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Coahuila

Don Pancho: Cenit y ocaso

Por Federico Muller

Hace 2 años

Se despierta al despuntar la mañana, después de acicalarse, lo que su motricidad le permita: a sus 73 años, aún tiene ánimo para calzarse un par de tenis, una camisola blanca con las mangas raídas, combinada con un pantalón, algo deslavado, de color beige; sin faltar, como inseparable compañero de camino, terciado al hombro, el equipo de trabajo, el delantal, con una amplia bolsa al frente, para depositar allí la morralla que los clientes le obsequian por empacar los víveres que han comprado en la tienda comercial.

Generalmente llega al establecimiento 15 minutos antes de la 7 de la mañana, para decir presente y recibir instrucciones sobre las cajas que podrá apoyar. Los protocolos de seguridad le exigen una revisión general médica cada tres meses a cambio de desembolsar 45 pesos por cada consulta. La auscultación la realiza el mismo médico que atiende a otros pacientes, ajenos a los trabajadores voluntarios del supermercado. La carta de no antecedentes penales también es indispensable que la presente cada año, pero a diferencia de la revisión médica, esta se le subvenciona, se exime de pagarla por rebasar los 60 años.

Los requisitos anteriores, aunque los cumpliera cabalmente, no tendrían validez si le faltara el registro del DIF Municipal, dependencia que autoriza y asigna los horarios y días de trabajo a la semana. En su caso, descansa el viernes, y el resto empaca de 7 a 11 de la mañana, un horario poco remunerativo, porque la demanda de clientes en ese lapso de tiempo es relativamente baja, lo que implica la apertura de una o dos cajas. Además de él, tiene seis compañeros de turno más, quienes se turnan en el empacado y el acomodo de las bolsas en el carrito del súper.

El tiempo promedio por caja es de 15 minutos, que ellos mismos lo contabilizan. Desde hace alrededor de seis meses, los empacadores tienen un despiadado competidor, insensible al dolor y a la enfermedad: los cajeros de autocobro. Probablemente el horario de trabajo y el autocobro hayan influido para que en promedio obtenga un salario de 225 pesos por día, a los cuales habría que restarle los costos de transporte que consume. Recibe una subvención en el precio del boleto del autobús, al presentar la credencial del Saltibús, por utilizarlo paga 6 pesos (origen-destino-origen). En total eroga 24 pesos por día, al demandar dos rutas de transporte por viaje.

En este país las asimetrías económicas están presentes casi en cualquier área de la economía. Más al norte de la ciudad (después de la avenida Moctezuma), se encuentra otra tienda de la misma cadena texana. También los empacadores llegan a la 7 de la mañana, pero lo hacen en automóviles propios de modelo reciente, y los clientes que visitan esa sucursal definitivamente han sido más generosos con las propinas, en un turno medianamente aceptable, cada empacador se lleva a la bolsa más de 500 pesos.

 

Ferrocarriles de México

Antes de cumplir 18 años, fue contratado por la compañía Unión de Agentes de Publicaciones (domicilio fiscal: Carpio 67, colonia Santa María de la Rivera, México D.F.) quien le trabajaba a Ferrocarriles de México, y se encargaba de manejar el área de alimentos, desde una copa de tequila hasta un emparedado de mortadela, lo que demandara el pasajero del tren. Se le asignó la ruta Ciudad de México-Nuevo Laredo. Su semblante se llena de emoción cuando empieza a recitar de memoria todas las estaciones ferroviarias que tocaba el tren, salía (llegaba) de la estación de Buena Vista, D.F., pasaba por Lechería… San Miguel de Allende… Vanegas… Saltillo, Monterrey, y terminaba (iniciaba) su recorrido en Nuevo Laredo. Ese era el famoso Águila Azteca.

Comenta que al verlo en perspectiva en pleno desplazamiento sobre las paralelas del tren, se apreciaba que las locomotoras arrastraban seis vagones de pasajeros más el del comedor, observatorio, exprés y el de correo, sin olvidar los que servían de dormitorio (dos). El ocaso de su carrera ferrocarrilera, después de 32 años de trabajo, llegaba cuando las autoridades del país cedieron a las presiones del Banco Mundial (BM), que se plegaron a sus exigencias de privatizar el ferrocarril, y no solamente eso, sino que privaron a millones de mexicanos de las clases más desprotegidas económicamente de contar con un servicio accesible de transporte subsidiado con los impuestos que recibe el Gobierno. Con la desaparición del servicio de pasajeros, según el BM, por incosteable desde la perspectiva economicista, también se iba uno de los símbolos de la Revolución Mexicana: Ferrocarriles Nacionales de México. Cuando era agente de publicaciones, en los años mozos vestía el sobrio, pero vistoso, uniforme de trabajo: pantalón, saco, y chaleco, de un mismo tono, azul marino, la corbata y la gorra de color negro, que contrastaba con la blanca camisa. Después de muchos años la vestimenta que porta es muy diferente.

Así como don Pancho hubo muchos mexicanos que trabajaron para vivir, o vivieron para trabajar. Quizá la vida y el sistema de retiro no les brindó la oportunidad de vivir una vejez en buenos días.

 

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