Queridas personas lectoras, la semana pasada, en este mismo espacio, platicamos acerca de la receta de la felicidad. ¿Hicieron el ejercicio que les encargué? ¿Pudieron concentrarse e identificar lo que realmente les hace feliz? Quizás solo unos pocos entre ustedes pudieron hacerlo.
Estoy segura de que la gran mayoría anduvo muy ocupada, que no tuvieron tiempo, que tuvieron otras cosas que hacer o que lo pospusieron. ¿Por qué creen que buscar su propia felicidad es algo que puede esperar? ¿Por qué antes existen otras prioridades? ¿Procrastinaron? Le dicen “procrastinación” a toda aquella acción o hábito de retrasar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes o agradables.
Si, esta es la verdad, no somos felices porque pensamos que serlo no es algo importante, que es algo que puede esperar tantito. Pero también porque ser felices implica un esfuerzo, implica generar cambios de patrones y de comportamientos, superar creencias limitantes que como quiera constituyen nuestra zona de confort en la que nos movemos seguras y seguros en nuestro papel de sujetos pasivos de nuestras vidas, cabalgando la tormenta con lo que encontremos sin saber qué rumbo tomar.
No. Nosotros somos los autores de nuestras vidas. Nosotros somos los que decidimos si queremos hacer de nuestra vida una verdadera obra de arte o no. Nosotros decidimos nuestro propósito y si queremos que la tormenta nos domine o si mejor aprendemos a surfear y disfrutar las olas.
Fácil decirlo, difícil hacerlo. Y es incluso más difícil si nos obstinamos a no cambiar, a no mirarnos al espejo y a aceptarnos con todo, virtudes y defectos, con mucho amor y sin soberbia.
Hay muchas personas que se mueven por el mundo con mucha soberbia, con esa actitud de grandiosidad, altanería y egocentrismo, y una pizca generalmente de agresividad (incluso pasiva a veces). Pero, en realidad, lo que esta actitud esconde son inseguridades, miedos, vacíos y profundas heridas emocionales.
Se trata de una trampa del amor. Cuando nos movemos por el mundo pensando que tenemos a todos en contra, cuando nos concentramos en las actitudes (que muchas veces nosotros calificamos como) negativas de los demás (especialmente cuando las otras personas no tienen ninguna intención de afectarnos) en lugar de tratar de ver lo bonito en los demás, estamos cayendo en esta trampa.
Y esto nos impide ver las oportunidades, creamos problemas allí donde no existen en lugar de pensar cómo encontrar soluciones y de vivir con plenitud nuestras vidas. Esta misma trampa nos impide apreciar el gran valor de las personas que muchas veces llegan a nuestras vidas, en distintas formas: como familiares, parejas, amistades, compañeros de trabajo, etc. Hay personas que llegan y son como ángeles y nosotros estamos demasiado ocupados a buscar con mucha pasión los posibles riesgos y peligros que están solamente dentro de nuestra mente. Y así perdemos personas y oportunidades. Y nos damos cuenta, generalmente, cuando ya es demasiado tarde.
Allí está la receta de la infelicidad: en los obstáculos y problemas que genera nuestra mente y que convertimos en realidad. Nuestra realidad. Aquí les dejo la nueva tarea para esta semana que hoy comienza: concéntrense en cuales son, día por día, los pensamientos negativos que dominan su mente y que, por consiguiente, influyen en sus cotidianidades.
Nuestro potencial es infinito. Hagamos de nuestras vidas verdaderas obras de arte. Sin miedos, sin soberbia. Con mucho amor. Nos lo merecemos.
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