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La experiencia del Olimpia en Saltillo

Por Rosalío González

Publicado el lunes, 14 de octubre del 2019 a las 19:16


Fundado en 1975, es el cine más antiguo, y tal vez el más icónico, de Saltillo tras el cierre de el Palacio.

Saltillo, Coahuila.- Faltaba poco para el anochecer cuando compraron por primera vez un boleto para entrar al Olimpia, el único cine porno de Saltillo, un edificio antiguo que se erige en el primer cuadro de la ciudad junto con iglesias, comercios, bares y centros culturales.

Eran un hombre y una mujer, el boleto lo compró él, por 65 pesos, ella no pagó porque según la promoción en la taquilla, las mujeres entran gratis en compañía de un hombre.

Cuando les dieron el boleto rectangular e impreso en papel común, a ninguno de los dos le quedó claro ni qué película verían ni a qué hora podrían ingresar a la única sala del cine.

El vendedor les indicó que entraran por la puerta al lado de la taquilla, donde un hombre mayor les cortó el ticket en dos partes, se quedó con una y otra la devolvió.

“Este boleto les vale para una rifa, escriba su nombre y número de teléfono y métalo ahí”, dijo el señor apuntando a una ánfora de cristal llena de boletos con los datos de los visitantes, “la rifa será en diciembre y le llamamos a quien gane”, especificó el taquillero.

LA DULCERÍA CON ESPEJOS

En el vestíbulo del cine hay un conjunto de sillones donde unas mujeres sentadas ven un programa de comedia de señal pública, las dos ríen a carcajadas de los chistes y la situación de los personajes.

La pareja atravesó el lobby para pasar a la dulcería abandonada antes de ingresar a la sala. Él pidió un refresco en lata y unas frituras, ella replicó la orden. “Si quieren salsa ahí está”, dijo el encargado de la dulcería, que era el mismo que les había vendido el boleto en la taquilla.

Ambos agitaron la botella de salsa sobre las frituras mientras se veían en los espejos de la dulcería forrada con los reflejos de los colores chillantes de las envolturas de los dulces, botanas y bebidas dulces que se venden ahí.

A los costados de la dulcería hay dos pequeños túneles oscuros que en realidad son la entrada y la salida, pero ni ella ni él sabían hacia cuál de los dos dirigirse hasta que el tendero les indicó, “por allá entran y salen”.

VIDEO UNO

En el túnel se dieron cuenta que a diferencia de otros cines, en el porno no hay necesidad de llegar a determinada hora para alcanzar la función, y tampoco hay que discutir para elegir el título de la película.

Cuando entraron a la sala completamente oscura solo vieron la gran imagen que se reproducía en la pantalla y casi había un silencio total, a no ser por un ligero gemido que se escuchaba desde las bocinas.

Para tomar asiento, él tuvo que encender la lámpara del teléfono celular y alumbrar para elegir la fila para sentarse. Eligieron con dificultad porque muchas de las butacas se encuentran en mal estado, son viejas, tienen chicles pegados y otras manchas.

Al estar sentados pudieron darse cuenta que la película estaba avanzada, aunque es otra ventaja del cine porno, no es necesario ver la trama desde el principio para tomarle interés.

“Es cine de los 80”, le dijo él a ella mientras intentaron comer lo comprado en la dulcería, pero no pudieron, una sensación no les permitió pasar bocado y prefirieron dejar las frituras a un lado.

En la pantalla había una escena entre el contorsionismo y el ridículo de un hombre moreno con kilos de más y una mujer de piel rosada, sin embargo el sonido era muy bajo, lo poco que se decían los actores en pantalla se escuchaba como susurros.

VIDEO DOS

La pareja estaba sentada en la parte trasera de la sala y desde ahí se podía ver todo el resto de las butacas. A primera impresión solo vieron a un espectador más, a unas siete filas delante de ellos, era un joven que cargaba una mochila y salía y entraba de la sala cada cinco minutos.

La idea de que estaban casi solos se diluyó conforme pasó el tiempo e intermitentemente se activaban encendedores para darle fuego a los cigarrillos que están prohibidos en la sala, según los anuncios de “No fumar” instalados en las paredes del lugar.

Había una decena de personas esparcidas entre las 200 butacas del cine, y seguían llegando más: un hombre mayor, otro joven y un señor tosiendo.

Las funciones en el cine porno no duran un tiempo determinado, esa es otra ventaja. Los videos cuentan lo que tienen que contar en lapsos cortos y la permanencia en la sala depende sólo del gusto y disfrute del espectador, la llamada permanencia voluntaria.

