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Coahuila

Dia de finados

Por Cholyn Garza

Hace 1 mes

Dicen que recordar es vivir, por supuesto que lo es cuando traemos a la memoria situaciones hermosas que corresponden a nuestras tradiciones; porque en un momento determinado se haya experimentado un dolor muy grande, el traerlos al presente nos llena el alma de alegría al recordar a quienes se han adelantado en el camino que todos hemos de recorrer para llegar al final de nuestro destino.

Tal es el caso de una de nuestras tradiciones más bellas en nuestro México querido: me refiero al Dia de difuntos. Dos fechas dedicadas a esa celebración: 1 y 2 de noviembre.

El día primero de ese mes, está dedicado a los niños; angelitos que -por alguna circunstancia- no lograron sobrevivir o vivir lo suficiente.  El día dos, es la fecha dedicada a los difuntos mayores.  

Conservo de esas celebraciones, gratos recuerdos que me transportan a mi niñez porque solía acompañar a mi abuelita y a mi mamá al cementerio a depositar flores en las tumbas de nuestros familiares fallecidos.

Aunque íbamos con cierta frecuencia a renovar las flores de los jarrones, el día dos de noviembre, lo recuerdo muy bien, era una verdadera romería. El ir y venir de la gente era verdaderamente sorprendente. Al menos, a mi me lo parecía porque quizás cuando somos niños capturamos muchos momentos que quedan grabados en la memoria. 

Ese día, no solo íbamos a dejar flores para después retirarnos: nos quedábamos unas horas para orar frente a la tumba de nuestro familiar y las señoras siempre encontraban amistades, vecinas o miembros de la familia que se unían para pedir a Dios por el descanso de todos los difuntos.

Afuera del panteón, además de los puestos de flores, había pequeños espacios donde se encontraba una gran variedad de antojitos para su venta y para acompañarlos, refrescos embotellados o agua de frutas.  A los niños de mi época, -que yo recuerde- no nos daban refrescos.  En casa, agua de frutas a la hora de la comida.

En una fecha tan significativa para los mexicanos, el altar de muertos no podía faltar.  Una bella tradición que no desaparece, por el contrario, se ha incrementado.

El tiempo transcurre y de pronto nos encontramos ubicados en otra época, en otra ciudad, pero esos recuerdos maravillosos de nuestra niñez siguen vivos en la memoria, gracias a Dios.

Si mal no recuerdo, la señora Paloma Cordero, esposa del entonces presidente de nuestro país, Miguel de la Madrid Hurtado, como presidenta del Voluntariado Nacional promovió la tradición de los altares de muertos en toda la República.  Aunque es una tradición que data de muchos años, no era muy apreciada en algunos estados del norte del país por desconocimiento o por falta de interés.  Resultaba más fácil imitar lo que se hacía en el vecino país del norte; me refiero al Halloween. Nada que ver con lo nuestro.

Gracias a la iniciativa de parte de la señora Paloma, empezaron a colocarse los altares en escuelas, plazas y sitios públicos, promovidos a su vez por las presidentas de los voluntariados de las ciudades.  Y ha continuado esa bella tradición, afortunadamente.

La película “COCO”, nos cautivó desde el principio; una bella historia llevada a la pantalla por la empresa Disney.  “Vas a llorar”, me dijeron mis nietos; “yo sí lloré” “me sentí triste”, fueron expresiones de ellos.

Efectivamente, la cinta lleva mucho de lo nuestro, de nuestra gente y hermosos lugares.  No es una cinta animada más, es un reflejo de lo que se observaba en gran número de hogares de nuestro México.  

Tradición, costumbres, pero ante todo la unidad y la alegría que se vivía en cada hogar de nuestro México, donde el respeto y obediencia a los mayores ha sido fundamental.

El amor, por supuesto que no podía faltar, elemento tan necesario en el ser humano.  Ese amor a la familia y a nuestros ancestros que se ve plasmado en cada altar.  

El recordar con alegría a los que han trascendido, a nuestros seres queridos que han dejado una huella que nada ni nadie es capaz de borrar.  Recordarlos con gratitud por su legado, es una forma de decirles: “gracias por todo lo que nos diste” “sigues vivo en nuestro pensamiento y en nuestro corazón”. 

Aunque hoy, la realidad que vive el país es de dolor ante la incertidumbre, la maldad y la infamia. 

Sí, la maldad cuando se roban los recursos destinados para un fin determinado como son, medicamentos para las personas con cáncer; tratamientos interrumpidos por no entregar al paciente sus medicinas a tiempo.  Muertes que no debieron ocurrir; si existieron fue por negligencia y no precisamente por personal médico sino por el gobierno.

Infamia, al destruir el Poder Judicial, buscando su propio beneficio.  Así como permitir que la criminalidad avance y destruya pueblos, recursos naturales y asesine a gente buena y trabajadora que lucha por salir delante de manera honesta. 

Incertidumbre ante la inconformidad de un pueblo que ha llegado al hartazgo de quienes hablaron de honestidad y de la noche a la mañana se convirtieron en millonarios.

Y el hartazgo empieza a manifestarse de diversas maneras: un altar dedicado al Poder Judicial. Consignas; “Merece más respeto un indígena que siembra papas, que un político que siembra odios”. Marchas; bloqueos. Repudio generalizado ante lo que está ocurriendo en nuestro bello México.  Tiempo de reflexionar y ponernos las “pilas”.

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