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¿Qué lleva a una madre a matar a su propio hijo?

Por Agencias

Publicado el martes, 17 de octubre del 2017 a las 12:53


Los criminólogos tienen perfectamente marcada la tipología de esta clase de asesinatos. Hay hasta cinco tipos de supuestos:

El Confidencial / Estados Unidos.- El delito de filicidio es el que consiste en atentar contra la vida de un hijo propio. Cada vez que se produce, la sociedad intenta justificarlo bajo el parámetro de la “locura”, pero ¿son enfermos mentales las madres y los padres que lo cometen? La respuesta es no. España acaba de ser testigo de uno de los crímenes más escabrosos de los últimos años, el de César, el niño de la maleta. Su propia madre, Mónica Juanatey, ha confesado que lo ahogó en una bañera, lo metió en una maleta con sus pequeñas pertenencias y lo abandonó hasta que, dos años después del crimen, la policía descubrió el tremendo equipaje.

Los criminólogos tienen perfectamente marcada la tipología de esta clase de asesinatos. Hay hasta cinco tipos de supuestos:

El caso de una madre desnaturalizada

A pesar de que el instinto maternal es el más fuerte e intenso que se conoce, una madre desnaturalizada lo corrompe y lo desvirtúa hasta tal punto que es capaz de desentenderse del cuidado de los hijos, traficar con ellos y hasta ponerlos en venta. Se llega a creer propietaria de su vida. Un caso clarísimo es el de Andrea Yates, en Texas, Estados Unidos. Ahogó en la bañera a sus cinco hijos. El mayor, de 7 años, llegó a verlo y a preguntar ¿qué le pasa a Mary? y ella no dudó en perseguirle por toda la casa hasta arrastrarlo y terminar también con él en la bañera. Beatriz de Vicente, abogada penalista y Profesora de Criminología en la Universidad Camilo José Cela, cree que en estos casos “sí estamos clarísimamente ante un cuadro de enfermedad mental”.

El síndrome de Medea (la sacerdotisa griega que mató a sus dos hijos por provocar el mayor dolor a su padre, Jasón). Matan a sus propios hijos como una forma de venganza contra el hombre al que aman. En España, un caso claro de este síndrome es el conocido como la Medea de Santomera, Murcia. Ahogó con un cable de teléfono móvil a sus dos hijos, Francisco y Adrián, de seis y cuatro años. Su frialdad al declarar ante la policía fue lo que les hizo sospechar. Durante días intentó hacer creer a todos que había sido víctima de un atraco y que al despertar descubrió los dos cadáveres. En el entierro simuló estar destrozada ante su pueblo, pero pronto llegó la prueba irrefutable, el veredicto de culpable se escondía bajo las uñas de uno de los niños: piel de su propia madre desgarrada en sus arañazos desesperados por sobrevivir. Según Beatriz de Vicente, en estos casos “la madre tiene como objetos a los hijos. No sólo no me vales nada, sino que eres mi mejor vehículo para vengarme de él”.

El filicidio que deviene de causas sociales o económicas

Hay madres que por temor a ser rechazadas socialmente o en casa intentan ocultar primero su embarazo y más tarde deshacerse de su hijo. Las hay que, lejos de dar otra alternativa a sus hijos, tiran al bebé a la basura o lo abandonan en la calle. Este verano, sin ir más lejos, conocíamos la tremenda historia de una joven que dio a luz en pleno vuelo de la compañía Turkmenistán Airlines. Fue el personal del avión el que encontró al bebé metido en el inodoro. La madre, de 22 años, fue detenida y en el hospital los médicos tuvieron que sacarle con un cortador al pequeño que ingresó en estado crítico.

El supuesto de malos tratos

En este caso el padre o la madre acaban asesinando a sus hijos o provocándoles secuelas de por vida como sucediera con la pequeña Alba en Barcelona. El padrastro fue condenado a 22 años de cárcel y su madre a 20 por ser cómplice de las brutales palizas silenciándolas. El agresor ataba a la pequeña con la cinta de un albornoz a una silla y la sometía a brutales palizas.

La pequeña de Montcada sufre secuelas de por vida. No puede hablar ni caminar, pero en el caso Alba el maltrato fue, además, institucional. Todas las alarmas fallaron.

El perfil psicopático

El quinto supuesto es el crimen de una psicópata. Este no es el caso de una enferma mental. Se trata de un asesinato por funcionalidad. Es el caso de Susan Smith. Tenía un nuevo novio que no quería tener hijos. Él era multimillonario y a ella los hijos le sobraban. Simuló un secuestro e implicó hasta a Clinton en su búsqueda, cuando, en realidad, lo que había hecho era detener el coche al borde de una cuesta, bajar el freno de mano y saltar dejando dentro a su hijo Michael, de 3 años y Alex, de 14 meses hasta que los vio hundirse en las aguas del lago.

Para Beatriz de Vicente éste es exactamente el mismo caso que el de Mónica Juanatey, la asesina confesa de su hijo César. “Y no es el crimen de una enferma mental porque una enferma se viene abajo y es incapaz de ocultarlo. No puede guardar el secreto durante tanto tiempo. Aquí estamos hablando que, desde que se produce el crimen hasta que la policía encuentra la maleta, han pasado dos años. O sea que ella durante todo ese tiempo ha sido capaz de fingir, de mentir a todos y de ocultar el tremendo crimen. Hasta el punto de enviar mensajes diciendo que el niño había hecho ya la Primera Comunión o te mando saludos de César, cuando César, donde estaba era muerto y metido en una maleta”.

Este tipo de perfil es el de una asesina con un trasfondo psicopático. “Insisto, es un enfriamiento del mundo emocional y no se trata de una enfermedad mental”.

Aunque junto al terrible final del pequeño, lo más tremendo, para esta abogada penalista, es que ha sucedido, ha vuelto a repetirse lo que ya vivimos con el caso Alba. “Todos los resortes sociales han fallado. Ese niño ha faltado durante dos años a la escuela y ¿nadie se ha percatado? ¿Nadie se ha interesado? Los propios abuelos ¿No han sospechado al no escucharle jamás al otro lado del teléfono? ¿Nadie ha pedido una fotografía de su Primera Comunión?”.

César estaba, a sus diez años, complemente solo y la sociedad le ha vuelto a fallar a otro niño que, esta vez, ha terminado asesinado por su madre y metido en una maleta junto al estuche donde, gracias a que dibujó su nombre en una goma de borrar, pudo ser identificado.

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