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Los desplazados por el ‘narco’

Por Redacción

Publicado el martes, 19 de junio del 2012 a las 14:59


Miles de habitantes de poblados de la sierra sinaloense son desplazados por la batalla entre grupos delincuenciales

Milenio semanal | Sierra Norte, Sin.- A Jairo le gusta jugar al futbol, a la roña y a las escondidas en las cañadas de La Cofradía, comunidad enclavada en la sierra norte de Sinaloa, donde han transcurrido apaciblemente sus nueve años de edad.

Sin embargo, su cotidianidad se trastocó a fuerza el pasado cinco de mayo, cuando ocultarse ya no fue un juego, sino asunto de vida o muerte para él y otros 30 familiares y vecinos, quienes quedaron en medio de la guerra que libran los cárteles de la droga por controlar las rutas en el Triángulo Dorado, punto donde confluyen los estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua.

La agreste región se volvió campo de batalla a partir de la madrugada del sábado 28 de abril, cuando pistoleros de uno de los cárteles incursionaron en Urique, Morelos y Potrero de los Fierro, en el municipio de Choix, poblados bajo dominio del cártel de Sinaloa, de Joaquín “El Chapo” Guzmán.

Una de las versiones dice que intentaban liquidar a Adelmo Núñez Molina, uno de los “dueños” o “mayordomos”, como llaman en la región a los líderes y capataces encargados de organizar a las familias completas para el cultivo de mariguana y amapola.

El comando de Los Beltranes —como se conoce a los dirigentes del cártel del Pacífico Sur—, era de entre 60 y 80 personas, quienes ingresaron sin problema porque iban disfrazados de policías estatales, federales y de soldados de la Novena Zona Militar.

“La gente pensó que eran policías porque hasta llevaban camionetas clonadas, pero luego se dieron cuenta que bajo los uniformes traían pantalones de mezclilla”, informa Rubén Félix Hays, empresario prominente y candidato a diputado federal por el partido Nueva Alianza.

“En esta región se cultiva mucho la mariguana y la goma de opio; es un asunto histórico, generacional, donde colaboran las familias completas. Yo soy constructor en Los Mochis y mucha de la gente que trabaja conmigo se va a los plantíos a recolectar mariguana en el tiempo de cosecha; regresan en mes y medio oliendo a mota”, comenta el candidato por el segundo distrito.

A ello se debe la presencia de gavillas, unas asociadas con el cártel de Sinaloa y otras con los Beltrán Leyva, que manejan el lucrativo negocio de los estupefacientes, el cual produce abundantes dólares pero también numerosos asesinatos: mil 255 en 2009; dos mil 238 en 2010, y mil 905 en 2011, de acuerdo con cifras de la Procuraduría estatal.

Las caravanas de vehículos —en este caso 20, algunos de ellos blindados— no son inusuales, y la que arribó ese viernes 27 de abril desde el estado de Chihuahua, buscando llegar a Bacayopa, en el municipio de Choix, con apariencia policiaca y militar, no llamó demasiado la atención. Fueron los uniformes apócrifos y los fusiles de asalto AR-15 y AK-47 los que más tarde despertaron la suspicacia de los rancheros, pues no es lo usual entre las fuerzas del orden.

Cuando los pobladores de las comunidades advirtieron el engaño, la voz de alarma se esparció por los radios de banda civil y la gente del “Chapo”, que se había replegado para no enfrentar a los presuntos militares, se lanzó a defender su territorio.

CÓMO EMPEZÓ TODO

El sábado 28 comenzaron las primeras escaramuzas con desventaja para los invasores, quienes no conocían el terreno de caminos tan angostos que los vehículos no pueden dar vuelta, por lo que debieron abandonarlos para internarse en las laderas repletas de cactus y huizaches, bajo un sol intenso que subió la temperatura a cerca de 40 grados.

