Cuando conocí las zonas arqueológicas de las civilizaciones que florecieron en el territorio que hoy es México, me percaté que se ocultan cosas importantes que explican la situación en que se encontraban los pueblos originarios durante la conquista, y la explotación y agonía de su civilización. Por ejemplo, en la zona maya, los indígenas habilitados de “guías” turísticos se referían a sus antepasados como pacíficas comunidades de monacal conducta, lo cual no es cierto, pues los mayas eran guerreros que se pasaban la vida peleando entre sí, por el dominio de los derrotados.
En Zacatecas, en la mina del Edén, los guías ocultaban que los europeos cazaban indígenas desde niños y los metían a trabajar en las minas hasta su muerte, lo que no tardaba 10 años, y ya no volvían a ver la luz solar. Cuando pregunté el motivo de dicho ocultamiento, la respuesta fue: “Porque los turistas españoles son de los más asiduos visitantes, y no queremos que se sientan mal o se ofendan”.
Uno de mis escritores favoritos, Eduardo Galeano, privilegia el viacrucis de los pueblos conquistados, en cuyos textos da a conocer el trágico destino de los vencidos, pero poco dice sobre la realidad que vivían los pueblos dominados por el imperio mexica, que era tan terriblemente sangriento como lo fue el español. Eso explica por qué los tlaxcaltecas, totonacas y otros pueblos sometidos se aliaron con Hernán Cortés para vencer a los aztecas.
También acarreó confusión Bernal Díaz del Castillo, un soldado de Hernán Cortés que escribió “Historia verdadera de la conquista de la nueva España”, en el que habla de la hermosa Tenochtitlan, de sus grandes mercados, maravillosos palacios y portentosos templos, pero nunca dice por qué destruyeron esa gran ciudad, a pesar de los atributos que le reconoce, y que -según él- eran superiores a los de las grandes ciudades de su época.
Los cronistas de aquella época, sacerdotes o personajes ligados al catolicismo, recogieron datos sobre los sacrificios humanos de los mexicas y su canibalismo ritual, pero ignoran las atrocidades que los europeos hicieron con los pueblos originarios, a los que asesinaron, torturaron y esclavizaron durante casi tres siglos con la anuencia de la iglesia católica. Y lo ocultaron, para no comparar su salvajismo con el de los conquistados. Las omisiones en esas crónicas se explican a través de aquella realista frase de que “la historia la escriben los vencedores”.
Ahora que Andrés Manuel López Obrador ha presentado su libro 19, “Grandeza”, escritos en los últimos 35 años, la confusión sigue profundizándose, porque su historia es más sesgada que las de otros autores con mayor intelectualidad que el ignorante ex presidente, quien olvida que nuestra identidad nacional, incluso la suya, nació del mestizaje de la conquista, pero AMLO con su nacionalismo trasnochado se ubica como indígena, aunque los tenga olvidados, y no sabemos en cuál civilización se ubica: ¿maya, olmeca, mexica, zapoteca o teotihuacana?, pues todos eran de diferentes etnias que constituyeron imperios y civilizaciones, con distintos idiomas, dioses y cultura.
AMLO escribió una nueva historia adecuada a su Cuarta transformación, a su reducida cosmovisión, y comenzó con darle un origen: las civilizaciones prehispánicas, a las que califica como El México profundo. Seguramente su próximo libro será sobre los mestizos que hicieron las cuatro transformaciones de las que tanto habla. Por eso el nuevo libro de AMLO que publicó para su clientela electorera, es parcial, demagógico, tendencioso, que si no lo escribió él, si dictó las ideas básicas de su mamotreto, el que es tan mentiroso como lo ha sido su movimiento y su gobierno, y se venderá como pan caliente, pues será más fácil de leer, obviando a los clásicos, a los que nunca han leído ni leerán los obradoristas.
Si la realidad que vive México no fuera lo suficientemente terrorífica, nos causaría risa o parecería una broma que el ex narcopresidente AMLO se ha convertido en el historiador oficial de la 4T. El que les dirá a los mexicanos de ahora cuál es su origen sin mencionar la importancia que tuvieron los españoles en nuestro mestizaje, a pesar que tenemos el mismo idioma, la misma religión y el mismo origen simbólico: Malintzin y Cortés. Pero que se puede esperar de AMLO, si alguna vez se comparó con Cristo, porque supuestamente estuvo al lado de los pobres igual que él.
Política aldeana
El merecido premio nobel de la paz, para la venezolana María Corina Machado, no tuvo el reconocimiento de Claudia Sheinbaum, porque ha defendido a su patria del dictador Nicolás Maduro, aliado del obradorismo, a pesar de ser una madre que dejó de ver a sus hijos durante dos años, que se mantuvo en la clandestinidad y cuya libertad y vida pende de un delgado hilo.
La patriota María Corina, ha luchado contra la destrucción de su país, el que ahora se debate entre la dictadura, la corrupción, la violencia y el empobrecimiento de su pueblo. Quizás, Claudia Sheinbaum no quiso reconocer a María Corina, no por cuestión ideológica, sino porque es una mujer que en nada se parece a ella, pues María Corina es una mujer valiente, culta, preparada y de grandes valores, pero es además una mujer guapa y distinguida que no tiene ninguna semejanza con la presidenta-gerente que dejó AMLO para que lo obedeciera, protegiera y continuara su labor destructiva, aliada con los narcotraficantes, a quienes no quiere tocar ni con el pétalo de una rosa.
María Corina ya pasó a la historia como una luchadora social, mientras que Claudia Sheinbaum todavía la historia no la sitúa en su lugar, como la destructora de un gran país, rico y con gran futuro. Tal vez por eso, la frase de no somos iguales, le queda al dedillo a Claudia Sheinbaum si se compara con María Corina.
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