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Publicado el jueves, 29 de enero del 2009 a las 16:18
Thunder Bay, Ontario.- No sabía a qué le tenía más miedo, si a los 34 grados bajo cero con que me amenazaba Underground, a las medidas de seguridad en los aeropuertos, al idioma con mi inglés incipiente, a migración o a la reacción de la familia de Elisa Loyo.
Y era a esto último. Era lo peor.
Pensé, cómo iban a reaccionar si una extraña viene a meterse en sus vidas, a remover la herida, a querer tomar fotos, a importunar el recuerdo de Elisa. En Saltillo, al menos puedo esperar afuera a que alguien cambie de opinión, o esperar a ver a quién más puedo entrevistar, a ver quién llega.
Pero aquí, con el clima, no podría estar ni cinco minutos esperando a alguien afuera, de seguro perdería las orejas, los pies y las manos por el congelamiento.
Ya sabían que vendría, ofrecieron recogerme en el aeropuerto, pero quién sabe. Tal vez era un compromiso solamente de palabra. Pero no, luego de 12 horas y 30 minutos de viaje, ahí estaban a la salida del aeropuerto, con la noche en sus espaldas y yo a unos metros de conocer la temperatura del “país de las sombras largas”.
EL VIAJE
Salimos de Saltillo a las tres y media de la mañana, 17 grados sobre cero dijeron en la radio. Don Boni me dejó en la entrada del aeropuerto Mariano Escobedo y se fue. Aún tenía que cambiar los pesos a dólares y luego a dólares canadienses, la casa de cambio todavía estaba cerrada.
Tenía que estar en la zona de abordaje a las seis de la mañana y según me indicó la persona de American Airlines, la muchacha de la casa de cambio abría a las seis o siete, así que podía esperar hasta las seis para luego abordar.
“Gracias a Dios” pensé, cuando la vi entrar al módulo, “Maldición” dije después, cuando groseramente respondió que la hora en que abría era después de contar el dinero en caja y entrar al sistema.
Me fui sin cambiar un solo peso.
DALLAS-FORT WORTH
Fue más sencillo hablar con el oficial de migración que pasar dos veces por el control aduanal con equipaje. Desde el avión te dan unas formas para que las llenes, y aunque me equivoqué y tuve que pedir otra, una persona me ayudó al ingresar al área de migración y pasé.
Sólo que no sé si las reglas o mi suerte que me condena, me llevaron afuera del aeropuerto y tuve que ingresar otra vez: “quítese el saco ‘madame’, los zapatos, el cinto, ¿qué suena? ¡el celular!, pásele por acá”; una pesadilla.
Ya en Dallas, la temperatura era muy fría y por recomendación de American Airlines mi equipaje viajaba de manera independiente y yo con un saco de tela y pantalón de mezclilla. El remedio, compré una cobija de viaje, total, en Toronto únicamente estaban a 20 bajo cero.
Durante el vuelo, había que pagar por los bocadillos y en una escena típica de los circos mexicanos, también pasaron vendiendo audífonos a dos dólares para poder escuchar la película. “Vaya que lo de la crisis es en serio”, pensé.
TORONTO
En Ontario, un retraso en el vuelo de Dallas, ya que tuvieron que lavar las alas del avión con una mezcla chocolatosa de agua caliente y arena para evitar que se le pegara el hielo, me dejó con apenas 40 minutos para ahora sí recuperar la maleta, sacar mi abrigo de batalla y la bufanda. Luego recibí las complicadas indicaciones para llegar a tomar un tren.
“¿Un tren?” –pensé– y con todo y mi limitado tiempo sentí la necesidad de usar el baño. Aún así contesté una llamada de mi mamá en el celular.
No sé cómo, pero llegué a tiempo para abordar la etapa final del viaje. No sin antes haber escuchado de Elisa, la agente aduanal que selló mi pasaporte, luego de referirle que cubría un funeral, que ella sabía del caso. Elisa, con su corto español, y yo con mi corto inglés, coincidimos en que era algo muy triste.
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