“Los disparos se oían desde el sábado allá arriba, pa’la sierra, todo el día y toda la noche”, cuenta don Ramón, uno de los testigos que comparte con las otras 30 personas de La Cofradía el improvisado refugio de la colonia Pablo Macías, ubicado en un solar donde el aire levanta el polvo y el sol reverbera inclemente sobre los cardos.

Hubo quienes tuvieron encuentros con los invasores, ahora convertidos en fugitivos: “Andan con heroína para aguantar varios días sin comer en el cerro, pero ya luego bajaron a las comunidades mostrando las armas y exigiendo agua y comida”.

Esos días, pero sobre todo esas noches plagadas de disparos, llenaron de zozobra a la comunidad. Jairo recuerda: “Yo escuché los balazos y sí, nos asustamos; yo estaba arriba (en el techo) de una casa y teníamos mucho miedo. Ahí nos quedamos a dormir y cuando ya no oímos nada nos salimos”.

El niño juega con un balón rojo que a duras penas domina no por falta de práctica sino porque los tenis que le obsequiaron le quedan bastante grandes. Tiene el cabello cortado casi a rape, pantalón de mezclilla y una camiseta de Superman. Es tímido, pero poco a poco va desgranando la historia de sus temores, de sus experiencias, de sus días como desplazado.

Su memoria arroja luz sobre los acontecimientos. Así como hubo quienes llamaron a sus patrones (la gente del cártel de Sinaloa) para pedir auxilio, otros recurrieron a las autoridades.

Elementos del Ejército Mexicano acudieron a la zona, apoyados por policías municipales que conocen mejor los laberintos de los montes. Con el apoyo de dos helicópteros, un grupo de alrededor de 300 militares tomó base en los poblados de El Fuerte, Choix, Chinobampo, Yecorato, Casas Viejas y Puerto Las Tatemas.

Empezó el conteo de las bajas: un policía y un militar en Potrero de los Fierro, luego siete pistoleros que abandonaron un Hummer militar y dos patrullas de la policía estatal y federal, todas apócrifas y blindadas.

Desatada la cacería, el domingo 29, en el poblado Los Mimbres, del municipio de Choix, nueve sicarios fueron abatidos. Otros siete corrieron la misma suerte dos días después. Algunas de las armas decomisadas por el Ejército ofrecen una idea de la magnitud de la batalla que se libró: dos fusiles Barret calibre .50, que penetran cualquier blindaje y se usan para atacar objetivos en tierra o aire y una metralleta Browning calibre .50 antiaérea (800 disparos por minuto y alcance de mil 500 metros), además de casi 6 mil balas para 15 rifles AK-47, cuerno de chivo, entre otras.

El saldo oficial, luego de por lo menos cuatro días de refriega, fue de 23 decesos, entre ellos un policía y el copiloto de un helicóptero militar; pero el número total es aún incierto, pues, de acuerdo con pobladores de La Cofradía entrevistados el 10 de mayo, “muchos cuerpos quedaron muy lejos, en las cañadas, donde se ven los zopilotes rondando y huele a animal muerto”.

Félix Hays esboza un panorama sobre los orígenes del conflicto: “Aquí todo estaba muy tranquilo, hasta que se pelearon los hermanos Beltrán Leyva con ‘El Chapo’. No se metían con la gente, tenían a sus hijos estudiando en el Tec de Monterrey, te los encontrabas en la calle, en los restaurantes… pero todo cambió con la detención de ‘El Mochomo’”.

El candidato a diputado se refiere a la detención, en enero de 2008, de Alfredo Beltrán Leyva, “El Mochomo”, quien junto con sus hermanos decidió aliarse con Joaquín “El Chapo” Guzmán después de la muerte de Amado Carrillo, “El Señor de los Cielos”.

Cuando “El Mochomo” fue detenido por fuerzas especiales del Ejército, los hermanos Beltrán Leyva acusaron al “Chapo” Guzmán de haber orquestado la detención y se volvieron enemigos. Los Beltrán se unieron entonces con otros sicarios y “El Chapo” con el cártel del Golfo, luego de que estos grupos nacidos en Tamaulipas se separaran en 2010.

