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Se funde esperanza de lo ‘hecho en América’

Por New York Times

Publicado el lunes, 16 de octubre del 2017 a las 08:00


Obreros de EU que ven arrancada su fuente de trabajo, hallan en Trump las palabras que necesitaban.

Indianápolis.- Cuando la empresa Rexnord decidió mudar su fábrica de rodamientos de Indianápolis a Monterrey, les pidieron a obreros estadunidenses que capacitaran a sus reemplazos mexicanos. Quienes laboraban allí desde hacía años y perdían lo único permanente en su vida, buscaron razones para hacerlo.

El hombre que había llegado de México siguió a un gerente por el piso de la fábrica; pasaron extractores de aire, montacargas que emitían pitidos y máquinas perforadoras que rechinaban al atravesar el acero.

Los obreros que llevaban gafas de seguridad alzaron la mirada y observaron. Otros prefirieron mirar hacia otro lado. Shannon Mulcahy, con 17 años en la fábrica, sintió que se le encogía el estómago.

Era diciembre de 2016. La fábrica de Rexnord Corporation aún producía rodamientos como siempre lo había hecho. Los camiones aún descargaban tubos de acero en el puerto de carga y Bill Stinnett todavía los cortaba en pedazos.

Los pedazos aún iban al departamento de “moldeado”, donde los convertían en anillos tan pequeños como un brazalete o tan grandes como una pelota de baloncesto. Después pasaban al “tratamiento de calor”, donde Shannon –quien ama el heavy metal y los perros abandonados– los endurecía con fuego.

Tras dos procesos más, el dispositivo resultante se revestía con un armazón de hierro fundido fabricado por John Feltner, padre de tres niños que acababa de recuperarse de la bancarrota.

A veces se rumoraba que un rodamiento había terminado formando parte de algo notable –el techo plegable del estadio de los Vaqueros de Dallas o un submarino nuclear–, lo cual les daba a los trabajadores un sentimiento de grandeza.

Pero la mayoría de las veces, los rodamientos no eran glamorosos, sino objetos anónimos que pasaban desapercibidos, al igual que los obreros que los hacían, en quienes rara vez se pensaba más allá de los muros de la fábrica.

Anclaba su vida

Cuando comenzó a trabajar en la planta, a los 25 años, su único objetivo era librarse de un novio que la golpeaba. En ese entonces, su cabello rubio platinado y su silueta de reloj de arena atraían miradas en la fábrica.

Ahora, a los 43 años, era más común que los hombres hicieran comentarios sobre sus hombros anchos, capaces de levantar una bandeja de acero de 33 kilogramos, o sobre sus manos manchadas de aceite. “Son mis máquinas de hacer dinero”, dijo Shannon.

Ser obrera metalúrgica no había sido fácil. Pero aprendió a defenderse sola.

Shannon trabajaba en el segundo turno –de las 14:00 a las 22:00 horas– lo cual dificultó que obtuviera la custodia de su hija o mantuviera vigilado a su hijo durante sus años de adolescencia.

Sin embargo, la fábrica anclaba su vida. Los hombres habían ido y venido. Había comprado y perdido casas, pero el empleo siempre había estado ahí, durante 17 años… hasta ese momento.

Shannon y sus compañeros recibieron la noticia en octubre: la fábrica iba a cerrar. Los rodamientos de bolas se mudarían a una nueva planta en Monterrey, Nuevo León. Los rodamientos de rodillos se irían a McAllen, Texas. Cerca de 300 trabajadores perderían sus empleos.

Los jefes la llamaron “una decisión empresarial”. Para los trabajadores, se sintió como una bofetada.

El hijo de 23 años de Shannon, Kent Roberts Jr., “Bud”, dependía de Shannon porque ella lo ayudaba a mantener a su hija de 4 años, quien de milagro había logrado sobrevivir una serie de intervenciones quirúrgicas mayores.

Deseó que la nueva fábrica en México quedara hecha cenizas. Esa noche lloró… y las subsecuentes.

Meses tormentosos

Durante meses, Shannon siguió trabajando mientras la fábrica se cerraba a su alrededor. Le costaba trabajo encontrar la respuesta a cuestiones directas: ¿debería capacitar a los trabajadores de México por un pago extra o rehusarse? ¿Debería volver a estudiar o buscar un nuevo empleo, sin importar cuánto le pagaran?

Además, se vio obligada a enfrentar una pregunta más aplastante que acecha a gran parte del 67% de los adultos estadunidenses que no tienen un título universitario: ¿cómo luce mi futuro en la nueva economía de Estados Unidos?

La planta de rodamientos de 38 mil 90 metros cuadrados, fue construida por una empresa llamada Link-Belt en 1959, en los días idílicos de la manufactura estadunidense.

Pero a lo largo de los años, los rodamientos más baratos fabricados en el extranjero erosionaron las ganancias. Para seguir siendo rentable, la fábrica reemplazó a algunos de los trabajadores con máquinas y subcontrató a terceros para la fabricación de algunos componentes.

