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La casa del sepultado

Por Redacción

Publicado el jueves, 29 de octubre del 2009 a las 02:22


Los hechos que aquí se narran, advierte el escritor Juan Marino Oyervides Aguirre

La avaricia puede convertir la fortuna en despojos…

(Recopilación Martha Santos de León) | Saltillo, Coah.- Los hechos que aquí se narran, advierte el escritor Juan Marino Oyervides Aguirre, autor de “Cuentos y Tradiciones del Saltillo Antiguo”, sucedieron en una antigua casa por la hoy calle Pérez Treviño, antes Venustiano Carranza, cercana a la esquina con la de Obregón. Comenta un amigo mío –dice en su estilo personal de escribir Oyervides Aguirre– que allí vivió una señora de nombre Macaria que pagaba renta allá por el año 1960, quien a su vez sustentó unos cuartos a Paquita y su familia.

Paquita ocupó los locales posteriores, es decir, los de atrás de la casa del segundo patio. Los cuartos eran espaciosos y seguidos. A unos meses de habitarlos, Paquita empezó a notar una situación bien rara en la última pieza que había destinado a comedor. Notaba que la mesa amanecía inclinada de una pata debido a que el piso se hundía. Al otro día Paquita contrató a un albañil, quien colocó ladrillo y arena, pero es el caso que al tercer día el suceso se repite. Pareciera que en el subsuelo hubiese un hueco por el que resbalara la arena.

Lo periódico del caso empezó a preocuparla y comentó los hechos a Macaria. Ésta no pareció dar importancia al asunto, sin embargo, al paso de los días le entró la avaricia y ella comenzó a dar vuelta a la idea sobre la posibilidad de que allí se encontraba algún tesoro dada la antigüedad de la finca.

El caso es que Macaria empezó a ver a Paquita como un estorbo y dos meses después le pidió que desalojara los cuartitos con el pretexto de que la dueña de la casa se había molestado con ella porque había subarrendado sin autorización.

Entre tanto, una tarde del mes de noviembre Paquita y su familia se dispusieron a asistir a la misa de seis que se oficia en el Santuario de Guadalupe.

Entonces Macaria le propuso que se llevara también a su hija y con el propósito de que se entretuviera aún mas, le encargó llevar una fruta a su prima que vivía por Landín, al sur de la ciudad.

Una vez que Macaria se quedó sola en la casa procuró un pico y una pala. Se introdujo a los cuartos de Paquita y comenzó a excavar febrilmente allí en el piso del comedor; los montones de tierra y arena se acumulaban a un lado.

Antes de ello había arrastrado la mesa al cuarto de enseguida. Cuando la profundidad del hoyo alcanzaba poco más de un metro, para gran sorpresa de Macaria, encontró una osamenta.

El esqueleto mostraba restos de ropa que casi se deshacían. Un sudor frío invadió a Macaria y lívida tapó el pozo, apisonó la tierra y la arena y como pudo acomodó de nuevo los ladrillos con pasta de arena y cal que previamente había preparado.

Macaria terminó agotada su tarea a las 9:30 de la noche. Paquita por su parte llegó a las 10 y aprovechó para decir a la primera que en dos días más desocuparía, ya que una tía le prestaría unos cuartos por la calle Bravo.

A las 12 de la noche y habiendo dormido a su familia, Paquita apagó las luces y también se dispuso a ir a la cama, cuando observó una silueta. Una sombra como de mujer enlutada que se desliza de la recámara al comedor. Asustada avisa a Macaria que aún estaba despierta, quien al oír esto casi se desmaya sin contestar nada, por lo que Paquita le puso alcohol en la frente y procuró reanimarla.

Ya en sus cuartos, Paquita concilió el sueño, no sin antes asomarse a la recámara de los niños para ver cómo estaban. Para su sorpresa, por la mañana de nueva cuenta la mesa del comedor amaneció inclinada y el suelo hundido otra vez, como si el subsuelo se deslizara hacia adentro; enseguida comentó el hecho con Macaria, la cual queda azorada al recordar que la noche anterior había apisonado la arena y que aparentemente no había ningún hueco.

Después de todo lo anterior, Paquita notó que Macaria casi no salió de sus cuartos, y cumpliendo los dos días dispuestos cambió sus muebles a la casa de su tía.

Después, para su sorpresa se enteró de que Macaria también se había mudado al siguiente mes.

Al ser la dueña de la casa una mujer del estado de Jalisco, la vendió y se mudó a Saltillo, pero después surgió el rumor de que ella a su vez le exigió a Macaria el desalojo y probablemente estaba enterada del caso; según esto, se armó de valor, excavó por su cuenta y dio cristiana sepultura a los restos de manera anónima y que ella sí encontró debajo del esqueleto una castaña con monedas antiguas de plata y oro.

Sobre el caso, sin embargo, existe otra versión que dice que probablemente sí había un tesoro, pero que viendo la avaricia mostrada por Macaria la Providencia lo transformó en cadáver esquelético. Que los restos allí quedaron sepultados sin que nadie excavase después.

Créalo o no…

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