Entonces empezó la disputa por el Triángulo Dorado, que actualmente es controlado mayormente por el cártel de Sinaloa de “El Chapo” Guzmán.

“Si usted pregunta en las comunidades de la sierra, le van a decir que la mayoría vive del narco, porque ya se generó una red, un tejido social de muchas familias y estamos hablando de Los Mochis, de El Fuerte, de Choix y de muchos municipios y poblados, por eso los cárteles echan tanta bala, quieren controlar esta zona”, dijo Félix Hays.

En la sierra, cuando las noticias de las balaceras llegaron a La Cofradía y las comunidades vecinas, también se escuchó la tajante orden de “Los Chapos”: tenían 15 minutos para huir; si se quedaban, arriesgaban su vida.

Jairo recuerda muy bien ese sábado 5 de mayo: “Vinieron unos señores a la casa y nos dijeron que teníamos 15 minutos para irnos porque iba a haber balaceras. Yo vi cuatro camionetas, una blanca y tres negras y una moto también.

“Todos traían pistolas, pero los que venían por un arroyo no venían armados porque otros señores les echaron tiros y mataron como a 17. Nos dijeron que nos saliéramos porque podían darle un balazo a un niño… algunos traían las caras tapadas, traían rifles y pistolas. Nos fuimos a esconder al monte y al otro día nos venimos caminando y luego agarramos ride”, evoca el estudiante de cuarto año de primaria.

En cerros y cañadas del Triángulo Dorado es común ver a los “punteros” —como llaman aquí a los vigías—, en motos o a caballo y con el aparato de radiofrecuencia en la mano, reportando cada detalle: una presencia extraña, una manguera de riego dañada, el sobrevuelo de alguna aeronave.

Durante el éxodo, ancianos, mujeres y niños, acompañados de pocos adultos, enfilaron rumbo al poblado de Chinobampo, distante apenas 20 kilómetros lineales, pero a través de un camino tan sinuoso que los vehículos tardan casi una hora en recorrerlo.

De ahí, enfermos unos, descalzos otros, buscaron dirigirse a la cabecera municipal de El Fuerte, distante otros 17 kilómetros (y a 110 kilómetros de Los Mochis), pero antes fueron detectados por autoridades municipales que los auxiliaron, trasladándolos en vehículos.

José Eleazar Rubio Ayala, alcalde de El Fuerte, explica: “Fueron cientos de desplazados de diferentes comunidades los que buscaron refugio en Chinobampo, en Los Mochis, en Guasave, en San Blas… aquí llegaron 31 personas de La Cofradía con mucho miedo.

“Aquí también estábamos con el temor de que estas personas (los pistoleros de los Beltrán Leyva) llegaran hasta aquí, pero afortunadamente no. Sí hubo crisis, porque pasaron muchos soldados, de aquí salían los helicópteros y les prestamos policías”, dice el Edil.

La primera dama y presidenta del DIF, Vianey Meléndrez, cuenta que los primeros refugiados llegaron a Chinobampo la madrugada del sábado y unos pocos arribaron por la tarde a El Fuerte, entonces mandaron un vehículo para ir por los demás a Chinobampo y por algunos fueron hasta La Cofradía.

Hicieron dos viajes y a una familia, formada sólo por mujeres —una viuda, su madre y sus cuatro niñas— la tuvieron que buscar en una cueva de La Cofradía, en donde se habían ocultado.

“Los familiares de doña Chuy, una señora que no sabe su edad, andaban todos descalzos y así se vinieron caminando; llegaron también dos niños especiales que tienen problemas de la tiroides, y también tenemos un señor casi ciego, con su hija que es ciega y sorda.

