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Luz sobre las piedras

Por Juan Villoro

Hace 1 año

El Premio Princesa de Asturias acaba de ser otorgado a Eduardo Matos Moctezuma. En un artículo sobre los desafíos de su profesión, el arqueólogo se refirió al momento crucial por el que han pasado muchos de sus colegas. De pronto, un hueco se abre y una linterna atraviesa el umbral del tiempo.

En ese texto pone el ejemplo de Howard Carter, descubridor de la tumba de Tutankamón, el más gris de los faraones, muerto a los 18 años, que solo adquirió celebridad cuando se conocieron las suntuosas ofrendas que habían sido concebidas para consumo exclusivo de los dioses.

Los jerarcas de la antigüedad actuaron en función de la mirada divina y, demasiadas veces, los primeros exploradores de esos misterios actuaron en función del saqueo.

Tendrían que pasar muchos años para que la arqueología dejara de ser una rama del comercio y privilegiara la preservación del patrimonio.

Eduardo Matos Moctezuma ha entendido la arqueología como una recuperación de las culturas previas y una crítica de las culturas posteriores que las han mancillado.

Nacido el 11 de diciembre de 1940 bajo el signo de Sagitario, es autor de un sugerente libro autobiográfico: Los Rompimientos del Centauro. De modo irónico, se sirve de la mitología y la astrología para explicar su temperamento como una mezcla del impulso y la reflexión.

En su condición de arquero, Sagitario dispara una flecha y la sigue sin saber adónde va; una vez que llega a la meta, se convierte en jinete de sí mismo.

La aventura –el riesgo en las ruinas– y el conocimiento –la meditación entre libros– han sido los polos de su carácter.

Ante el peligro de sentirse demasiado cómodo o tentado a obedecer voluntades ajenas, ha optado por las rupturas a las que se refiere en su autobiografía.

Después de explorar Comalcalco, Teotihuacán, Cholula y Bonampak, se concentró en la Ciudad de México. La reputación de un arqueólogo depende de que la intuición sea aliada de la suerte.

Desde que la linterna de Alfonso Caso iluminó la Tumba 7 de Monte Albán, se esperaba un hallazgo similar. En 1978, una excavación accidental dio con los basamentos del Templo Mayor.

A partir de entonces, Matos se hizo cargo del “Centro de centros”, el “axis mundi” del pasado mexica.

El presidente López Portillo, que había escrito un libro sobre Quetzalcóatl y tenía veleidades faraónicas, estudió la posibilidad de reconstruir el templo dual de los aztecas. Matos se opuso a esa desmesura, señalando que los hallazgos debían rendir testimonio, no solo de la cultura originaria, sino de la que la había destruido.

La reconstrucción escenográfica podía ser atractiva para el turismo o para rendir tributo al tlatoani del momento, pero hubiera falseado la historia.

Con sentido del humor, Matos comenta que en la pirámide de Cholula se advierte la influencia tolteca, no porque los habitantes de Tula la hayan inspirado, sino porque los restauradores usaron demasiado cemento Tolteca. Recuperar el pasado solo tiene sentido si conserva las cicatrices del tiempo.

Cuando lo entrevisté para la serie Piedras que Hablan, Matos propuso que fuéramos al sótano de la Catedral, donde una estaca colonial se encaja en una piedra mexica: “Es el símbolo de la Conquista”.

Fiel a la defensa de las culturas del origen, en 2017 firmó la convocatoria para que María de Jesús Patricio Martínez, participara como vocera del Congreso Nacional Indígena en las elecciones presidenciales.

La inmensa barba y los anteojos que usaba en los años 70 se volvieron tan icónicos como los del poeta Allen Ginsberg y la revista Time lo bautizó como “Moctezuma III”.

Él prefiere ser visto como un intermediario entre el pasado y el presente. Ha ejercido esa misión desde la arqueología, pero también como maestro. Sus discípulos son legión. Uno de ellos, Leonardo López Luján, dirige con brillantez las exploraciones del Templo Mayor. Otros le deben su vocación.

Cuando conocí en Oaxaca a Leobardo Pacheco Arias, joven director del proyecto de las Cuevas de Yagul y Mitla, me dijo que su vida cambió cuando leyó Muerte a Filo de Obsidiana.

En un singular episodio de su vida, Matos participó en un montaje de Aída en Bellas Artes. Esa noche aceptó los reflectores como actor de reparto, pero el resplandor que en verdad le interesa es de otro tipo: ha vivido para encender la luz, tenue y reveladora, de la linterna que descubre el lenguaje perdido de las piedras.

 

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