El deterioro y retroceso que ha sufrido la industria aeronáutica mexicana en la era de la 4T, está quedando más que evidenciada en el caos que vive el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Tres días completos en que la terminal aérea más importante y estratégica del país está sumida en una crisis de operatividad debido a las lluvias que han azotado a la ciudad, pero también a la infraestructura vieja y rebasada que tiene el AICM, producto de una deliberada estrategia de abandono que sufrieron sus instalaciones en el Gobierno de López Obrador.
Y mientras más de 20 mil pasajeros y las aerolíneas nacionales y extranjeras sufren y pagan las consecuencias de ese abandono, con retrasos y cancelaciones que han mantenido a la gente atrapada por casi un día completo tratando de conseguir un vuelo, las mentadas de madre y las condenas al expresidente y su fallida e ideologizada política aérea se han dejado sentir en el malestar de los usuarios nacionales y extranjeros que están viviendo un auténtico viacrucis para despegar de una terminal que funciona a ratos y vuelve a suspender operaciones.
Las imágenes de pistas inundadas y auténticas lagunas en las áreas de operación de las aeronaves le han dado la vuelta al mundo, provocando un daño grave a la imagen del país y de su capital que no puede resolver una crisis en su mayor aeropuerto, mientras de las alcantarillas y registros de la terminal brotan, como fuentes, las aguas del drenaje que está prácticamente colapsado por las lluvias y ni siquiera puede ser desaguada con equipos de emergencia. ¿Tan mal están las instalaciones hidráulicas del aeropuerto capitalino para que unas lluvias, ciertamente intensas, pero que han tenido intervalos de varias horas entre una tormenta y otra, no puedan ser desfogadas de manera normal?
A estas alturas no son pocos los usuarios que siguen lamentando y condenando la controvertida y politizada decisión que tomó el expresidente de cancelar la construcción del Aeropuerto Internacional de Texcoco por sus sospechas de corrupción que nunca fueron ni investigadas ni mucho menos sancionadas, pero sí dejó al país y a los mexicanos con una enorme deuda que seguimos pagando a los inversionistas y constructores a los que se les rescindió el millonario contrato, en buena parte con los ingresos del TUA que se cobra a los usuarios del AICM, lo cual explica en buena parte por qué ese aeropuerto se quedó sin recursos para dar mantenimiento y modernizar sus instalaciones.
Ni siquiera el capricho presidencial de construir un nuevo aeropuerto en las instalaciones de una base militar en Santa Lucía ha servido de algo para paliar la crisis aeroportuaria que sigue viviendo la capital del país. La imagen de un AIFA vacío en el que apenas vuelan las moscas y algunos pasajeros que acuden a tomar sus pocos vuelos, mientras el Benito Juárez está sumido en el caos por la inundación de sus instalaciones, es el mejor ejemplo de cuán costosas e inservibles terminan siendo las decisiones políticas y caprichosas de los gobernantes, cuando no se respaldan con criterios y estudios técnicos y de factibilidad.
Y en medio de esta dramática y penosa situación que enfrenta el que solía ser el aeropuerto insignia de la aviación mexicana —superado hoy por terminales como Tijuana, Guadalajara, Monterrey o Cancún en instalaciones y eficiencia—, también se ve afectada la imagen de la Secretaría de Marina, que desde hace dos años asumió el control del AICM con el reto de reparar unas instalaciones deterioradas.
Con trabajo arduo y recursos limitados, la dependencia había logrado avances, pero la magnitud de las afectaciones por la suspensión de operaciones aún no se mide en pérdidas económicas y daños a pasajeros y aerolíneas.
Un indicio de la gravedad lo dio Aeroméxico, que urgió a las autoridades capitalinas y federales a tomar medidas inmediatas para garantizar el correcto funcionamiento de la infraestructura y prevenir nuevas crisis, pues la Terminal 2 —de donde parten todos sus vuelos nacionales e internacionales— ha sido la más afectada.
Para agravar el escenario, la crisis ocurre mientras Estados Unidos amenaza con sanciones y restricciones a vuelos de aerolíneas mexicanas, en represalia por la reducción de slots a empresas estadunidenses y la forzada reubicación de sus operaciones de carga al AIFA, impuesta sin razones técnicas.
Así, el colapso del AICM no se debe sólo a lluvias atípicas o al cambio climático, sino a una política aeronáutica errática, donde decisiones presidenciales basadas en caprichos e ideología cancelaron proyectos avanzados, desviaron recursos, abandonaron la terminal capitalina y crearon un aeropuerto militar sin conectividad, intentando luego obligar a aerolíneas y empresas a operarlo. Ojalá y por lo menos le estén zumbando los oídos al responsable final de esta crisis aeroportuaria que no se merecen los mexicanos.
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