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| Parras es hogar de un notable acervo de retablos virreinales que se consideran un tesoro del arte sacro en el estado.

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Retablos virreinales: El oro del alma en templos de Parras

  Por Paola Casas

Publicado el domingo, 12 de octubre del 2025 a las 04:05


Más allá de su valor estético, funcionaban como herramientas didácticas de la fe católica.

Saltillo, Coah.- El arte sacro no sólo se contempla, se hereda. Entre los muros de los templos antiguos de Parras de la Fuente, el Santuario de Guadalupe y la iglesia de San Ignacio de Loyola, perdura un testimonio de fe y mestizaje: los retablos virreinales, altares monumentales que, más allá de su belleza, cuentan la historia espiritual y cultural de Coahuila.

El lenguaje de la fe

Con la llegada de los colonizadores españoles a América, la fe católica se convirtió en herramienta de conquista. Las órdenes jesuitas y franciscanas fueron las principales encargadas de difundir la religión entre los pueblos originarios, quienes no conocían el alfabeto latino.

Así, el lenguaje visual se transformó en un medio de evangelización: cada pintura, escultura y símbolo representaba un fragmento del credo cristiano.

Los retablos surgieron como el recurso perfecto. Su función era enseñar los dogmas de la fe a través de la imagen. En ellos se narraban pasajes bíblicos, vidas de santos y escenas sagradas que permitían a los nuevos creyentes comprender el mensaje cristiano sin necesidad de palabras.

Su nombre, proveniente del latín retro tabula altaris (“detrás del altar”), alude a su ubicación en los templos. Pero más allá de su finalidad religiosa, los retablos se convirtieron en símbolos de poder y prestigio.

Las familias adineradas y las órdenes religiosas competían por donar los más suntuosos, buscando dejar un legado de devoción y estatus.

El esplendor novohispano

Durante los siglos XVII y XVIII, el arte de los retablos alcanzó su máximo esplendor. Con la influencia del barroco y el churrigueresco, las estructuras se volvieron más ornamentadas, llenas de columnas salomónicas, flores, ángeles y volutas.

Este estilo se mezcló con el talento indígena, que aportó motivos naturales, figuras autóctonas y una sensibilidad propia.

El resultado fue el barroco novohispano, una fusión que simbolizó el mestizaje cultural de la Nueva España: Europa y América se unieron en la madera dorada.

En Coahuila, esta herencia artística perdura en varios templos coloniales, pero es en Parras de la Fuente donde los retablos donde se contemplan casos particulares.

Santuario de Guadalupe: guardianas del arte sacro

Retablo principal del llamado “Colegio”, Templo de San Ignacio, en Parras; finales del siglo 17 o principios del siguiente. Uno de los casos más recientes de preservación activa ocurre en el Santuario de Guadalupe, edificado en el siglo XVIII.

Este templo, conocido por su retablo principal de estilo barroco, es ahora el centro de una iniciativa impulsada por mujeres del Taller de Historia de Parras, quienes buscan rescatar y conservar esta joya patrimonial.

El 25 de septiembre, en la Hacienda El Marqués de Aguayo, el arquitecto Villarreal impartió una charla sobre la relevancia de estos altares y las medidas de conservación necesarias.

Desde entonces, el grupo de mujeres ha comenzado a gestionar recursos para el mantenimiento del retablo, cuyo valor asciende a 500 mil pesos.

Entre las acciones preventivas destacan la fumigación, el traslado temporal a un espacio seguro y la reparación de elementos dañados por humedad o insectos.

Este esfuerzo ciudadano refleja una nueva conciencia sobre la importancia de proteger el arte religioso como parte del legado histórico del estado.

San Ignacio de Loyola: el oro del espíritu

La iglesia de San Ignacio de Loyola, construida en 1607 por el padre Juan Diego de Pagua, es otro de los templos emblemáticos de Parras.

De estilo churrigueresco, su fachada y su altar mayor son un despliegue de arte virreinal. El retablo principal, dedicado al santo jesuita, está bañado en polvo de oro y acompañado por otro altar a Nuestra Señora del Carmen, elaborado con madera estofada.

Arturo Villarreal Reyes en Catedral, durante el Santo Cristo Fest 2025.

El recinto fue testigo de episodios trascendentales, como la Guerra Cristera, que dejó huellas en su estructura. Hoy alberga el Museo y Archivo Matheo, que resguarda pinturas del siglo XVII y documentos eclesiásticos y civiles de los siglos XVII al XIX.

Pese a su valor histórico, el templo presenta deterioros visibles que urgen atención técnica y recursos especializados para su restauración.

Un patrimonio en riesgo

La belleza de estos retablos contrasta con su fragilidad. La mayoría presenta daños por el paso del tiempo: humedad, polvo, desprendimientos y, sobre todo, termitas.

“El mayor enemigo de los retablos es el olvido”, advierte Arturo Villarreal Reyes, subdirector de Patrimonio Cultural de la Secretaría de Cultura de Coahuila y catedrático de la UAdeC. “Si no hay mantenimiento ni condiciones adecuadas, los daños se vuelven irreversibles”.

