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Sobrevivientes del desierto

  Por Leticia Espinoza

Publicado el martes, 21 de agosto del 2012 a las 19:26


Se han convertido en su salvación; aun en medio de la cruda sequía, y acostumbrados a las altas temperaturas

Saltillo, Coah.- En las zonas áridas los pobladores han aprendido a vivir de las plantas que nacen de las entrañas del desierto: la lechuguilla, la candelilla se han convertido en su salvación; en los ejidos del Cañón de Hipólito y Alto de Norias se llegan extraer en un año 309 toneladas de cerote y 473 toneladas de fibra de ixtle.

En medio de la cruda sequía sobrevivieron del cerote que produce la candelilla, precisamente porque la planta produce la cera que le va a permitir conservar su humedad, mientras que la lechuguilla se vuelve plástica, seca, sin poderse desfibrar, y aun así recorren kilómetros y kilómetros para encontrarla.

Con sus manos cubiertas de llagas de tanto tallar, o acostumbrados a las altas temperaturas que alcanza el hervor donde brota el cerote de la candelilla, hoy tienen una esperanza que le dé más valor económico a su esfuerzo.

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‘DE AQUÍ NO NOS VAMOS IR’

“Yo aquí nací, como toda la gente de mi edad y de aquí no nos vamos a ir; tengo 70 años, en la ciudad ya no me ocupan, aquí todavía puedo ir al monte despacito que sea, eso hasta que Diosito me deje”, afirma don Héctor Rivas.

“Ahorita estoy operado, me operaron un ojo y luego el otro, si no ya estuviera tallando, tallé mucho a mano, pero tenía cataratas y me hicieron favor de operarme, luego de que me recupere voy a seguir tallando, qué más hago”, añade resignado.

Dice que todos sus hijos se fueron a la ciudad, unos están en Saltillo y otros en Monterrey porque en Hipólito la vida es muy dura y se vive al día. Le faltan 10 días para terminar su recuperación y se mantiene con lo que sus hijos le llevan.

“Toda mi vida anduve en el sol con un sombrero puesto y en la escuela nunca estuve, claro, tengo una firma, nunca intenté ir porque andaba en el monte, no había escuela en los campos de candelilla”, comenta el hombre mientras se sienta en el jardín que tiene detrás de su casa de adobe.

Sus manos campesinas cubiertas de llagas de tanto tallar ixtle, tienen un don: árbol que siembra, árbol que da frutos, por eso no es raro que tenga duraznos y hasta parras en aquella tierra que algunos creen infértil. Don Héctor últimamente se mantenía tallando 5 kilos de ixtle que vende en 11 pesos, un trabajo mal pagado y que se convierte en alto riesgo cuando usa la máquina que por ahora luce empolvada, debido a los meses que tienen sin funcionar.

GENERACIONES DEL IXTLE

“Aquí todo está pa’l perro, tiene que ir uno por la planta hasta allá al pie de la sierra”, dice don Teodoro Castillo, quien monta las ancas de un burro camino a la Sauceda, llevando los cogotes de lechuguilla que pudo arrancarle a la tierra.

Se fue a las ocho de la mañana, y en pleno sol de las dos de la tarde avanza junto a sus nietos, quienes a su corta edad ya se saben los caminos del desierto.

“Ellos son los que me ayudan, semos tres, pero qué tanto sacamos; yo tengo poquitos años, unos 75, y toda mi vida ha sido para la candelilla y la lechuguilla, allá la quemamos, pero ahora no hemos acarreado porque llovió poquito y está muy tierna”, dice el hombre mientras apunta el sitio donde la comunidad tiene las pailas.

Don Teodoro también sacará unos 50 pesos por más de ocho pesadas horas de trabajo, dice que llegará y se detendrá unos minutos para comer algo y enseguida continuará su labor.

“Me echo un lonche y me pongo a pelarla, pues qué más”, dice y sigue su camino para alcanzar a sus nietos alejándose y mimetizándose con el paisaje de arbustos y plantas espinosas.

