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Siete minutos

Por Guadalupe Loaeza

Hace 1 mes

Todo sucedió en ¡¡¡siete minutos, el domingo 19 de octubre!!! Lapso en el cual, cuatro ladrones lograron estacionar una plataforma elevada con una larga escalera que llegaba hasta la ventana que da al Río Sena de la Galería Apolo, del Louvre, el museo más visitado del mundo con nueve millones de turistas anualmente. Siete minutos tuvieron los encapuchados para huir en motocicletas con el botín compuesto de joyas napoleónicas de un “valor incalculable”.

Siete minutos para convocar a los turistas que visitaban el museo a que evacuaran las salas inmediatamente. Siete minutos fueron suficientes para vaciar una de las vitrinas pletóricas de joyas más importantes del salón Apolo por los perpetradores quienes, vestidos de trabajadores del museo, salieron como si nada por sus puertas.

Al cabo de estos siete minutos se había consumado uno de los robos más espectaculares del Louvre incluyendo ocho joyas de la monarquía y del Segundo Imperio. En su escapada, los cuatro delincuentes huyeron con tal prisa que dejaron caer ahora sí que la joya de la corona que había pertenecido a la emperatriz Eugenia y que había sido expuesta en la Exposición Universal de 1855.

En 1864 la soberana se rehusaba a llevar esta imponente joya. Fue la única que se salvó del espectacular asalto, por algo habrá sido. No fue así con el broche relicario con 94 diamantes, de los cuales, siete rodeaban un solitario como si fueran dos botones que llegó a usar ni más ni menos que el rey Luis XIV. Por lo que se refiere al prendedor en forma de moño que perteneció a la emperatriz Eugenia lo adornan casi 2 mil 500 diamantes.

En esos siete minutos fatídicos para la historia de Francia, también desapareció el collar de la reina María-Amelia, compuesto por zafiros de Ceilán y 631 diamantes, mismo que también llevó la reina Hortensia, hija de Josefina de Beauharnais, primera esposa de Napoleón (y así le fue al pobre emperador a quien le puso los cuernos varias veces).

Dice la periodista Elisabeth Philippe de la publicación Le Nouvel Obs: “Claro, robar está mal, dicho esto, aún podemos sentir cierta fascinación por el acto de los ladrones que robaron, a plena luz del día, las joyas de la corona de Francia del museo más grande del mundo: el Louvre. La hazaña no carece de estilo y deleita a los amantes de Arsene Lupin y Belphegor. Sin embargo, dados los riesgos el botín es insignificante, incluso anecdótico. No nos referimos al inestimable valor patrimonial de las ocho joyas robadas, relucientes de zafiros y diamantes. Sino a su valor simbólico. Francamente, ¿quién va al Louvre a admirar estos collares y el gran lazo del corpiño de la emperatriz Eugenia, aparte de algunos nostálgicos fetichistas de Napoleón el Pequeño? Francamente había sin duda (en el museo) algo mejor que robar…”.

Seguramente de todo lo anterior alrededor del robo del Louvre se enterará el expresidente de Francia Nicolas Sarkozy desde su celda de la prisión de La Santé, ya que hoy mismo fue encarcelado por actos de corrupción. En todo este recuento no olvidemos que “el museo tiene una larga historia de robos, e intentos. El más famoso fue en 1911, cuando la Mona Lisa desapareció de su marco, robada por Vincenzo Peruggia y recuperada dos años después en Italia” (Reforma).

Peruggia, un personaje que había trabajado en el museo Louvre, la había ocultado debajo de su cama. Después ofreció la pintura de Leonardo da Vinci a los italianos y fue capturado. El ladrón fue condenado a un año y 15 días de prisión que luego redujeron a siete meses.

“Durante la ausencia de la obra, se batió el récord de visitantes al museo Louvre, acudían a apreciar el hueco dejado en la pared por el cuadro que había sido hurtado” (Wikipedia). Seguramente así pasará con la vitrina que quedó prácticamente vacía de joyas después del hurto. Todo el mundo querrá ver el espacio que dejaron los collares y los diamantes.

A raíz del asalto del Louvre del pasado domingo, que duró exactamente siete minutos, la ministra de Cultura, Rachida Dati, ordenó una acuciosa encuesta administrativa del museo para saber exactamente qué sucedió. Los asalariados del Louvre y sus sindicatos ayer denunciaron las fallas en la seguridad del museo más visitado del mundo.

Ahora sí podemos entonar la canción de los 50, que entonces fue un hit de Ray Conniff y muchos tríos: “Pobre gente de París. No la pasa muy feliz. Y aunque no se quiera creer. Debe ser verdad”.

 

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