Nacional
Por Federico Muller
Hace 3 meses
La economía del comportamiento es una teoría relativamente reciente, pero ya ha demostrado ser útil para entender cómo tomamos decisiones en distintos aspectos de la vida, más allá del simple consumo de bienes materiales. Su principal aporte es considerar que, al decidir, las personas no sólo actúan con lógica o cálculo, sino que también influyen sus emociones, el entorno y las condiciones sociales. En este artículo se explora cómo esta teoría puede ayudarnos a entender la experiencia de los conciertos musicales realizados en la ciudad, y por qué estos eventos generan una respuesta tan poderosa en el público.
Por Amor a Saltillo
En 2024, Javier Díaz González fue postulado como candidato a la Presidencia Municipal de Saltillo por la coalición PRI-PRD-UDC. Obtuvo 179 mil 920 votos, lo que le permitió ganar la contienda electoral. El 1 de enero de 2025 asumió el cargo como Alcalde, posicionando entre sus principales ejes de Gobierno la mejora de la infraestructura, la recuperación de espacios públicos y la promoción de la cultura. Bajo esa visión, la Administración ha impulsado programas como Boleros, Danzones y Algo Más y Colonias al 100, que combinan actividades artísticas con la participación comunitaria. Estas iniciativas retoman elementos de un estilo político de antaño, caracterizado por la cercanía con la gente, similar al que promovían los exgobernadores Manuel Cavazos Lerma y Humberto Moreira Valdés, o bien, reflejan la consigna vigente del Gobierno federal: “menos escritorio, más territorio”.
En ese contexto, el Alcalde ha llevado espectáculos musicales una o dos veces al mes a colonias de la periferia. Durante junio y julio, por ejemplo, visitó fraccionamientos como Las Teresitas, Saltillo 2000 y Mirasierra. En estos eventos, muchas mujeres de grupos vecinales hacían fila para compartir unos pasos de baile con el exnadador olímpico, hoy convertido en figura política local. El reconocimiento simbólico y la posibilidad de vivir experiencias que rompen con la rutina de la vida también son parte de los requerimientos del ser humano.
Música del recuerdo
Hace algunos días, el Teatro de la Ciudad abrió sus puertas para recibir a músicos y coros estadunidenses que interpretaron melodías emblemáticas de las décadas de los 40 y 50. Fue un homenaje al repertorio musical que acompañó los años de guerra y posguerra, y que animaba los bailes en centros nocturnos y cabarets de ciudades como Nueva York, Los Ángeles, Ciudad de México o Monterrey. El público -en su mayoría personas mayores de 65 años- disfrutó interpretaciones de clásicos de Glenn Miller y Ray Conniff. Luego de varias canciones, se invitó a las parejas a dejar sus butacas para subir al escenario y bailar al ritmo de la orquesta. Fue un momento emotivo y vibrante que transformó el recinto en una pista de baile improvisada. Si ese evento se hubiera organizado bajo el modelo de “taquilla inversa” -donde el espectador paga al final según su grado de satisfacción-, es muy probable que la recaudación hubiera superado las expectativas. Porque esa noche no se compró sólo un boleto: se adquirió una experiencia, una emoción colectiva, una memoria compartida.
La teoría lo explica
¿Cómo se entiende el éxito de estos eventos saltillenses, tan distintos entre sí pero igualmente concurridos? La Economía del Comportamiento, desarrollada por Richard Thaler y popularizada a partir de 2008, ofrece una posible respuesta. Esta teoría sostiene que las decisiones económicas de las personas no siempre son racionales. Muchas veces están influenciadas por emociones, impulsos y el entorno social.
Desde esta perspectiva, los espectáculos musicales -como conciertos, danzas, veladas, festivales o bailes en plazas públicas- cumplen una función emocional importante. No sólo entretienen, sino que ayudan a las personas a sentirse vivas, a salir de la rutina y a encontrar un equilibrio entre el trabajo, las emociones y la vida personal. Los seres humanos, por su propia naturaleza -cuerpo, mente y emociones- necesitan experiencias que los conecten con la alegría, la creatividad y la convivencia. La música, en particular, permite satisfacer esa necesidad emocional.
El arte musical: una experiencia que toca el alma
Antes de asistir a un concierto, muchas personas sienten emoción y expectativa. Después del evento, quedan los recuerdos, las canciones en la mente, los videos compartidos. Es un ciclo que se repite: la emoción previa, la vivencia compartida y la memoria que perdura. Cada nuevo concierto se suma al anterior, formando un cúmulo de experiencias que acompañan a la persona a lo largo del tiempo. Estas vivencias sólo se interrumpen cuando se pierde la capacidad de emocionarse, de esperar algo bueno o de disfrutar la vida.
En casi todos los conciertos -sean con artistas locales, nacionales o internacionales- se pueden identificar al menos cuatro estados o emociones comunes entre los asistentes: 1. Conexión emocional colectiva: es un lazo espontáneo que surge entre los asistentes durante un concierto o espectáculo. No importa la edad, el género o de dónde venga cada quien: todos se sienten parte de lo mismo. El público deja de ser sólo espectador para convertirse en participante. Canta los coros, sigue el ritmo con el cuerpo y acompaña a los artistas desde su lugar. Esa energía compartida crea momentos inolvidables, que quedan grabados en la memoria de quienes admiran a los músicos sobre el escenario.
2. Sentido de pertenencia: la música es una de las formas más agradables y efectivas para fortalecer el vínculo de las personas con su comunidad -ya sea un barrio, fraccionamiento o colonia. Las canciones tocan fibras profundas del corazón y despiertan emociones que conectan a los asistentes entre sí. Durante un concierto, se abren espacios para el diálogo, la convivencia y el intercambio de historias, sueños e ilusiones. La música no sólo entretiene: también une, y hace que cada quien se sienta parte de un lugar al que pertenece.
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