Querida persona lectora:
La semana pasada, en este mismo espacio, dialogamos sobre el derecho que todas las personas tenemos de decir “no” y de poner límites en situaciones que nos incomodan o afectan. Como señalamos, no se trata de un derecho absoluto, sino de una facultad que tiene sus matices y debe ejercerse con responsabilidad.
Asimismo, nos despedimos con la promesa de hablar en otra ocasión de la necesidad de aprender a actuar con responsabilidad cuando alguien más nos da una respuesta negativa por algo que no quiere o incluso no puede hacer.
Hoy es el momento de cumplir esa promesa: hablaremos de las emociones que nos puede generar recibir un “no” o enfrentarnos con un límite que alguien más nos puso.
Pensemos en un caso hipotético: le pedimos un favor a un familiar o una amistad. Estamos fuera del ámbito laboral. El favor que estamos pidiendo no representa una urgencia ni una cuestión de vida o muerte. Quizás sea algo que consideramos natural o incluso que creemos que nos corresponde.
Fuera de los casos en los que estamos pidiendo algo imposible de cumplir o algo ilegal, podría suceder que la otra persona no esté en condiciones de llevar a cabo nuestra solicitud.
Puede ser algo que no dependa de ella, que requiera tiempo o trámites que no puede asumir. También puede suceder que la respuesta sea un “no” sin una razón explícita: simplemente esa persona no quiere hacer lo que le pedimos.
En este último caso, deberíamos reflexionar si existe equilibrio en esa relación, especialmente si, en partes invertidas, nosotras y nosotros estamos siempre disponibles para cumplir las solicitudes de esa persona.
Este tipo de respuestas, ya sea un “disculpa, pero no va a ser posible” seguido por ciertas explicaciones válidas o un tajante “no” sin más, suele generar enojo.
Hay personas que no soportan recibir una respuesta negativa, incluso si ellas mismas no tienen problema en negarse a hacer algo por los demás. Algunos consideran impensable recibir un “no” porque creen que los demás deberían hacer cualquier cosa por ellos, sin importar las consecuencias.
Estas personas suelen enojarse también cuando reciben como respuesta un “déjame ver cómo lo puedo hacer”, lo que plantea la posibilidad de que a lo mejor no podrán conseguir lo que quieren.
Es importante entender que, en muchos casos, cuando recibimos una respuesta negativa o contraria a la que esperamos, no se trata de una afrenta personal o de algo en nuestra contra, sino del derecho de la otra persona a ejercer su autonomía.
Tenemos la responsabilidad de respetar las respuestas negativas y los límites que nos ponen. La venganza u otras repercusiones negativas no tienen cabida.
En lo personal, prefiero una respuesta negativa clara y transparente a un “sí, cuenta con eso” no acompañado por ninguna intención de cumplir. Esta actitud, común en algunas culturas, nos hace perder tiempo y energías.
A veces, la honestidad de un “no” es mucho más valiosa que un falso “sí”. Aceptar los límites que nos ponen las demás personas es el fundamento de cualquier relación sana y respetuosa.
Aceptarlo no implica abandonar nuestros objetivos: sólo significa que tenemos que buscar otras opciones y nuevas vías para conseguirlos.
Notas Relacionadas
Hace 16 minutos
Hace 26 minutos
Hace 45 minutos
Más sobre esta sección Más en Nacional