“¡Atención, señores pasajeros con boleto de las 15 horas 20 minutos con destino a Paila, San Pedro, Jiménez, Torreón, Durango, Santiago Papasquiaro, Camargo, Delicias Chihuahua y Ciudad Juárez! Favor de abordar la unidad número 45. ¡Diez minutos para su salida!”. Era la voz de Juan Esteban Reyes Mendoza, boletero de los Transportes Monterrey Saltillo que, en 1955, tenía 17 años y era uno de los despachadores en la antigua estación de las calles de Abbott y Padre Flores.

Aún resuenan en mis oídos aquellas voces de los boleteros por el equipo de sonido, marca Radson, con que contaba la centralita de autobuses en dicho lugar del Centro Histórico de Saltillo, ahora convertido en estacionamiento de automóviles, que ha sido una solución al conflicto de encontrar espacio en el bullicioso primer cuadro comercial de la ciudad.

En esa reducida zona que forman las calles de Padre Flores y Abbott cabía de todo. Había cuatro cantinas, una casi enfrente de la otra, Salón París, Alsacia y Lorena, el famoso primavera y el Bar Moctezuma. Dos hoteles: el Hidalgo y el San Luis; una fabrica de ropa sobre el antiguo Teatro García Carrillo, tres sitios de automóviles, comercios varios, un taller de reparación de radios, la Casa Cabello que vendía productos para la electrificación y artículos deportivos y en la banqueta el puesto de jugos de naranja de Rogelio Aguirre Vaquera, que luego se convertiría en el dueño de Rogelio Bicicletas, tienda de deportes.

Dentro de la centralita de Abbott y Padre Flores había un restaurant, el Enos Quinck Lunch, y la peluquería de don Pancho Torres.

En aquel entonces, a mediados de los años 50 del siglo pasado, el boleto a Monterrey de segunda clase costaba $4.90, el de primera clase $7.50 y el de lujo a $8 pesos. Las unidades las “higienizaban” con creolina (desinfectante fenólico con un fuerte olor, obtenido de la destilación de la madera [creosota] o alquitrán de hulla, que contiene fenol y cresol como compuestos activos, utilizado para eliminar bacterias, hongos y parásitos, siendo útil en la desinfección de hogares, granjas y en medicina veterinaria, aunque su uso requiere precaución debido a su toxicidad), pues a los dueños les valía poco estas observaciones y ya se han de imaginar el fétido olor que tenían que soportar los viajeros, lógico en todo momento con las ventanillas abiertas.

Los dueños de los Monterrey Saltillo fueron el exboxeador saltillense Félix Chávez Ramírez, Leopoldo Molano Benavides y Eugenio García.

En 1955 había una flotilla de 100 unidades y, cuando Reyes Mendoza termina su ciclo en la empresa en 1984, había unos 500 camiones en todo el sistema.

Fueron sus compañeros boleteros Heriberto Ruíz, quien era además rotulista y dibujante, Raúl Serrano Ruiz, primo de Beto. Así como Eleazar Gaona, Nicolás Fuentes, Francisco Galindo Cepeda, José María Aguillón. Los choferes entre muchos otros eran Rodolfo Cázares, Francisco Pérez, Encarnación Duarte, Manuel Durán “Piernitas”, pues apenas alcanzaba los pedales, y Óscar Garza “La Bola”.

En una ocasión, corrigieron el asiento del volante del camión que él manejaba y se fue al taller por la unidad. Ya era la hora de salida y el hombre no se presentaba con la unidad en la terminal. Llamaron por teléfono y dijeron que mejor diera salida a otro autobús, pues Óscar Garza no cabía entre el asiento y el volante.