Donald Trump ya se quitó la máscara de la diplomacia, y ha acusado al Gobierno mexicano de delitos, cuya gravedad hubiera tumbado a cualquier Gobierno democrático y mantuviera a su Presidente y funcionarios en la cárcel. Pero en México nada ha pasado, incluso los delincuentes oficialistas se defienden entre ellos del masiosare.
Con el último señalamiento de Trump, la situación ha quedado clara. Según el mandatario estadounidense “México hace lo que le decimos que haga”, y de ser así, el ritmo y las respuestas de Claudia Sheinbaum seguramente están acordes con la parte acusadora, y al menos ya sabemos que la risible actitud de la Presidenta mexicana está determinada por un guion preestablecido al otro lado del río Bravo, y que la repetición permanente de la palabra soberanía es el corto diálogo que le correspondió a doña Claudia en esta farsa teatral.
Y a decir verdad, México nunca ha sido soberano. Y cómo íbamos a serlo, si siempre hemos requerido que Estados Unidos reconozca a nuestro Gobierno en los cambios revolucionarios; además de que al primer Presidente independiente, Guadalupe Victoria, le hicieron el primer préstamo, para que pagara a los soldados y a la burocracia. ¡Bendita Soberanía!
Y así ha sido en todos los momentos cruciales de nuestra historia. Por eso no es de extrañar, que la inmensa mayoría de los presidentes mexicanos hayan sido pro Estados Unidos, incluso algunos de ellos fueron informantes de la CIA, tal es el caso de: Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo, además de cientos de funcionarios y políticos de alto nivel.
Entonces, es una verdad de Perogrullo lo dicho por Trump, y desde la independencia de España hasta nuestros días, México ha sido obediente con los Estados Unidos. Por eso, cuando no existía la 4T, quienes dividían a los mexicanos era el Gobierno norteamericano, ahora esa antipatriota labor la hacen los obradoristas, pues desde hace años, por conveniencia, los gringos le han dejado esa sucia tarea a la “izquierda” latinoamericana, pues divididos los pueblos no pueden enfrentar al enemigo.
Nuestra vecina cercanía con Estados Unidos también nos trae beneficios y privilegios: Tenemos el manto protector del imperio más poderoso, económico y militar, de la historia; nos beneficiamos comerciando con el mayor mercado del mundo; disfrutamos que millones de connacionales envíen remesas en dólares a nuestro país; nos han prestado dinero desde el inicio del periodo independiente, pero aún así, no queremos a nuestros vecinos.
En el fondo de nuestra malquerencia se encuentra la historia, de que en su etapa expansionista nuestro vecino nos hizo la guerra, nos derrotó y se quedó con más de la mitad de nuestro territorio. En la explicación del caso, poco consideramos tres datos: 1.- Que perdimos la guerra. 2.- Que el territorio que nos “robaron” estaba prácticamente deshabitado. 3.- Que el presidente Antonio López de Santa Anna, además de incapaz e irresponsable era un cobarde.
Pero seguimos siendo anti Estados Unidos, como somos anti España después de 500 años, aún cuando actualmente somos el principal socio comercial de los estadounidenses, quienes nos compran el 80 por ciento de lo que producimos, y cuya cercanía nos ha traído inversiones de quienes quieren estar a un lado del gran mercado.
Esa especie de odio hacia nuestros vecinos que nos inculca la escuela mexicana, nos ha impedido que como país aprovechemos los beneficios y privilegios que representa tener una frontera de 3,152 kilómetros con la nación más poderosa del mundo; pero sobre todo, que modernicemos nuestras creencias y actualicemos la historia, pues no es posible que defendamos países islámicos y populistas-socialistas en contra de Estados Unidos, cuando por vital interés debemos estar al lado de nuestro socio comercial, que es el mismo que le da trabajo a nuestros paisanos que envían a México remesas, y el que nos tiene en el TMec con inversiones y empleos.
Finalmente, en el México obediente que nos dibuja Donald Trump, esperemos que pronto ordenen que se combata la corrupción, a los cárteles de la droga, a la pobreza y a los políticos autoritarios. Con eso cambiará nuestro país, y por supuesto su actual Gobierno.
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