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Coahuila

La bomba más letal

Por Enrique Martínez y Morales

Hace 1 mes

Durante la Segunda Guerra Mundial, alrededor de 1942, Adolf Hitler ideó una de las armas más insólitas y letales para destruir a su enemigo. Esta sería lanzada desde los bombarderos de la Luftwaffe, su fuerza aérea. Y no, no era ni una bomba atómica ni tampoco un arma biológica, sino un diluvio de, a valor actual, más de 7 mil millones de libras esterlinas falsificadas que caerían sobre territorio británico.

Para lograrlo, reclutó a cientos de judíos de sus campos de concentración expertos en impresión, grabado y tipografía; antiguos banqueros, matemáticos y descifradores, todos forzados a crear las libras falsas más perfectas posibles.

Sin ser economista, Hitler sabía muy bien el daño que esto causaría. Recordaba cómo la hiperinflación había devastado a la República de Weimar en la Alemania de entreguerras, cuando el dinero se volvió prácticamente inútil y la economía colapsó. Los billetes perdían tan rápido su valor que eran empleados para alimentar las chimeneas y los calentadores, en lugar de leña.

Una inundación de dinero sin sustento productivo desestabilizaría por completo un país, y eso era exactamente lo que pretendía hacer con Gran Bretaña. Al final, no era sólo dinero lo que iba a llover, sino la ruina de toda una economía. Afortunadamente para los Aliados, para cuando Hitler tuvo todo listo, el rumbo de la guerra había cambiado y no pudo ejecutar su plan.

Todos hemos fantaseado alguna vez con la idea de que nos caiga dinero del cielo para resolver de un plumazo nuestras dificultades económicas. Si esto sucediera para una persona, seguramente funcionaría como remedio provisional. Pero si fuera para todos, las consecuencias serían apocalípticas.

Imaginemos una isla donde viven 10 familias y hay una cantidad fija de dinero que se utiliza para el intercambio. Cada familia se especializa en la producción de un bien y la economía goza de un perfecto equilibrio. ¿Qué pasaría si un día todos amanecieran con el doble de dinero en sus bolsillos? Como no se incrementó la producción, en pocos días el dinero se devaluaría tanto que quizá ya nadie lo aceptara como medio de intercambio.

El dinero, por sí solo, no genera valor si no está respaldado por una actividad económica sostenible y un sistema financiero sólido. La estabilidad de las economías no se logra llenando el mercado de dinero, sino manteniendo un tejido productivo fuerte y una gestión responsable. Los bancos centrales, en este sentido, tienen la enorme responsabilidad de mantener un equilibrio, asegurando que la emisión monetaria vaya de la mano con el crecimiento económico real.

El dinero en físico sólo es papel y en cuentas bancarias sólo es una cifra. Por sí solo, y sin la confianza de la gente, no vale nada.

Esperar a que nos llueva dinero del cielo no sólo es ilusorio, sino sería altamente dañino. La riqueza de una sociedad sólo se construye con trabajo, innovación y producción, ¡esa es la solución!

 

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