México.- El arte, cadencia y sentimiento tienen nombre en la persona de José Antonio Morante Camacho, Morante de la Puebla, quien sacó la magia de la chistera, o muleta, o trasteo, o como le quiera usted llamar, simplemente unificó criterios al torear al natural con tal cadencia, temple y sentimiento, que la plaza entera gritaba los olés con fuerza al borde de sus asientos, o de pie, o saltaba de gusto por el arte con el que el sevillano bordó a Chatote de San Isidro.

No conforme, el agitanado diestro, con patillas anchas a la usanza en tiempos de la Independencia de México y a sabiendas de que el toro no tenía un buen lado derecho, lo buscó, sobó y enceló para que pasara en una nueva tanda por ese lado, mientras la gente no daba crédito a lo que estaba contemplando, torero y toro enredados en danza estética que sería el modelo ideal para cualquier pintor.

La rúbrica: un estoconazo para que los tendidos se blanquearan por los pañuelos agitados por el respetable que solicitaba los triunfos que el juez, sin hacerse del rogar, finalmente concediera levantando ambos brazos y anunciando dos orejas.

A su primero, distraído y abanto, lo probó hasta con veinte pases, pero pareció no convencerle y, sin mayor esfuerzo, cambio el ayudado por la espada y lo mató sin miramientos. ¡Así son las figuras!

Todo parecía ir rumbo a una tarde aciaga, ni el toreo bullidor y alegre de El Zapata, ni el arte sereno de José Mauricio parecían encender los ánimos del público, que dicho sea de paso, hizo una gran entrada ante el poder de convocatoria del torero español, que a final de cuentas salió contento de la plaza ante lo testificado.

Estaba a la mitad de la faena de muleta al quinto de la tarde, un toro que no se empleaba con el engaño y regateaba las embestidas y al que el de Puebla del Río domeñó hasta hacerlo humillar y que pasará cual carretilla de arrastre, con cadencia, como arando el terreno.

Un momento solemne, de respetuoso silencio y aplauso generoso, en el que Morante de la Puebla hacía reverencias al recorrer el ruedo, agradeciendo a los aficionados, que de pie lo miraban con admiración y brindaban sonrisas de aprobación.

Uriel Moreno -El Zapata- estuvo alegre y bullidor, fiel a su costumbre, cubrió el primero y segundo tercios en ambos astados de su lote y cortó la oreja del cuarto.

Por su parte, José Mauricio derrochó arte para saludar en el tercio en su primero y escuchar palmas al pasaportar al que cerró plaza. Los toros de Jorge María resultaron distraídos y abantos, los de San Isidro presentaron dificultades.