“El Ejército no quiere entrar a las casas. Hay familias aún, que no reciben ayuda”, dijo un poblador.
Ante los reclamos, Sheinbaum se subió a una camioneta del Ejército y en medio de la gritería pidió que le permitieran hablar, mientras un joven exigía información sobre sus compañeros de la Universidad Veracruzana.
“Escúchame”, señalaba con el dedo la Presidenta para hacerse oír, pero el joven le exigía que mirara las fotografías de sus compañeros.
“No se va a ocultar nada”, dijo.
Pero el joven insistió: “Mis amigos no pudieron salir. Ya pasaron 3 días y no aparecen. De qué me sirve que venga, quiero ver a mis compañeros”.
Sheinbaum tomó un micrófono y una vez más intentó calmar a la población: “Escúchenme, escúchenme”, imploró.
Pero seguía el escándalo.
“Bueno, ya me voy”, amagó y luego pudo decir que habría un informe detallado de daños y que nadie quedaría sin ayuda.
¿Viste las imágenes de los reclamos a Sheinbaum hace unos días en Veracruz, cuando ella desesperada pedía que la escucharan?
Primero que nada, mis respetos, doctora. Me parece valiente y necesario (y arriesgado) que haya ido a la zona de desastre. Quizá de esa empatía puede surgir una mejor atención a los afectados.
AMLO ni de chiste se hubiera parado ahí para no “arriesgar la investidura”. ¡Ja, pamplinas! (en realidad es otro el adjetivo, tú ya sabes cuál…).
Hablemos hoy de lo que pedía la Presidenta, de escuchar.
Una cualidad que parece perdida en la era de las redes sociales.
Parece perdida porque nuestra capacidad de enfoque es inexistente. Estamos tan bombardeados de distractores que ya no tenemos tiempo para prestar atención. Y para escuchar hay que prestar atención.
Por ejemplo, una junta típica. ¿Qué hacen los asistentes cuando alguien está hablando? Ya adivinaste: están viendo el celular. Ah, y lo mismo pasa en las reuniones familiares, ¿a poco no?
Otro factor que limita nuestra capacidad de escuchar es la polarización. Los algoritmos de las redes sociales mandan información que concuerda con nuestras preferencias, reforzando la cerrazón y promoviendo comportamientos sectarios. Ah, y aparte, políticos populistas de derecha e izquierda le echan gasolina al fuego porque les conviene para sus estrategias electorales que estemos peleados y divididos.
Por esto, si alguien piensa cómo nosotros es genial, y cualquiera que piense distinto es un idiota. ¿Escucharlo? Ni de locos, mejor lo insulto, lo etiqueto.
¿Cómo escuchar bien?
Primero que nada, callando. Resistiendo la tentación de hablar, otro síntoma de la era de las redes sociales, donde el estrellato está asociado al protagonismo. Recordar que el que nunca deja de hablar no aprende.
En parte por eso estamos en problemas, hemos perdido la capacidad de aprender. Y mucho de esto tiene que ver con la capacidad de escuchar. Con la capacidad de absorber, de reflexionar, de ajustar.
Segundo, evitando las distracciones. Dejando el celular, por Dios. Sobre todo en ocasiones relevantes. Cuando se discute un tema clave. Cuando estás con alguien importante. Cuando celebras. Cuando viajas.
Finalmente, practicando lo que se conoce como “escuchar activamente”, utilizando técnicas como las siguientes: mantener la mente abierta (no pensar en tu respuesta), no interrumpir, evitar juicios al contestar, preguntar para profundizar, resumir y/o clarificar lo que se dijo, utilizar lenguaje corporal positivo (postura, gestos, contacto visual, etc.), evitar dar consejos (a menos que sean solicitados) y ser paciente.
Buenos tips, seguro te sirven.
Una advertencia final: las emociones fuertes afectan la capacidad de escuchar. Precisamente por eso es que en Veracruz no escuchaban a la Presidenta. Estaban desesperados tras la tragedia, tras perderlo todo.
Difícil pedir a alguien que preste atención en esas circunstancias.
Ahí lo mejor es callar. Ahí lo mejor es escuchar.
Dejar el hablar para tiempos más propicios.
Escuchar, hacer lo que se tenga que hacer y luego, ya tras los resultados, quizá ya se pueda hablar.
A fin de cuentas, las acciones siempre dicen más que mil palabras.
En pocas palabras…
“Hechos son amores y no buenas razones”.
Refrán mexicano
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