SE VIVE COMO SEA

“Cuando hay lechuguilla pues a la lechuguilla, pero ahorita vivimos de la candelilla, se saca poquito, no se puede acarrear mucho en los burros; aquí entra un señor a comprar, él la vende más delante, nos pagan a 35 el kilo de cera, a la semana sacamos uno 500 ó 600 pesos, el que tiene camioneta pues acarrea más”, dice Antonio Sandoval.

Antonio vive con su esposa María del Socorro López en un jacal a punto de caerse en el pantano. Les prestaron dos cuartos para vivir y como pudieron los arreglaron, pusieron unas bolsas en el techo pero de todos modos una grieta deja ver todo para afuera.

Prefieren dormir afuera en colchones porque el calor es insoportable y no tienen luz, conviven con gallinas y conejos en la misma habitación junto con sus dos hijos, la más grande ya busca trabajo en la ciudad.

“Aquí en el rancho vive uno como sea, ya ve, no tengo piso, todas las de aquí tienen piso porque les llegó el piso firme, pero ya son cinco años y nada, antes vivíamos en Ramos, me traje a los niños para acá porque allá está bien feo, hay mucha delincuencia, pero aquí no hay nada”, dice María del Socorro, a quien le ha tocado soportar los últimos años de sequía.

‘ESTO SE VA A COMPONER’

“Las condiciones de los productores son bastante precarias, es una tristeza ir al campo y ver los majuelos de lechuguilla secos de a’tiro y otros secándose, igual la candelilla, donde no ha llovido se está cayendo el monte”, comenta don Felipe Hinojosa, reafirmando los relatos de la gente que sobrevive en los ejidos del Cañón de Hipólito.

“Ahorita estamos empezando, se va componer mucho, yo tengo la esperanza de que mejore nuestra vida; para empezar tenemos el proyecto del centro de acopio de lechuguilla y candelilla”, dice el hombre que lleva ocho años impulsando la vida en el desierto y está convencido de que jóvenes y viejos se integrarán a este proyecto.

A los 11 años empezó a producir candelilla, y a los 16 se puso a producir lechuguilla, trabajó hasta los 22, pero al ver los tiempos duros decidió trabajar en las constructoras. Don Felipe nunca olvidó sus tierras, iba y venía para sembrar, así fue como consiguió su pensión y ahora se dedica de lleno al trabajo del campo en Hipólito.

Es el presidente de una asociación de ixtleros y candelilleros en Hipólito, “Ejidos Unidos” y ha puesto sus esperanzas en dos proyectos: el de producción de cera de candelilla y el ixtle de lechuguilla para darles valor agregado.

“Aquí se va a beneficiar el productor en el valor agregado que se le va a dar, para empezar a trabajar es que van a asegurar la compra de su producto, van a dar valor agregado porque ya se hizo una nave para trabajar ahí para la fibra de lechuguilla y hacer cepillos, morrales, bolsas y estropajos, mecates y con el paso del tiempo otras cosas”, menciona don Felipe.

Son 14 ejidos del cañón de Hipólito los que forman parte del proyecto, como también lo comenta don Dioniso Espinosa, comisariado de Cosme, donde hay 35 productores.

“Nos tocaron 6 mil pesos para construir la nave y hacer las plantaciones de candelilla; a los 14 nos tocó igual, en algunas partes ya dieron, aquí no por la desidia y a la gente se le hace difícil con la seca, sacan muy poco para vivir”, explica.

Mientras camina por los campos de la quema de candelilla, comenta que es la primera vez que se hace algo así, se había buscado, pero no había apoyo.

“Ayer en la tarde la charquearon, la cera ahorita ya está lista, son 18 kilos los que vienen cargando hasta las casas los muchachos; cuando queman la candelilla llevan ayudante, se requieren dos personas para cerrar la paila, se le atiza dos veces, ya que la cierran brota la cera arriba y con la cuchara espumadora sacan lo bueno, cuando ya no sale nada se ponen botes de agua fría para luego poner más”, dice, y muestra los trozos de cera que ha producido el campo de Cosme.

