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El Saltillo de Hopper

Por Sylvia Georgina Estrada

Publicado el martes, 25 de julio del 2017 a las 11:00


Hace más de 70 años el célebre pintor norteamericano estuvo en la capital coahuilense para dejar testimonio de sus cielos llenos

Saltillo, Coah.- Al caminar por la calle Victoria y pasar frente al que fuera el cine Palacio, pocos son los que le ofrecen una segunda mirada. Sin embargo, casas y edificios de esta avenida acapararon la atención de Edward Hopper, pintor norteamericano que plasmó, con una mirada realista y profunda, varios aspectos de Saltillo.

Sin duda los cielos de la ciudad, plenos de color, son uno de sus principales atractivos. Hace unos meses los escritores chilenos Alejandro Zambra y Álvaro Bisama estuvieron en la capital coahuilense, y de inmediato fueron conquistados por el crepúsculo del semidesierto. No es difícil imaginar a Hopper, a la espera del sol de las cinco de la tarde en la terraza del hotel Arizpe, sintiendo lo mismo mientras un lienzo en blanco espera sus trazos.

Durante 1943, cuando el ejército de Estados Unidos contendía en el Pacífico sur para dar nuevos bríos a la ofensiva aliada durante la Segunda Guerra Mundial, Hopper, junto a su esposa Jo, visitó México para pasar el verano después de un largo viaje en tren desde Nueva York.

Tras recorrer la Ciudad de México durante un par de semanas, Hopper seguía sin encontrar un sitio que lo inspirara. De manera providencial, la pareja se encontró con Katharine Kuh, quien trabajaba en el Instituto de Arte de Chicago y que también pasaba las vacaciones en la capital mexicana. El pintor aprovechó el encuentro y le preguntó a la coleccionista si conocía algún sitio donde él pudiera sentirse más a gusto, un lugar “sin monumentos reconocidos o atracciones turísticas pintorescas”, en donde lograra encontrar un tema para su obra. Ella le recomendó visitar Saltillo, un “pueblo” furtivo que conoció durante su época de maestra en San Miguel de Allende.

“Saltillo me había provocado cierta impresión con sus barrios desgastados de bares y nightclubs, sin embargo resultó un salvavidas para Hopper. Tenía un parecido con una anómala y alejada sección de Chicago, y le ofreció a él un refugio de las distracciones que atraían a la mayoría de quienes visitaban México”, relata la propia Katharine en su libro My Love Affair With Modern Art: Behind the Scenes with a Legendary Curator.

La pareja decidió seguir el consejo de Khatarine y, al llegar a Saltillo, encontró alojamiento en Casa Guajardo, un hotel ubicado en el 404 de la calle Victoria.
Durante varios días, Hopper convirtió el techo del lugar en un improvisado taller –en su “base de operaciones”, describiría Kuh más tarde- en donde creó una serie de acuarelas que mostraban lo fértil que podía resultar para el pintor un lugar que Katharine describió como “modesto” y “prosaico”.

LOS SITIOS DE HOPPER

Viajero incansable, los recorridos del pintor fueron documentados por la biógrafa Gail Levin, que además de curar la colección Hopper en el Museo Whitney en Nueva York, es autora del libro Hopper’s Places.

El pintor solía decir que “lo más importante es el sentido de seguir avanzando: sabes lo bellas que son las cosas cuando viajas”. Y la estancia en Saltillo, que más tarde se extendería a Monterrey, impactó profundamente a Hopper, que no sólo creó varias piezas durante su estancia, además regresó en años posteriores al norte de México.

En una carta dirigida a su galerista, Frank Knox Morton Rehn, Hopper describe el clima de Saltillo como “muy frío en las noches”, mientras que durante el día es de un “calor seco”, aunque poco comparable con el “terrible calor de Monterrey”. Sin embargo, este “inconveniente” no le impediría al artista regresar a esta región del país en 1946, 1951 y 1955.

Y para rastrear la huella pictórica de Hopper, Levin visitó Saltillo en 1983, 40 años después que el propio artista, para registrar con cámara en mano los paisajes que plasmó el pintor en sus acuarelas.