Después, el director ejecutivo de Rexnord anunció el plan para mudar los empleos a México, algo que, dijo, reduciría 30 millones de dólares en costos y generaría mayores ganancias para los inversionistas.

Los representantes sindicales redactaron una lista de concesiones en un intento por salvar la planta. Pero ninguna concesión podía cambiar los cálculos.

En Indiana, los trabajadores ganaban en promedio 25 dólares por hora, más beneficios. En Monterrey, menos de 6 dólares la hora.

Mudar la fábrica les pareció lógico a quienes tenían títulos universitarios. Esperaban que los obreros veteranos pudieran ser remplazados por otros nuevos, como partes intercambiables. Que los principiantes pudieran aprender en algunas semanas lo que los trabajadores de Indianápolis habían pasado años dominando.

Preocupación

Rexnord había anunciado que la fábrica cerraría en seis meses. Tomó casi un año. La empresa tuvo contratiempos, sabotaje y mala publicidad que convirtió a la fábrica en un símbolo de preocupación nacional debido a la pérdida de empleos.

La desaparición de la fábrica, que refleja la de muchas otras fábricas estadunidenses, había perforado la conciencia nacional a causa de un tuit.

“Rexnord de Indianápolis se mudará a México y está despidiendo vilmente a sus 300 trabajadores”, escribió en diciembre Donald Trump, entonces el presidente electo. “¡No más!”.

Dos semanas más tarde, una carta de Todd Adams, el director ejecutivo de Rexnord, apareció en el tablero de boletines de la fábrica.

“A pesar de la retórica política, nuestras operaciones en Estados Unidos son el hogar de cerca de 4 mil asociados: más de la mitad de nuestra fuerza de trabajo global”.

Esperanza: Trump

Como muchos trabajadores, Shannon tenía la esperanza de que Trump salvara la fábrica, sobre todo después de que anunciara que había salvado algunos empleos en Carrier, una planta a un kilómetro de distancia. Trump tuiteó una amenaza de gravar “mucho” a Rexnord por mudarse hacia el sur.

La mujer no fue a votar en la elección presidencial; cree que los políticos son mentirosos, pero acabó apoyando a Trump. Los demócratas hablaban de redes de seguridad social, pero él hablaba de trabajos.

“No desprecio a quienes utilizan cupones para alimentos, pero quiero trabajar para ganarme la vida”, externó.

Siempre había estado orgullosa de su trabajo. Cuando se encontraba con amigos de la secundaria, les contaba que trabajaba en Link-Belt, provocando envidias.

Shannon era una empleada de toda la vida. Su tío había trabajado en la fábrica desde antes de que ella naciera. Su valoración personal estaba vinculada con la marca. Los rodamientos que construía eran de primera categoría.

Se aferró a eso. “Todavía me importa. No sé por qué. Se convierte en una identidad. En una parte de ti”, dijo en marzo pasado.

Para trabajadores como Shannon, los meses finales de la fábrica fueron un periodo de reinvención y retribución. De rezar para que Donald Trump los salvara y de discutir acerca de por qué no lo hizo.

De debatir acerca de si debían capacitar a sus reemplazos mexicanos o evitarlos. De jurar que, algún día, los jefes corporativos se darían cuenta de que hacer rodamientos no era tan fácil como parecía.

El otoño se convirtió en invierno. Aparecieron grafitis en el baño de hombres de la fábrica: “Construyan el muro” y “¡Regresen a México!”.

Durante años, Shannon había escuchado quejas de que los mexicanos estaban “llevándose nuestros trabajos” y de que los inmigrantes indocumentados estaban impulsando los salarios bajos.

A medida que más y más fábricas de Indianápolis se mudaban a México, más y más mexicanos se asentaban en Indianápolis. Para 2015, alrededor 30 mil personas en Marion County, donde está Indianápolis, habían nacido más allá de la frontera.

‘Sin futuro’

Algunos hombres blancos se quejaron de que llevaban décadas viendo disminuir sus oportunidades económicas. Habían compartido sus trabajos con hombres negros… y después con mujeres.

Ahora que los negros y las mujeres eran aceptados en cada faceta de la vida en la fábrica, los empleos se iban a México. Parecía la prueba de que la mejor época había pasado.

Un trabajador, Bill Jones, renunció de pronto, desaprovechando la oportunidad de obtener 10 mil dólares por su despido, porque no soportaba ver a los aprendices mexicanos. “Es deprimente que te recuerden todos los días que no tienes futuro”.

En cuanto Shannon se decidió, comenzó a pensar en motivos por los que dar la capacitación era lo correcto.

Ayudaría a los mexicanos, que eran más pobres que ella: “Dios querría que compartamos”. Quería un pasaporte y la oportunidad de ir a México patrocinada por la empresa, lo cual finalmente no sucedió.

Buscó Monterrey en internet. Vio una gran ciudad, rodeada de montañas. No lucía para nada como las carreteras de tierra que había imaginado. Le sorprendió ver cuántos proveedores y rivales de Rexnord ya estaban allí.

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