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5 minutos en sus manos; Erika despertó después que la declararon muerta

Por Rosa Blanca Cuellar

Publicado el miércoles, 22 de abril del 2009 a las 14:03


El amor de Erika a sus padres, la llevó a vencer el diagnóstico médico que la declaraba muerta

Monclova, Coah.-Hace seis años. A las 11 de la noche. El amor de Erika a sus padres, la llevó a vencer el diagnóstico médico que la declaraba muerta. Se aferró a la vida y aunque la sábana blanca de la camilla en la sala de urgencias del hospital, ya había llegado a su rostro, mientras su madre se aferraba a sus pies y su padre cerraba sus ojos, una fuerza extraña la hizo despertar.

No estoy muerta, sáquenme de aquí… papá no cierres mis ojos”, era el grito desgarrador que salía de mi cuerpo, mientras mi madre con gran dolor, se aferraba a mis pies con fuerza y mi padre tocaba mi frente, el diagnóstico había sido el más cruel: “Nada se pudo hacer, su hija murió”.

“Mi cuerpo permanecía sobre una camilla de hospital, yo perfectamente veía el dolor de mis padres, su llanto, el rostro afligido del médico, el correr de enfermeras, pero a mí nadie me escuchaba: Me declararon muerta”, narró Erika González, al recordar los 5 minutos más crueles de su vida, los 5 minutos que permaneció muerta.

“Erika, despierta hija, gritaba con fuerza mi madre, mientras se aferraba a mis pies cubiertos con una sábana blanca que ya había llegado hasta mi rostro, sobre la camilla de la sala de urgencias de la clínica 7 del IMSS”.

Eran las 11 de la noche, hace justamente 6 años, cuando su padre acaba de irse a trabajar de tercera a la planta, cuando Erika decidió aplicar insecticida en la cocina de su casa, sin pensar que la inhalación de químicos, provocaría el cierre de sus pulmones, lo que ameritó que fuera internada de inmediato.

Ahí los médicos, aplicaron cortisona y la rehabilitaron, pero, las disposiciones de los especialistas fueron muy claras: “prohibido, inhalar cualquier sustancia, incluida la comida”.

“Y es que con el tratamiento, que en este momento no podría explicar porque son cuestiones técnicas de esas que sólo los médicos entienden, me dijeron que mis pulmones se habían quedado abiertos y era necesario extremar precauciones”, dijo.

Todo iba bien, pero justamente a 24 horas de haber salido del hospital, cuando se estaba bañando, en su casa pidieron el servicio de gas y la falta de precaución de los empleados, motivó una fuga que irremediablemente inhaló.

El desmayo fue inminente, el golpe fue escuchado por su madre Miriam Galaviz Alvarado y sus hermanas Alejandra y Cristel, quienes subieron corriendo al segundo piso.

Pero fue un amigo de la familia Leonardo Carrasco, quien apresurado cargó mi cuerpo y me subió a su auto, mientras asustadas mis hermanas y llorando, llamaban a mi padre Alejandro González.

Entre gritos, llantos y prisas, la llevaron al hospital, donde de inmediato fue internada en el área de Urgencias, “yo permanecía absolutamente consciente de todo lo que a mi alrededor sucedía”, recordó Erika, mientras su voz se escucha entrecortada al recordar ese pasaje de su vida.

Le suministraron medicamentos muy fuertes para que su cuerpo reaccionara, pero no fue así, estaba demasiado débil y ya ni con una traqueotomía iba a poder respirar.

En ese momento -agrega- sin perder el conocimiento, escuché que el médico gritaba “ya dejó de respirar”, mientras con gran fuerza con ambas manos presionaba mi pecho y la enfermera gritaba: “Doctor se acabó el oxígeno”.

“Sin que nadie lo percibiera, yo era testigo de cada uno de los movimientos y crueles palabras de los médicos, quería despertar, gritaba desde mi interior, pero nadie, nadie me escuchaba”.

Sus padres fueron víctimas de una noticia que no se esperaban y menos aceptaban, el diagnóstico médico no pudo ser más cruel: “Nada se pudo hacer, su hija ha muerto”.

“Esas palabras del médico retumbaban en mi cabeza y yo gritaba: “No, no por Dios, yo no estoy muerta, sáquenme de aquí… papi por favor, no cierres mis ojos”.

Agrega: “Devastada mi madre con un grito desgarrador se aferró a mis pies y gritaba como pidiendo auxilio: “Ya está muy fría”, mientras mi padre, con una falsa fortaleza para que ella no se desmoronara, tocó mi frente y cerró mis ojos”.

“Ver el dolor de mi padre y el grito de mi madre, desde mi interior, sentí que me empujaba una fuerza extraña que en ese momento me hizo toser, mi cuerpo se empezó a mover, ante la mirada atónita de quienes me dieron la vida: Se había dado el milagro, en cuestión de segundos, el diagnóstico médico había cambiado”, agrega ya con una sonrisa.

Otra vez el correr de médicos y enfermeras, ya cargados con suficiente oxígeno, mientras su madre como por arte de magia dejó de llorar y se aferraba a su padre, con un grito de esperanza, de agradecimiento a Dios.

Fueron cuatro días de hospitalización para evitar otra contingencia.

Hace seis años -recuerda- tuve el primer acercamiento con la muerte. Mi cuerpo aún tiembla y vuelve a mi memoria el dolor de mis padres al saber que su hija mayor había muerto.

Hoy agradezco a Dios, estar viva y a su lado.

Ya no sé si me dolió más el que nadie escuchara mi súplica de despertar, o ver el dolor desgarrados de mis padres, ese dolor que no se le desea a nadie, ellos lo vivieron junto a mí…

Hoy le doy gracias a Dios, por haberme dado una segunda oportunidad de vida… gracias a Él estoy viva…

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