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Libro de Alejandro Espinosa Alcalá: Marcial Maciel, un niño retorcido

Por Agencias

Publicado el domingo, 28 de marzo del 2010 a las 15:00


La obra narra perturbadores episodios de la vida del ‘pederasta impune más connotado del mundo católico’.

México.- La profesión sacerdotal fue la única vía que encontró Marcial Maciel para mantener impunes sus perversiones sexuales, que empezaron a manifestarse desde que era un mozalbete y aún vivía en su natal Cotija, Michoacán, donde le decían “la niña bonita” por sus finos rasgos y sus escarceos sexuales con compañeros de juego, animales y rudos campesinos de la región.

El autor del libro “El Ilusionista Marcial Maciel”. Biografía no autorizada, Alejandro Espinosa Alcalá, sobrino y víctima del fundador de los Legionarios de Cristo, señala que su obra se apoya en testimonios que durante años recogió del propio Maciel y de sus allegados. Relata:

“Durante 13 años –de 1950 a 1962–, Maciel solía contarme pasajes de su vida con la intención de que yo escribiera su biografía. Él quería convertirme en una especie de evangelista suyo. Pero muy lejos de la santidad que quería aparentar, me di cuenta de que fue un gran embaucador durante toda su vida, como esos ilusionistas que hacen ver visiones irreales. Por eso le puse a mi libro “El Ilusionista”, creo que es el término que mejor lo define”.

-Su libro revela una etapa hasta hoy desconocida de Maciel; su infancia y primera juventud –plantea el reportero.

“Efectivamente. Él siempre ocultó la etapa de su infancia. Sin embargo, llegó a revelarme algunas anécdotas de ella, que yo complementé con otros testimonios de quienes lo conocieron en esa época. Todos aseguran que Maciel era un enfant terrible por sus perversiones sexuales.

Devaneos a los cinco años

Detalla el autor en “El Ilusionista”: “Desde los cinco años comenzaron a motearlo de ‘loquito’, debido a cierto exotismo de conducta; persistió el apodo aunque había otros aludiendo a su marcada femineidad y a la inclinación sesgada hacia los niños. La ‘niña bonita’ lo llamaban, persistiendo con mayor frecuencia el de ‘el loco Marcial’… sus instintos le acarreaban palizas de su padre y tamborizas de su hermano mayor Pancho, cuando era sorprendido.

“Don Pancho lo pescó repetidas veces en juegos sexuales con niños, por lo que menudearon las ‘mondas’; era una deshonra familiar tener un hijo homosexual, peor que una hija prostituta. Sus innumerables aventuras eran calificadas como ‘pecado mortal’… Décadas adelante tendría eructos de esos hartazgos de sexo en confidencias a sus íntimos mientras duraba el efecto de la morfina”.

Para corregir a su hijo, don Pancho lo sometía a duras faenas de campo, que el chico astutamente evadía:

“Antes de alcanzar los nueve años, su padre lo había llevado a trabajar a Poca Sangre, la finca familiar de unas cuantas hectáreas; lo dejó bajo la supervisión del empleado. Pronto se agotó desyerbando, arrancando con las manos yerbajos que crecían junto a las plantas de fríjol. Era necesario inclinar la espalda e hincar las uñas para arrancar la maleza sin dañar las plantitas. Ya que el empleado no podía someterlo a rendir como su padre quería, se dedicó a sombrear bajo un mezquite.

También con animales

“Pestañeaba bucólico cuando advirtió el rebaño, pastaban cerca unos cuantos chivos y se le ocurrió la travesura. Se acercó a los caprinos acariciándolos.

Súbitamente apresó a una tierna hembra por la panza y comenzó a forcejear para fornicarla. La lucha duró poco; fácilmente la rindió y entre carcajadas del empleado y su propio solaz, la dejó libre cuando lo invadió un cosquilleo de orinar, aún no eyaculaba.

“Al día siguiente contaba a otros niños su increíble hazaña; algunos no le creían, otros que ya lo habían visto, lo celebraban. Esto le daba preponderancia entre sus coetáneos y le retribuía estatus en la pandilla por sus proezas… disponiéndolo ente los mocosos a juegos sexuales intercambiables por trompos, yoyos, canicas y cuanto tesoro trajera encima”.

