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Elvia Guerra: Una mamá de lucha

Por Paola A. Praga

Publicado el sábado, 9 de mayo del 2009 a las 14:00


Sin temores ni prejuicios enfrentó el padecimiento de la pequeña.

Saltillo, Coah.- Elvia nunca tuvo miedo, no cuestionó el porqué la vida la ponía en esa situación. Por el contrario, estaba segura de que lucharía hasta el final. Al tener en sus brazos el cuerpecito de la niña que había albergado durante nueve mese en su vientre, supo que lo único que importaba era su bienestar.

La pequeña había nacido con el paladar hendido, una deformación que, según el primer diagnóstico, le impediría hablar y tomar los alimentos de manera normal, pues la encía y el paladar no lograron desarrollarse por completo, debido a la falta de ácido fólico durante el embarazo.

El padecimiento no se pudo detectar en la gestación, platica Elvia, pues en la mayoría de los ecos que le realizó el ginecólogo, la bebé se tapaba la carita con las manos, además su ritmo cardiaco y sus extremidades crecían como debía de ser.

“Yo no sabía que venía con este problema. Fue un hecho fuerte, yo estaba emocionada y recuerdo que pregunté: ‘¿Como nació mi hija? ¿Está bien?’. Y me dijeron que ahorita me lo explicaban y me puse un poco nerviosa, porque se me hizo raro que los del hospital dijeran eso”, relata, mirando a su hija.

La niña lleva el mismo nombre que su madre, sonríe recargada en una silla de madera, escucha atenta a su mamá y sonríe apenada, escondiendo los ojos atrás de sus manos. Su mamá, entre lágrimas, dice que es el mejor regalo que le ha dado la vida, sin olvidar a su esposo y a su otro hijo, que apenas alcanza los tres años.

COMIENZA LA LUCHA

El paladar hendido requiere de una atención especializada. Su tratamiento tiene un costo elevado, son constantes las cirugías que se requieren para lograr un 90 o 95% de recuperación, aunado al cuidado que exige un recién nacido.

Elvia y su esposo, Gerardo Guerra, vivían con el salario que ambos reunían con los sueldos que recibían cada quincena. Sin embargo, con la llegada de la pequeña Dora, como le llama Elvia con cariño, las cosas tenían que cambiar.

“Hablamos y dijimos: ‘Sabes una cosa, así está esta situación ya. Es nuestra hija, es la primera, y la vamos a sacar adelante juntos porque podemos y es lo que nos tocó vivir’. Así que le dije a mi esposo: ‘Vamos a ver quién gana más y ése es el que va a trabajar y el otro va a cuidarla’”.

Cara o sol, dice Elvia mientras esboza una sonrisa. La decisión estaba tomada: ella a trabajar, él a cuidar de la niña, que en esta etapa especialmente necesitaba de atención debido a su corta edad. Y con todas las ganas de quedarse en casa, todos los días Elvia se dirigía al trabajo, desde donde llamaba constantemente a Gerardo para preguntar cómo iban las cosas.

Además de lo difícil que resultaba ser el sostén de la familia mientras la niña atravesaba sus primeros tratamientos, Elvia tuvo que soportar comentarios de conocidos que cuestionaban el porqué era ella quien salía a trabajar.

“Me decían que por qué mantenía a mi esposo y yo sólo decía que ni siquiera tenían idea de lo que estábamos pasando. Gracias a Dios, él siempre me apoyó y me supo comprender y nos dimos apoyo de pareja, y estábamos seguros de que todo lo soportábamos por la niña”, platica.

Con el desarrollo del tratamiento vino también una severa crisis económica, pues entre cirugías y aparatos el dinero se iba como agua, sumándole los enseres necesarios para un bebé, como la leche que muchas veces fue preocupación de los padres de Elvia, pues la fórmula debía ser especializada.

Hubo ocasiones incluso que ni para eso le sobraba a Elvia. Conmovida y un tanto apenada, reconoce que sus compañeros de trabajo estuvieron apoyándola siempre.

“Una ocasión platicaba con una amiga, le conté que ya no traía ni un peso, me urgía la leche de la niña (…) salió y regresó con un bote de leche y me lo dio”.

Muestras de apoyo como éstas fueron cotidianas en la Procuraduría General de Justicia hoy Fiscalía General del Estado, donde su jefe Arriaga la apoyó siempre y se ha mantenido al tanto del avance la niña, quien en ocasiones visita la dependencia.

Elvia platica que nunca ha perdido la fe, que a pesar de las deudas que tuvo que adquirir para costear operaciones y tratamientos, Dios siempre le ha dado la familia comida y techo, por lo que no se atreve a quejar.

“Nunca nos hemos sentido solos, siempre que llega un momento difícil y nos sentimos perdidos llega algo, aparece alguien o simplemente con ver la carita de mi Dora ya es más que suficiente, no puedo quejarme, mi hija es lo mejor, es un ángel”.

Elvia se acerca a su mamá, le pedimos que nos regale una sonrisa. Con confianza se quita la mano de la boca, a sus seis años ha cuestionado a su madre. Le ha preguntado por qué tiene ese hueco. Ella le responde que pronto ya no lo tendrá que cuando cumpla nueve todo será diferente, pues recibirá un injerto de su costilla.

Las dos sonríen, se entienden porque ambas han construido el lenguaje del amor, ese que no se complica con la falta de dinero ni con el llanto.

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