El pasado primero de diciembre marcó el banderazo oficial para el proceso electoral en Coahuila con miras a la renovación del Congreso local. Con este inicio, comenzó la cuenta regresiva para que los partidos políticos registren sus coaliciones, una dinámica que, desde ya, está generando fricciones y reacomodos internos en las principales fuerzas contendientes.

La alianza que ha dominado el panorama político reciente en Coahuila, la del PRI y el PAN, se encuentra actualmente en una encrucijada marcada por la discordia de sus cúpulas nacionales; y es que, recordemos que la nueva cara del Partido Acción Nacional (PAN) trajo consigo un mensaje contundente: no más coaliciones electorales. Esta postura, dictada desde el centro, choca de frente con la realidad coahuilense, donde la alianza con el PRI se percibe como una necesidad estratégica.

Esta decisión centralista no sólo mina las posibilidades de una coalición competitiva, sino que también subraya la pérdida de autonomía y representación del panismo en el estado. Al someterse a un dictado nacional que desconoce las dinámicas locales, la dirigencia estatal del PAN queda expuesta y con un margen de maniobra reducido, poniendo en desventaja a sus aspirantes. La pregunta que flota en el ambiente es si el pragmatismo local finalmente doblegará la retórica nacional o si el PAN estatal pagará el costo de esta disciplina impuesta.

Por su parte, Morena enfrenta un escenario de ruptura interna provocado por la ambición de sus cuadros. Los triunfos electorales alcanzados han desatado una ola de aspirantes que se sienten con el mérito suficiente para alcanzar una “rebanada del pastel”. La percepción, extendida entre sus filas, de que Morena no exige requisitos rigurosos como: preparación, liderazgo y ni siquiera un historial de honestidad, para abanderar una candidatura, ha inflado la lista de interesados, llevando la pugna a un punto de ebullición, aunque ahora los aspirantes de Morena se toparon con la obligación de ceder espacios a un ex-rival, una píldora amarga que tensiona más la unidad interna de cara a la elección.

Y es que, a esta lucha por alcanzar una candidatura se le ha agregado una realidad impuesta desde la cúpula: la negociación con el Partido del Trabajo (PT), misma que implica la cesión de candidaturas importantes, lo que ya generó un fuerte descontento, ya que el considerar lo anterior, significa el inminente regreso de Ricardo Mejía Berdeja, a pesar de haber traicionado al movimiento en el proceso de 2023. Es decir, que, por la necesidad de los pactos nacionales, inevitablemente los morenistas en el estado, tendrán que considerarlo nuevamente como parte del movimiento, lo que evidencia que, en la política de Morena, la lealtad tampoco es un factor determinante en la negociación cupular.

El arranque del proceso electoral en Coahuila no es sólo un trámite legal, sino la apertura de una olla de presión política. Mientras la oposición tradicional lucha por conciliar su necesidad de alianza con el bloqueo de sus dirigencias nacionales, Morena enfrenta una crisis de crecimiento y ambición, obligada a tragar sapos políticos para mantener el equilibrio de su coalición. Lo que está claro es que los próximos días serán cruciales para definir el mapa de fuerzas y la competitividad real de cada partido en la contienda por el Congreso.