Coahuila
Hace 1 semana
¿Se ha preguntado usted alguna vez cuál ha sido su mejor navidad, que ha significado y qué recuerdos guarda en su memoria?
Un momento muy importante de mi vida, fue cuando una navidad, papá llegó con una bicicleta pequeña, tendría yo unos 10 años. Mi mamá se molestó mucho, pues vivíamos en la pobreza y teníamos otras necesidades, alimentación, ropa, etc. Mi padre no se inmutó, no varió el tono de voz, mesurado contestó: “Deja regalarle a mi hijo lo que yo nunca tuve y tanto anhelé”.
Mi padre Carlos y mi madre Estela se unieron en matrimonio cuando ambos tenían 16 años, eran unos adolescentes inexpertos cuando yo nací al año siguiente. Mamá venía de una situación económica más o menos estable en una familia de seis hermanos y mi papá no tan favorecido, pues fueron 11 los hijos del matrimonio formado por José Santos Gaytán y Dolores Villanueva. El abuelo era impresor y se obligaba a desarrollar otras actividades para completar “el chivo” (el salario) para el sostenimiento del hogar.
Seguro estoy que fueron muchas más las carencias de mi padre en sus niñez y adolescencia que las mías; nunca tuvo un regalo en la Navidad. Una vez me platicó de una ocasión en que cumplió años, cuando mi abuela Lolita le preguntó: “¿Qué quiere que le regale a mi niño, con motivo de sus cumpleaños?”. Y mi padre contestó: “¡Un huevito para mí solo!”.
Esa noche mi padre no esperó que fuera el 25 de diciembre para darme la bicicleta; salimos a las polvorientas calles del barrio del Ojo de Agua para enseñarme a manejar el regalo y presumirlo entre los no menos empobrecidos vecinos. Aprendí rápido a conducirla y, por muchos años hasta que ya no pude manejarla por la estatura, la utilicé para ir a todas partes.
Papá tenía con frecuencia esas ideas: “Yo no tuve nada, quiero que mis hijos lo tengan todo”. Trabajaba horas extras en aquel matutino El Heraldo del Norte, fundiendo en plomo las matrices de las tiras cómicas y otros entretenimientos que el periódico publicaba los domingos. Con esas ganancias nos llevaba comestibles reservados a los ricos del Saltillo de ayer, y que no cualquier familia de la barriada consumía: pan Regiomontano (aquel que traía la figura de un atleta levantando unas pesas), una gran barra de mantequilla; aunque no teníamos, refrigerador, jamón, chorizo de puerco, crema de cacahuate Aladino y costillas de carnero, que era su gran gusto. Devorábamos los siete hermanos Gaytán Dávila aquellos alimentos.
Fueron esporádicos los obsequios que recibí a lo largo de mi infancia y juventud en la Navidad. En una ocasión mi tío José me regaló una perrita pekinesa, a quien una de mis tías le puso “La Cochupeta”. Según el diccionario de la lengua española, “cochupeta” quiere decir broma.
La otra vez el tío José me regaló una réplica de un camión de carga, elaborado de madera, por él mismo, de regular tamaño, donde cargaba y paseaba a “Cochupeta” por la casa y por las empolvadas calles del barrio.
Cada que rememoro estas fechas me acuerdo de la gran lección que me dejó mi papá Carlos Gaytán Villanueva: “Que mis hijos tengan lo que yo nunca tuve”.
No sé si sea una lección filosófica, pero me sirvió para apostarle al conocimiento, a la verdad, a la moral y a la vida. Me ayudó a desarrollar el pensamiento autónomo y la comprensión, no sólo transmitiendo información que fue también una formación de mi padre.
Y procuré que a mis hijos y a mi esposa nunca les faltará nada. Además, cada año tenían su regalo de Navidad.
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