Por ello, recomienda mantener los templos secos y ventilados, realizar limpiezas periódicas y limitarse a mantenimiento conservador cuando la estructura ya no califica para una restauración completa.

El deterioro de estas piezas no sólo implica una pérdida artística, sino también la desaparición de una parte esencial de la identidad coahuilense. Cada retablo es un documento visual que revela cómo se construyó la espiritualidad, el arte y la sociedad de la Nueva España.

El valor del mestizaje

La importancia de los retablos va más allá de su función religiosa. Representan un mestizaje artístico: columnas salomónicas, relieves dorados y santos de rasgos europeos conviven con elementos indígenas, colores terrosos y materiales locales.

Esa combinación dio origen a un lenguaje propio, donde lo divino se expresa con la sensibilidad americana. En cada figura hay un rastro de los artesanos anónimos que, bajo la guía de los misioneros, crearon estas obras como ofrenda a Dios y reflejo de su tiempo.

Estudiar los retablos permite entender la evolución del arte sacro, los talleres de artesanos coloniales y la influencia de las órdenes religiosas en la vida social. Son también una fuente invaluable para los historiadores del arte y los antropólogos que buscan reconstruir el proceso de evangelización en el norte de México.

Cultura de conservación

Aunque el rescate de estos altares requiere recursos económicos y conocimiento técnico, la preservación del patrimonio también depende de la educación y la sensibilización social.

Las acciones en Parras son un ejemplo de cómo la comunidad puede involucrarse en la defensa de su historia.

Es indispensable que las autoridades culturales, asociaciones civiles y fieles colaboren para asegurar que estos retablos continúen en pie. No sólo son vestigios del pasado, sino símbolos de identidad y orgullo local.

El estado de Coahuila posee uno de los conjuntos más valiosos de retablos completos en el norte del país, y su correcta conservación podría convertirlos en un atractivo turístico y educativo de alcance nacional.

Estas monumentales estructuras de madera, elaboradas principalmente en el siglo 18 y de estilo barroco, destacan por su detallada ornamentación y el uso de la técnica del pan de oro.

El oro del tiempo

Los retablos virreinales no son sólo arte antiguo, son memoria viva. En sus dorados aún palpita la devoción de los pueblos que los levantaron; en sus grietas, la huella del tiempo que los ha probado y sostenido.

Cada columna, cada figura, cada trazo, habla de un momento en que la fe se esculpía con las manos y la madera se volvía cielo.

Su permanencia recuerda que el arte sacro no pertenece sólo a los templos: pertenece a todos los que reconocen en él la raíz de su historia.

Preservarlos es mantener encendida la llama de un pasado que, aún hoy, sigue iluminando los altares del norte.

Arquitectura del cielo: composición del retablo

Un retablo no era una simple decoración, sino una estructura arquitectónica compleja que seguía un orden simbólico. Estaba compuesto por distintas partes:

Predela o banco: la base sobre la que descansaba toda la estructura. A menudo incluía relieves de la Última Cena o del sagrario que resguardaba la hostia consagrada.

Cuerpos: niveles horizontales que dividían la composición, cada uno con escenas o imágenes sagradas.

Calles: secciones verticales; la central solía ser más ancha y estaba dedicada al santo o advocación principal.

Hornacinas o nichos: espacios donde se alojaban esculturas, decoradas con columnas y dorados.

Entablamento o cornisa: franja ornamental que separaba los cuerpos e incluía inscripciones o frisos.

Ático o remate: parte superior que solía representar a Dios Padre, el Espíritu Santo o el Calvario.

Sotabanco o zócalo: la base que separaba el retablo del piso, a veces grabada con fechas o escudos de los donantes.

Coahuila y su legado dorado

Retablo de San Francisco, en Monclova, mutilado (1762), fabricado por Felipe de Ureña.

El arquitecto Arturo Villarreal Reyes ha documentado minuciosamente la presencia de estos altares en el estado:

De las 19 piezas, 11 se encuentran en Parras de la Fuente, distribuidas en distintos templos del pueblo mágico:

Iglesia de San Ignacio de Loyola: 3 retablos

Santuario de Guadalupe: 5 retablos

Capilla del Rosario: 2 (reciclados)

San Isidro: 1

Capilla del Refugio: 1 (reciclado)

Otros ejemplos notables se localizan en Viesca (Santa Ana de Hornos), Saltillo (Catedral de Santiago y La Hibernia), Ramos Arizpe (Santa María del Rosario) y Monclova (San Francisco de Asís).

Esta distribución confirma que Coahuila, a pesar de su geografía árida, guarda una riqueza artística comparable con la de regiones coloniales del centro del país.

Un proceso diferente

Los retablos representan pasajes bíblicos e imágenes de santos en los muros posteriores
de los altares.

Su elaboración requería el trabajo conjunto de arquitectos, escultores, pintores y doradores:

La madera de cedro, pino o ayacahuite era el material más común, por su resistencia y maleabilidad.

Después se recubría con yeso o estuco para aplicar pan de oro y policromía.

En las iglesias más humildes se usaban barro, piedra o lámina pintada, lo que dio origen a versiones locales del barroco europeo.

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