El niño Maciel retaba a sus compañeros de travesuras a que lo fornicaran. “Métemela tú”, decía escogiendo a uno “mientras se bajaba el pantalón”. Esos atrevimientos dejaban atónitos a los niños. “Tanta audacia arredraba a cualquiera y aún a mozalbetes de más edad que no se atrevían a fornicarlo cuando les mostraba el trasero”.

Marcial amplió su campo de acción con los peones de Poca Sangre y con otros labriegos de la comarca, quienes gustosos aceptaban las propuestas sexuales del rubio y atildado chamaquito. Muy pronto la conducta incorregible de Marcial causó escándalo en Cotija y le dio fama de perverso, para vergüenza de su devota familia en la que había monjas y “varones de Iglesia”.

“La repetición de esta conducta sorprendida por su padre y hermanos en lugares más discretos, como el barrio de la Rinconada, prestigiaron al precoz niño como virtuoso en avatares de sexo antes de cumplir 10 años…”.

Aprende el poder del miedo

En una ocasión –se cuenta en el libro– Marcial encontró una “calavera completa entre las hierbas” del cementerio. Tomó el cráneo y lo cubrió con hojas. Luego mostraba la calavera a sus compañeros asustados y les decía: “Tengo pacto con el más allá. Puedo hacer que esta calaca vaya a ahorcar de noche a los que se burlan de mí”. Hizo correr la versión entre los ingenuos chamacos de que tenía “pacto con el Diablo”, a fin de someterlos a sus caprichos.

El niño se había dado cuenta de que “el temor desarma”, dejando “inerme” la voluntad de sus compañeros. Con el tiempo fue explotando “los beneficios de su descubrimiento”. Sus dotes de “ilusionista” comenzaban a aflorar.

A muy temprana edad, según esta biografía, Marcial reparó en las ventajas que gozaban los miembros de la casta sacerdotal: “La cercanía de varios obispos en la familia, curas, monjas, le habían iluminado; todo mundo los respetaba, vivían como príncipes con las limosnas de los feligreses, y tenían verdaderos palacios sin sudar la gota gorda arando la tierra”. Había encontrado su vocación: “¡Vivir del prójimo! ¡Vivir de limosnas!”. Entonces empezó a ufanarse ante sus compañeros:

“¡Que suden los pendejos! Yo llevaré vida de obispo”, decía, harto de las asperezas del campo. De esta manera –prosigue el libro– la “vocación clerical se perfilaba como único cauce para complacer dos instintos: pederastia y holgazanería”.

En 1936, cuando tenía 16 años y aún “no había terminado la instrucción primaria”, Marcial Maciel comenzó a fantasear con la idea de dirigir a un grupo de bellos religiosos ojiazules, un verdadero harén de efebos dispuestos a servirlo. Pero antes tenía que salir de Cotija, entrar al seminario, realizar los estudios, que tanto le disgustaban. Tras “mucho cavilar” encontró la solución: utilizaría la “influencia de su parentela”… su “carisma sexual”… fingiría “que oía voces del Espíritu Santo instándolo a fundar un grupo de misioneros”. Y comunicó a sus padres su decisión de entrar a un seminario.

Oscuro camino

» El obispo del primer internado al que entró Maciel decidió finalmente “separar la manzana podrida”, ante el incorregible comportamiento de Maciel.

« Lo expulsó en medio de una acalorada discusión con él.

» Para quitarle el enojo, el mismo Marcial le preparó al obispo un té, que éste bebió en la cama… y amaneció muerto.

« Persisten las sospechas de que Marcial lo envenenó.

« Ningún otro seminario volvió a darle cabida.

» Marcial tuvo que seducir sexualmente al obispo de Cuernavaca, Francisco González Arias, para que lo ordenara sacerdote sin haber concluido sus estudios de seminarista.

» En la década de los 40 y mediante varias artimañas, siendo apenas un veinteañero, Marcial funda y consigue la aprobación del Vaticano para su “secta religiosa”: la Legión de Cristo.

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