Coahuila
Hace 2 meses
El 21 de septiembre no es una simple fecha en un calendario, es un susurro reiterado de la historia que se niega a quedarse en el ruido. Nace como una aspiración colectiva y, con el tiempo se transforma en una invitación a habitar la paz como un modo de vida.
La ONU instituyó el Día Internacional de la Paz en 1981, para recordarnos que la paz no es la ausencia de conflicto, sino la presencia de condiciones humanas que permiten vivir sin miedo: derechos reconocidos y justicia accesible.
En 2001, la Asamblea General fijó el 21 de septiembre como día de cese al fuego y de no violencia en todo el mundo, un llamado a probar, al menos por 24 horas, que la convivencia es posible cuando dejamos de lado la lógica de la confrontación. Desde entonces, cada año, este día ha funcionado como un espejo: ¿qué hacemos para que la paz no sea un rótulo vacío, sino un hecho cotidiano?
Este 2025, el lema de ONU es claro y movilizador: “Actúa por un mundo pacífico”. Una consigna que no pretende simplificar la complejidad de la realidad, sino devolverle al individuo la posibilidad de ser motor de cambio sin necesidad de que alguien más actúe por nosotros.
Actuar significa empezar por lo cercano: escuchar al vecino que denuncia un abuso; tender la mano a quien ha sido excluido; exigir políticas públicas que reduzcan la violencia; apoyar a una organización que atiende a víctimas de conflicto o alfabetizar para la paz. Actuar desde donde estamos es reconocer que cada persona, cada familia y cada lugar de trabajo son espacios para sembrar la paz.
La belleza del llamado de ONU, radica en su sencillez operativa. No es necesario poseer muchos recursos, ni realizar acciones deslumbrantes para que una acción pacífica tenga efecto.
Cada uno de nosotros puede ser agente de paz cuando: escuchamos con paciencia a quien disiente, sin convertir la conversación en una pelea; cuando cambiamos el lenguaje que humilla y excluye, eligiendo palabras que desmitifiquen la violencia verbal y la desinformación; cuando cuidamos el entorno, evitando recursos que alimentan guerras por imposición o lucro, o favorecemos proyectos que fomenten la convivencia y el desarrollo humano.
Pero, la verdadera poesía de la paz está en su constancia. No se agota en el día 21 de septiembre, tampoco se agota en cada gesto aislado. La paz, como una planta que requiere cuidado día con día, se nutre de hábitos, de compromisos repetidos de la memoria de quienes no se rindieron ante la fuerza. Es un hilo que une generaciones: las que pelean por un futuro libre de horrores y las que, con discreción, sostienen el tejido de comunidades que prefieren la vida al conflicto.
Desde la ventana de cualquier ciudad, este año 2025 podemos ver cómo la llamada de “Actúa por un mundo pacífico”, se traduce en acciones pequeñas que, al multiplicarse, producen cambios sostenidos.
El Día Internacional de la Paz, así, nos recuerda que la historia no termina con la firma de un armisticio, sino con el salto cotidiano de cada persona que elige ser la primera en sembrar acciones en contra de la violencia, y cuando cada persona la adopta en su cotidianidad y la traduce en acciones visibles, medibles y replicables.
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