POR FIN VOLTEARON AL DESIERTO

Ejidatarios de la Unión Regional Forestal del Sureste de Coahuila, Ejidos Unidos para la Producción y Manejo de los Recursos Naturales del Cañón de Hipólito y Alto de Norias, y Cadena Productiva de la Fibra de Ixtle durante generaciones han estado trabajando la fibra de ixtle, la candelilla y el orégano en los pueblos de Ramos Arizpe. Desde 2002 empezaron a agruparse para lograr una mayor presencia en las entidades gubernamentales y obtener recursos, ahora lo han logrado, por fin autoridades voltearon al desierto.

“Ellos han manifestado que no quieren ser sólo productores, sus abuelos lo fueron, sus hijos ya lo son, y no hay un crecimiento real en esa actividad, entonces en muchos análisis ellos decidieron que la forma para lograr un desarrollo era acercarse a las cadenas productivas”, explica Hugo Meza Sánchez, técnico forestal.

Ejecuta el proyecto de los ejidatarios y Conaza, donde la idea de los 10 ejidos de Ramos y 4 de General Cepeda es crear productos para venderlos a un mercado local y un producto ya no como fibra en greña, sino vender un producto sencillo, pero que tenga una demanda: “Nos hemos dado cuenta de que el valor de un pequeño cepillo equivale a un kilo de lechuguilla que debe estar en 11 ó 12 pesos”, dice Meza.

Pensaron entonces en un taller equipado, mismo que ya se está ejecutando con recursos de la Comisión Nacional de Zonas Áridas (Conaza) y con una aportación del 25% por parte de los ejidatarios. El taller mide 20 por 22 metros cuadrados, y se divide en dos partes: una para candelilleros y otra para ixtleros.

“Se va a atender el producto candelilla, el productor va recoger la candelilla, procesa la hierba en sus pailas que están en sus comunidades y extraen el cerote que tiene demasiadas impurezas; un 20%, cenizas, tierra y agua, lo que pretendemos en este taller es procesar nuestro propio cerote, el intermediario que viene a comprar nuestro cerote ya no se va a llevar cerote, sino una cera refinada y el productor tendrá un incremento en el precio de su producto que estamos por definirlo, al menos un 20% más”, sostiene.

En la otra parte se pondrán sierras circulares, taladros y mesas donde se fabricarán cepillos y otros productos: “Queremos desarrollar cepillos que comúnmente existen en los lavados; la idea de nosotros es entrar al mercado de las empresas automotrices, ya que es un producto que soporta agentes abrasivos y altas temperaturas”, detalla.

En el taller participan 110 productores, y según la respuesta pretende crecer, se van a generar 10 empleos directos en el área de lechuguilla y cuatro para la candelilla, y la utilidad que se genere se va a repartir entre los socios de la empresa.

Conscientes de que impactarán el ambiente, se reforestarán 275 hectáreas de candelilla, proceso que camina lento porque no se habían dado las condiciones de humedad: “Pudimos haber comenzado desde enero, pero la planta estaba muy estresada; para enero tenía 14 meses sin lluvia, sacarla de un medio seco y meterlo a un medio seco, la sobrevivencia iba ser muy baja, ya estamos con los trabajos, ya en algunos lugares hemos terminado, por ejemplo en Hipólito, tenemos aproximadamente 150 hectáreas reforestadas”, dice el técnico.

El proyecto para ixtleros y candelilleros se empezó a ejecutar en enero, se terminaría en marzo, pero el proceso electoral interrumpió las acciones y no se pudo terminar a tiempo la nave para instalar los equipos que ya se tienen, aun así los habitantes del Cañón de Hipólito están impacientes, pues toda la vida han esperado mejorar sus condiciones de vida.

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