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Coahuila

La justicia comienza en casa: septiembre es mes del testamento

Por Alfonso Yáñez Arreola

Hace 2 meses

Hablar de testamentos no es sencillo, a menudo lo asociamos con la muerte, con enfermedades, con grandes fortunas o con trámites complejos y burocráticos. Sin embargo, pocas acciones son tan humanas, tan solidarias y tan socialmente trascendentes como el hecho de otorgar un testamento. El testamento no es un documento frío, es una declaración de amor, de responsabilidad y de visión hacia el futuro. Es la manera más clara de cuidar de quienes más queremos para cuando ya no estemos físicamente presentes.

En un país como el nuestro, donde los vínculos familiares son intensos y las emociones marcan la vida cotidiana, hablar del testamento es hablar de tranquilidad y de justicia social. Reflexionemos, ¿qué ocurre cuando una persona fallece sin dejar testamento? queda un vacío emocional y queda un vacío jurídico que desencadena disputas, pleitos y tensiones entre quienes, en teoría, deberían acompañarse y sostenerse mutuamente en el duelo. El testamento previene todo eso; es una herramienta jurídica que evita conflictos, que da certeza y que protege a quienes más amamos. En Coahuila, cualquier persona, a partir de los 14 años, puede otorgarlo, y al hacerlo, transforma la incertidumbre en claridad. Otorgar un testamento no significa “llamar a la muerte”, significa garantizar vida, armonía y paz a los que se quedan; no es pensar en el final, es sembrar tranquilidad en el futuro.

En México, septiembre es conocido como el mes del testamento. La campaña nacional busca incentivar que más personas se acerquen a este trámite y aprovechen beneficios como costos reducidos, horarios extendidos y asesoría accesible en notarías de todo el país. Pero más allá de la campaña, lo que está en juego es la construcción de una cultura de prevención y de seguridad jurídica.

Como sociedad necesitamos entender que planear no es pesimismo, es cuidado, es madurez y es civismo. Cuando alguien decide otorgar su testamento, protege a su familia y fortalece el tejido social, porque cada conflicto heredado que se evita es un pleito menos en tribunales, un distanciamiento menos entre familias y una carga menos para la comunidad. El testamento, puede sonar individual pero tiene un efecto colectivo. Una sociedad donde las personas planean, prevén y actúan con responsabilidad es una sociedad fuerte, justa y humana. Imaginemos lo contrario; familias divididas, bienes en disputa, procesos legales que duran años, resentimientos que jamás sanan. Todo eso puede prevenirse con un documento sencillo, claro y otorgado en vida porque el testamento es un instrumento de paz.

Como sociedad, debemos cambiar la narrativa en torno al testamento, no es un tema oscuro, ni exclusivo de personas mayores, ni reservado para quienes tienen grandes fortunas. Al contrario, otorgar el testamento es accesible, es práctico y es profundamente humano. Es la oportunidad de decidir cómo queremos que se reparta nuestro patrimonio, de reconocer a quienes nos acompañaron, de proteger a nuestros hijos, y de dejar claro un último mensaje: que nuestra partida no sea motivo de conflictos, sino de unión. En otras palabras, el testamento es un puente entre lo que somos en vida y lo que dejamos como huella.

Hacer un testamento, es un deber con el futuro como acto de justicia, compromiso con la paz, con la familia y con la sociedad.

La cultura del testamento, es sembrar certeza y garantizar que la justicia comienza en casa. El testamento habla de la vida y no de nuestra vida, sino de la vida que sigue después de nosotros. Otorgarlo es, en definitiva, un regalo de amor.

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