Vida
Por Grupo Zócalo
Publicado el jueves, 10 de octubre del 2024 a las 15:20
Perú.- Cuentan los que vivían cerca a la Plaza de Armas de Huaral, que hace muchos años en la parte posterior de la iglesia matriz existía un cementerio, el cual estaba cercado porque el cura quería evitar los entierros clandestinos.
Tras la construcción quedó un largo pero angosto callejón, donde vivían humildes familias en casas pequeñas, aquí vivía una vieja, mezcla de bruja y arpía o simplemente chismosa, que le gustaba saber y alardear la vida de otras personas.
La mujer, de éstas que averiguaba la vida de todo el mundo, espiaba de noche, protegida por la oscuridad, para saber las andanzas de la gente. A cualquier hora que pasara, de tarde o de noche, era casi seguro que ahí, detrás de alguna puerta o escondida en alguna sombra, estaba ella observando. Su fama llegó a ser tan grande, que la llamaban “María Chismosa”.
Una noche, como a las doce, estaba ella, como de costumbre, con una puerta “entrejusta”, esperando que algo se moviera o algo pasara por allí, cuando oyó un murmullo como de voces lejanas que luego le parecieron rezos. Miró por la rendija de la puerta y vio que por toda la calle abajo venía un gentío con luces encendidas.
Un nietecito suyo comenzó a llorar en ese momento y para consolarlo fue a su cunita, lo cogió cargado y volvió a la puerta; la abrió un poquito más para ver mejor y pudo apreciar que una gran procesión, venía caminando también por los portales. Notó que todos venían alumbrando; no había una sola persona que no trajera su vela encendida.
Ya llegaban frente a su puerta. Iban rezando el rosario. De pronto una de las “alumbrantes” le entregó una vela grande encendida, que ella tomó con la mano izquierda que le quedaba libre, y le dijo con una voz casi salida de ultratumba: “Mañana a esta misma hora me la entregarás“.
La misteriosa procesión siguió adelante y cuando “María Chismosa” apagó la vela se dio cuenta de que era muy dura y que no era enteramente redonda y tenía protuberancias en los extremos. Trató de prender la vela y no pudo. Comprobó que no tenía mecha y empezó a temblar de miedo. Encendió la luz y “¡Jesús, Ave María Purísima!”, exclamó, “es una canilla de muerto lo que me han dado”. Presa de terror llamó a la vecina y le mostró la tibia macabra; y enseguida se pusieron a rezar.
“Esas fueron las ánimas” convinieron las dos. La vecina le aconsejó que fuera a ver al cura y así lo hizo muy temprano en la mañana.
Muy alborotada salió en busca del cura de la iglesia, se arrodilló ante él y le suplicó confesión inmediata; confesando todo daño causado por sus chismes y habladurías en el pueblo, terminando con lo que ocurrió en la procesión.
El Cura después de oír la historia de “María Chismosa” le dijo que se había salvado porque tenía el niño en los brazos y le aconsejó entonces que otra noche, cuando volviera a pasar la procesión, le devolviera a un ánima el hueso de muerto, pero que tuviera el niño en los brazos.
Así lo hizo una noche que volvió a pasar, a la misma hora, la procesión macabra. Le entregó la tibia de muerto a la primera ánima que pasó y ésta, volviéndose hacia ella y dejándole ver su cara descarnada, le dijo moviendo en horrorosa mueca los huesos de su boca:
“ Te has salvado por cargar en tus brazos un niño inocente, María Chismosa. Quédate en tu casa y no averigües más la vida ajena”.
Se apagaron todos las velas, la procesión se esfumó como salida de la tierra, y el ánima lentamente desapareció mientras la vela se disolvía. La vieja más muerta que viva, lentamente se arrastró de rodillas y toda la noche suplicó al redentor su perdón. Desde aquella noche nunca más la vieja dijo chisme ni habladuría alguna, y empezó a profesar su santa vida.
La noticia corrió por todo el pueblo al cual aquella calle la bautizaron como “Callejón de las Animas”, que actualmente tiene la misma forma como fue hace varios años y aquella casa donde vivía aquella vieja, simplemente es una casa sucia y deshabitada; aún dicen y se a visto que en las noches de luna llena, se prenden velas en la casa y se distingue la sombra de la vieja arrodillada escuchándose su voz rezando.
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