Espectáculos
Por
Redacción
Publicado el martes, 1 de septiembre del 2009 a las 14:05
Alejandro Páez Varela
Saltillo, Coah.- La vieja le pidió que se incorporara. Le puso en la mano derecha una manzanita rayada, de esas que sólo crecen en la sierra. La vio a los ojos con ternura y trató de animarla con una caricia tibia en la mejilla.
Juanita, muy asustada, se puso a llorar.
“Ya pasó, mi niña”, dijo la abuela. Y la chiquilla, vestida de faldones largos y guaraches azules de plástico, le besó las manos con furia, gimiendo: “¡Qué bueno que estás aquí, qué bueno que regresaste, Laura!”
Se tomaron de las manos; caminaron cinco pasos y la niña se detuvo de golpe.
–¿Estoy muerta? –preguntó.
–Estás más viva –contestó Laura. La joven Laura, su abuela, sacó de entre las ropas una breve vasija de barro en la que le sirvió una cucharada de harina de maíz con agua. Juanita se la bebió sin parpadear y sin quitarle los ojos de encima. La niña no conoció a sus padres, pero sintió que la estaban observando. “Me están viendo, ¿verdad que me están viendo, Laura?”
–Sí–, contestó, otra vez una vieja.
Fue así que Juanita comprendió que estaba muerta. No necesitó meditar la resignación: simplemente se dio por enterada. Tomó de la mano a su abuela y apretó los ojos con fuerza, mucha fuerza, como lo hizo alguna vez, en vida, el día que conoció Ciudad Juárez, a lo lejos, desde un camión de pasajeros.
“¿Juárez, abuela? ¿Eso es Juárez?”, preguntó.
“No lo sé –le respondió la anciana–. Pero creo que es Juárez”.
Juanita se vio el cuerpo: ahora iba vestida de negro. Volteó a los lados y entornó los ojos: estaba en el club Paraguay. La vieja dijo estas palabras: “Aquí estarás. Aquí te quedas, en el Paraguay, por un Dentro del Paraguay, Juanita extendió sus manos, curtidas por el polvo, el frío y el sol; tocó la barra. Caminó a los cuartos y pudo ver a las muchachas que se estaban pintando, vistiendo. “Ya van a llegar los clientes”, pensó. Se sintió con 50 años encima.
Trató de correr hacia la caja registradora y hacia la puerta, y sintió que la mano de su abuela aprisionaba la suya. Se quedó quieta.
Vio a Juan Cisneros, su viejo amigo, en la barra. Tuvo el impulso de ir hacia él y se frenó. Se sirvió un trago, ahora con un escote grande que dejaban ver sus senos enormes, y el Paraguay se le metió en el alma: supo que el club era más suyo que nunca.
A partir de entonces, su abuela regresó cada vez que ella la necesitara, por lo regular cuando se sentía sola. La vieja Laura le servía harina de maíz disuelta en agua, y luego se abrazaban.
Así sucedió durante un tiempo, a partir de su muerte y hasta años después.
Juanita procuró sentarse en el mismo lugar, su favorito: en un banco alto, al final de la barra, junto a la caja registradora.
No intentó hablar con alguien, y escuchaba con gran satisfacción cuando las muchachas repetían, en medio de sus pláticas: “Se siente como si Juanita no se hubiera ido del Paraguay, ¿verdad? ¿La sienten?” (“Corazón de Kaláshnikov”, Planeta 2009). » Nació en Ciudad Juárez, en 1968.
» Subdirector editorial de “El Universal”.
» Ha trabajado en varios medios mexicanos y extranjeros como: “El Economista”, “Reforma y “El Diario de Juárez”, “El Fronterizo”, “Excélsior”, “The Dallas Morning News” y “Newsweek”.
» Ha publicado en “Letras Libres”, “Cuaderno Salmón” y “Playboy”.
» Libros:
– “Paracaídas que no Abre” (Almadía, 2008).
– “Los Amos de México” (Planeta, 2007).
– “Los Suspirantes” (Planeta, 2005).
– “Camas Separadas” (Cal y Arena, 2005).
La vieja tenía, ahora, unos 20, 22 años, como Juanita no la había visto.
tiempo”.
EN BREVE
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