Es algo que se ha vuelto algo notorio en las redes sobre publicaciones de papás que “firman un contrato” con su hija, generalmente unas niñitas no mayores de 10 años, para que no tengan novio hasta los 30 años o para que no se líen en una relación con un muchacho durante mucho tiempo. Décadas.

Señalar que los padres no son dueños de las hijas es urgente. Ningún padre puede determinar la vida sexo afectiva de sus hijas de esa manera: puede educar, informar, señalar e instruir a su hija a tomar decisiones en su vida con asertividad, responsabilidad afectiva y compasión hacia las otras personas que se relacionarán con ella.

Un papá le puede decir a su hija que ella puede tener una pareja cuando alguna persona a quien ella aprecie mucho, pueda apreciarla a ella también, en respeto y responsabilidad por los sentimientos de otr@s, cuando sea el momento propicio. Sin embargo, es necesario que, así como se les pregunta a las niñas de 5 años si ya tienen novio, se les debe de permitir a las adolescentes a tener esa posibilidad, que conlleva responsabilidad y empatía hacia otras personas.

Ese contrato de los padres, que es una “broma” y por eso no lo debo tomar tan en serio, me recomiendan las buenas personas, no me parece tan chistoso. Porque se asume que el padre es el dueño de la hija, con todo y su cuerpo, por lo que volvemos al antiguo concepto de famulus, de origen latino, en el cual cada miembro de la familia era propiedad del padre. Considerando que han pasado más de mil años de esas rancias tradiciones, en las redes sociales lo veo muy actual.

El papá no debe de emitir contratos que limiten la vida afectiva, sexual, amorosa, ni de orientación sexual o preservación de la virginidad.

En países con cultos cristianos, como en Estados Unidos, la promesa de guardar la virginidad y de abstenerse de tener relaciones sexuales coitales puede ser una ceremonia solemne, en la cual el padre de una hija, recibe de forma oral o escrita, dicho compromiso: su pobre criatura no cederá su cuerpo hasta que pase a ser propiedad de otro señor, es decir, cuando se case.

Las violaciones a los derechos humanos son evidentes, sin embargo, se argumenta que las muchachas van hacia ello por su propia cuenta.

Estas promesas de virtud de las hijas hacia los padres son rituales por demás protoincestuosos, la verdad. Se les entrega un anillo que les recuerda ese compromiso hacia sus padres y su virginidad, que no solo se trata de permanecer puras, sino también de parecerlo en su expresión total: lo cual quiere decir que no parecer una mujer “liviana”. Los bautistas de los noventa obtuvieron un gran financiamiento para su campaña de “El verdadero amor espera” y se propagó como una epidemia hacia otros países, incidiendo en los derechos sexuales y reproductivos de las muchachas fieles de esos cultos cristianos.

Lo más interesante es que bajo todo este yugo al que se someten las niñas, muchachas y mujeres para complacer las expectativas sexistas y machistas de una promesa de virginidad, existe algo que no existe: la virginidad. La vagina y su orografía es lo que permite la idea de un himen, y créanme, si lo que están prohibiendo en esa promesa de castidad es solo la coitalidad, están viendo hacia otro lado.

Mientras la promesa de guardar la virginidad se genitaliza, la verdadera actividad sexual se desarrolla en el resto del cuerpo, que en sí, no está prometido porque solo le apostamos a lo coital.