CAMBIO DE BRÚJULA

Célebre por sus retratos, parece que en Saltillo cambió la brújula creadora de Hopper, al menos por un tiempo. En las pinturas que realizó en la ciudad no vemos a chicas solitarias sentadas en amplias habitaciones de hoteles anodinos. En las piezas que el norteamericano creó en la ciudad encontramos cielos amplios, de un azul luminoso; sierras que se erigen como fortines lejanos; filas de casas de colores vivos e hipnóticos.

En un apartado dedicado a la estancia del pintor en la ciudad, Gail Levin describe Palms at Saltillo (colección de Robert M. Bernstein): “Hopper muestra una vista de la superficie amarillo pálido de un techo de adobe, con algunos árboles y edificios visibles a la distancia”. De esta primera estancia, en julio y agosto de 1943, nacieron además Sierra Madre at Saltillo (colección privada) y Saltillo Mansion (Museo de Arte Metropolitano).

Ni siquiera habían pasado tres años cuando la pareja regresó de nueva cuenta a México, ahora en coche. Saltillo formó parte de este segundo viaje.

“El Hotel Arizpe, donde ellos habían comido en su visita previa, se convirtió ahora en su alojamiento. Su cuarto se abría hacia un techo desde el cual podían pintar. A pesar de sufrir una ola de calor, Edward comenzó a pintar una acuarela de los tejados (Roofs, Saltillo), trabajando después de las cinco cuando la luz del sol se desplazaba sobre los edificios. Desde el mismo sitio pintó tres acuarelas más: The Church of San Esteban (La Iglesia de San Esteban), una vieja iglesia misionera que data de 1592, una vista del cine El Palacio, y Construction in Mexico (Construcción en México)”, describe Levin.

Estas obras pertenecen al Museo de Arte Metropolitano de Nueva Yok, la Colección Buckley y el Museo Whitney de Arte Americano en Nueva York.

“Hopper decía que él se sintió prisionero en Saltillo porque estaba obligado a esperar los cielos azules con la luz correcta para poder terminar sus acuarelas. Él estaba particularmente sombrío, quejándose de que no le gustaba la gente, la arquitectura o el clima. El 2 de julio, él y Jo dejaron Saltillo y se dirigieron al noreste, a través de Texas y Colorado”, agrega la autora de Hopper’s Places.

Sin embargo, y a pesar de los disgustos, la pareja volvió una vez más a la capital coahuilense en junio de 1951, cinco años después. De nueva cuenta, el matrimonio se hospedó en el hotel Arizpe, pero el calor, las rachas de viento y las lluvias repentinas, sumado a los problemas del pintor para adaptarse a la altura y la comida de la ciudad, causaron estragos en el ánimo del estadounidense. “Jo tuvo que dejar de pintar su propio óleo en el patio del hotel cuando Edward ‘se hartó de México’ y decidió abruptamente que como ya habían estado casi un mes en el país ya era hora de marcharse”, relata Levin.

Los Hoppers regresarían a México en diciembre de 1952, pero cambiarían su ruta para visitar Durango, Guanajuato y Oaxaca. Producto de este viaje son las obras Mountains at Guanajuato (Montañas de Guanajuato), que se encuentra en la Galería de Arte de la Universidad de Yale, y Cliffs near Mitla, Oaxaca (Acantilado cerca de Mitla, Oaxaca), obra que pertenece a una colección particular.

El pintor volvería al norte del país en 1955. El artista pasó 23 días en Monterrey, pero debido a la fatiga y la debilidad no pintó un solo cuadro.

La ansiedad sobre su salud y las constantes disputas por el deseo de Jo de manejar el auto, hicieron que la pareja nunca más cruzara el sur de la frontera”, escribe Levin. Así terminó la relación pictórica entre Hopper y México.

Para Katharine Kuh, “las acuarelas hechas desde el techo del hotel nos dicen menos de Saltillo que de Hopper… Podría ser un pequeño pueblo encantador, pero Hopper lo hizo suyo, principalmente por el sesgo de su visión”.

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