exactas con nombres propios, de sus plazas ubicuas, de sus edificios identificados plenamente, en nuestra ciudad laten otras latitudes que sólo podemos atestiguarlas desde ciertos lugares, comunes algunos, imposibles otros, pero siempre los mismos, las tristezas cotidianas, la lógica de las pasiones.