Querida persona lectora:
¿Qué imágenes o sensaciones surgen en tu mente cuando escuchas la palabra “necesidad”?
Seguramente, las primeras respuestas se relacionan con la carencia o la ausencia. Sin embargo, como ocurre con muchos conceptos fundamentales de la vida, el concepto de “necesidad” es susceptible a distintas interpretaciones, algunas de las cuales quizás son más profundas y positivas.
Para mí, la “necesidad” es una fuerza transformadora fundamental, capaz de activar nuestros recursos internos, y que nos obliga a la acción. La necesidad es un motor poderoso que nutre nuestra creatividad y fomenta el esfuerzo hacia la búsqueda de posibles soluciones. Es el factor que nos obliga a abandonar nuestra zona de confort. Cuando enfrentamos una situación de necesidad, nuestra mente empieza a viajar en modo “resolución de problemas”.
Si quisiéramos usar una metáfora, la necesidad es como el hambre o la sed. ¡Qué buena resulta la comida cuando estamos hambrientos! ¡Qué deliciosa es el agua cuando la sed nos agobia!
Esta es una analogía sensorial que podemos y debemos trasladar a la vida en general. Los logros que conseguimos son más valiosos y los apreciamos con mayor intensidad cuando los alcanzamos a través del esfuerzo, la disciplina y el compromiso. Si viviéramos en una condición en la que la vida nos dispusiera en una bandeja de plata todas las oportunidades, recursos y soluciones ya elaboradas, pronto careceríamos de ese impulso intrínseco que solo genera la necesidad.
Esta ausencia de “apetito” nos llevaría a una inercia que subutiliza nuestro potencial, limitando el desarrollo de la resiliencia y las habilidades de autoconfianza. ¿Qué necesidad hay de esforzarse si el camino ya está pavimentado?
Luchar, fallar, caerse y volver a levantarse no son fracasos. Son etapas fundamentales en el procesos de crecimiento constante que todas las personas experimentamos en los distintos momentos de nuestras vidas. Sin ellas nos estaríamos alejando de la verdadera meritocracia, que consiste, a mí modo de ver, en el interés genuino y la voluntad de superar los obstáculos que la vida nos presente en cualquier ámbito: personal, familiar, social, educativo o profesional.
Dejemos de enfrentarnos a la necesidad desde una posición de víctimas y empecemos a entender que el vacío, el tener hambre o sed, son en realidad semillas para que nuestro mayor potencial despegue. Vivir en un espacio donde la lucha y las carencias no existen nos hace perder la oportunidad de saborear los éxitos con esa intensidad que solo los esfuerzos propios nos permiten conocer.
El objetivo de nuestra existencia no debería ser evitar la carencia. Más bien deberíamos enfrentarnos al verdadero desafío de perseguir nuestros sueños, cultivándolo y alimentando ese hambre de manera tal que podamos transcender nuestra propia historia y construir y fortalecer nuestra mejor versión.
Deberíamos dejarnos guiar por la brújula de la necesidad para dirigirnos hacia la excelencia y la resiliencia, en búsqueda de aquel impulso incansable que nos recuerde constantemente que, en realidad, el trabajo constante, la disciplina y el esfuerzo son los únicos ingredientes secretos de un éxito duradero.
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