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Coahuila

El derecho a ser luz

Por Irene Spigno

Hace 1 mes

La luz es vital para las personas. Las razones son muchas. En primer lugar, la luz natural, la que nos regala todos los días el Sol –una estrella que la produce mediante reacciones nucleares y que constituye energía– nos ayuda a cuidar nuestra salud física, ya que es trascendental para el desarrollo y fortalecimiento de nuestros huesos y músculos, entre otros aspectos. En segundo lugar, la luz solar es fundamental para producir vitamina D, que contribuye al fortalecimiento de nuestro sistema inmunológico.

Además, la luz solar nos dona calor, indispensable para la vida en la Tierra. También cumple un papel fundamental en nuestra salud mental, ya que estimula la producción de serotonina, un neurotransmisor y hormona que regula nuestro estado de ánimo y favorece nuestro bienestar.

Muchos estudios científicos demuestran que la falta de exposición a la luz natural puede causar trastornos del sueño y alteraciones emocionales, entre otros problemas.

La luz es vital para todos los seres vivos. Gracias a la energía lumínica, las plantas realizan el proceso de fotosíntesis, mediante el cual transforman el agua y el dióxido de carbono en glucosa, que constituye su alimento.

Al mismo tiempo, la luz solar es una importante fuente de energía para los animales, influyendo en la regulación de sus ciclos biológicos más básicos, como la reproducción o, por ejemplo, en el caso de insectos y aves, la orientación y migración.

Aunque es cierto que no en todas las partes del mundo se cuenta con las mismas horas de luz –dependiendo de la inclinación del eje de la Tierra y su posición orbital– en lo general, debido al giro de rotación de aproximadamente 24 horas que la Tierra realiza sobre su propio eje, hay momentos del día en los que no podemos disfrutar de la luz solar. Casi parece que la Tierra “apaga” el Sol.

En esos momentos llega la oscuridad. Se trata de algo necesario, porque es fundamental mantener un equilibrio entre luz y oscuridad. Sin embargo, aunque parezca lo contrario, la luz nunca termina.

En la noche, si contemplamos el cielo, podemos ver la luz de otras estrellas y, más aún, si tenemos la suerte de estar en un lugar con poca contaminación luminosa.

Además, hay días en que el cielo nos regala un espectáculo hermoso: la Luna llena. La Luna no brilla con luz propia, sino que, gracias a la posición de la Tierra, el Sol ilumina completamente su cara visible.

Asimismo, al llegar la oscuridad, gracias a la invención de Thomas Edison en 1879, hoy la gran mayoría de las personas podemos contar con luz artificial, a la que accedemos de manera muy fácil, presionando un interruptor cuando la necesitamos.

Aunque en ambos casos se trate de luz, existe una gran diferencia entre la natural y la artificial. La primera proviene de una estrella que nunca se apaga, aunque a veces se oculta debido al giro rotatorio de la Tierra, que hace que la luz del Sol llegue a un hemisferio mientras el otro permanece en oscuridad. La luz artificial la prendemos y apagamos, como y cuando queremos.

Sin caer en soberbia, creo que las personas somos un poco como el Sol: al igual que este cuerpo celeste que nos dona luz y calor, también podemos brillar y transmitir vida y calor.

Para lograrlo, debemos cuidar nuestra energía y luz interior. Gracias a ella podemos iluminar el mundo que nos rodea, acompañar a otros en caminos antes oscuros y dar calor cuando y a quien lo necesita.

Habrá muchas personas a las que no les gustará nuestra luz: la sentirán excesiva, no la podrán soportar e intentarán apagarla, minimizando nuestro valor.

Sin embargo, cada uno de nosotros puede decidir qué luz ser en su vida: podemos elegir ser luz solar, que nadie puede sofocar, o una bombilla que cualquier persona puede decidir cuándo y cómo apagar.

Como siempre, tenemos en nuestras manos la posibilidad de elegir.

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