VIDEO TRES

Se reproducía el tercer video (porque no era una película sino videos antiguos, casi caseros de sexo explícito) cuando un hombre de mediana edad entró a la sala y tomó asiento en la fila siguiente de donde estaba sentada la pareja.

En la pantalla una mujer de piel blanca, cabello negro y corto jugaba desnuda con un patín del diablo en una sala mientras un joven rubio y delgado la veía, la escena tenía a todos concentrados, o al menos eso parecía.

“Estos deben ser rusos porque están muy altos y los actores del video pasado debieron ser húngaros porque no eran feos, pero tampoco eran guapos”, le dijo ella a él mientras veían intrigados a la actriz triple equis dar vueltas en su juguete.

La sala estaba cada vez más contaminada por el humo del tabaco, el aire casi se volvía irrespirable y en ese escenario melancólico y nauseabundo el hombre frente a la pareja bajó el cierre de su pantalón y comenzó a frotar su miembro viril.

No era el único, los hombres que entran al cine porno y que durante algún tiempo sólo fueron hombres de edades cercanas a los 50 o que la rebasaban, tienen ahí un oasis contra la rutina.

Adentro de la sala, cubiertos con la oscuridad, el humo y el tenue sonido de las bocinas encuentran el escenario perfecto para satisfacer sus ansias de presenciar escenas de sexo y sentirse en el papel de los actores musculosos que se acuestan en sillones, camas, escritorios o el mismo suelo con las actrices voluptuosas.

No hay necesidad de salirse a fumar ni a escupir, todo, por más prohibido que lo tengan, se puede hacer ahí.

VIDEO CUATRO

En el cuarto de los videos, que pasaban en serie sin presentar títulos ni créditos, una mujer arrodillada frente a un actor le hacía sexo oral mientras la cámara encuadraba sólo la cara de ella.

Entonces una mujer irrumpió en la sala con una diminuta lámpara en la mano provocando que los hombres rápidamente se acomodaron después de haber estado casi recostados masturbándose en sus butacas.

La mujer de unos 40 años, obesa y morena, apagó la lámpara y echó una risa sin importarle que los espectadores estuvieran a medio video.

Se fue jugando con la lámpara apagada en sus manos hasta llegar a la primera fila, al pie de la sala, que es tan grande como la de un teatro y, seguramente, a veces más concurrida.

Las mujeres en el cine Olimpia son un público escaso, por eso es que en las promociones las consienten tanto, entran gratis a un lugar tan melancólico como físicamente insano.

VIDEO CINCO

El mayor movimiento del cine no se encuentra en la pantalla sino en el segundo piso de la sala, en la parte trasera, donde menos luz llega y donde quienes lo frecuentan procuran hacer el menor ruido posible. Es el área de ligue entre hombres porque mujeres no lo frecuentan, salvo excepciones.

La tensión sexual que se respira incomoda, no por la pantalla que no sale de ahí por más grande que se vea, sino por los pasos y susurros en los pasillos, el movimiento sigiloso de quienes se buscan y sin conocerse, ni siquiera de cara porque no hay forma entre tanta oscuridad, se encuentran entre las butacas y satisfacen sus ganas, ¿alguien afuera se imaginará lo que pasa dentro?

La pareja sale con los refrescos y las frituras en la mano, indeseables ya en ese momento. En cuanto terminan de recorrer el pasillo y llegan al lobby ven a otros dos jóvenes hombres, de 20 años aproximadamente, entrar al cine, van sonrientes, felices.

“Es el ritual del Olimpia” lo que los atrae, porque en sus casas y desde sus camas pueden encontrar gratis mejores videos que los que se reproducen en la pantalla grande de este antiguo edificio, pero no se sienten tan acompañados ni cómplices.

En cuanto salen por la puerta de cristal transparente forrada con papel parecido al aluminio, ella tose repetidas veces como sacando todo el aire fumado pasivamente adentro de la sala.

Los hombres parados sobre la acera en espera del autobús voltean a ver a la pareja con un dejo de picardía y morbo, la miran más a ella que a él.

Ninguno de los dos toma mucho en cuenta las miradas y atraviesan Allende, una de las más transitadas del Centro Histórico y sobre la cual reposa el Olimpia Vistarama, fundado en 1975 y puesto en venta por 5 millones 600 mil pesos el año pasado.

Ya lejos la pareja voltea y aún ve su fachada alta y amarilla con su nombre en letras angulosas y delgadas; el Olimpia es ahora el cine más antiguo de la ciudad, lo comenzó a ser después de que el Palacio fue cerrado.

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