“Nos dijeron también de un señor, Pastor Herrera, que tiene 94 años y no quiso moverse, que mejor se quedó escondido en las cuevas en La Cofradía; a él no lo hallamos”, cuenta Meléndrez mientras coordina a sus colaboradores para transportar la comida que llevarán a la casa en obra gris que es utilizada como albergue.

Hasta mediados del mes de mayo había comunidades donde las escuelas seguían cerradas, porque la violencia alejó no sólo a los alumnos sino también a los maestros rurales. Potrero de los Soto, El Zapote, La Chicura y Sacadeagua, en la sindicatura de Chinobampo, son algunas de ellas. Los minúsculos salones donde los alumnos de los diferentes grados toman clases todos juntos, están vacíos.

El alcalde de El Fuerte, José Eleazar Rubio Ayala, y el candidato a diputado federal, Rubén Félix Hays, coinciden en señalar que la crisis de los desplazados está alcanzando niveles alarmantes, y señalan que se presenta en todo el estado: Sinaloa de Leyva, Badiraguato, Choix, San Ignacio, Cosalá, Concordia, Rosario y Elota en la zona serrana; Sasalpa, Comanito y Chicorato en el norte, y en el sur Santa Apolonia, El Verano, Campanillas, Bordontita, El Chilar, Pueblo Nuevo, Huaracha y Tepehuajes.

“Estamos hablando de varios cientos, y aunque la solución a largo plazo es crear un sistema productivo de cultivos legales para que puedan permanecer en sus comunidades, el problema inmediato es que no hay un organismo que se encargue de ellos. Muchos llegan con amigos o familiares, y a los que son detectados por la autoridad municipal los auxilia el DIF. Pero esto debe ir más allá”, comenta Félix Hays.

Los servicios de salud también se han visto afectados, revela el doctor Jesús Antonio Pérez Gaxiola, director del Hospital Integral de Choix, dependiente de la Secretaría de Salud del estado.

“Mandé cerrar dos clínicas en la parte serrana, en Potrero de Calcio y Yecorato, entre una y dos semanas; es la primera vez que pasa esto y todo es por la inseguridad. A los ocho centros que tiene la Secretaría de Salud en el municipio de Choix mandé la misma indicación: ante cualquier problema cierren la unidad médica y salgan de la comunidad, porque lo primero es cuidar el pellejo de uno”.

Las clínicas en la sierra ofrecen entre 25 y 30 consultas diarias, explica Pérez Gaxiola, y agrega que aunque no han tenido problemas de personal médico afectado directamente, no correrán ningún riesgo, aunque ello implique desatender a los 6 mil habitantes de Yecorato y los 4 mil de Potrero de Calcio, quienes viven desperdigados por los cerros.

“Durante la semana pasada, cuando fueron las balaceras, aquí nos trajeron un soldado, pero ya no tenía signos vitales; también trajeron un policía que finalmente perdió la vida y atendimos a otro policía y otro civil que estaban heridos”, dice el médico.

En el albergue de El Fuerte, Vianey Meléndrez platica con las mujeres y niños; una de ellas, María, no cesa de llorar y otra, una abuela con su nieta, no se mueve del mismo rincón desde que llegó a la casa de block sin puertas ni ventanas. Los hombres se mantienen aparte; imperturbables como las mismas biznagas, no interactúan ni platican.

Los desplazados semejan cachorros asustados. Hay que ganarse su confianza a cuentagotas, son parcos y desconfiados como buenos montañeses. Los niños son más accesibles, curiosos y espontáneos, ellos son el canal por el cual, poco a poco, fluyen los relatos hasta llegar a ese mar de incertidumbres.

“Yo sí me quiero regresar para mi casa, pero dicen que están matando gente a balazos”, manifiesta Antonio, compañero de juegos de Jairo, y cuando se le pregunta si hay algo que le guste del albergue lo piensa un poco, lanza la mirada al horizonte cuajado de polvo y sol y responde: “Bueno, pues aquí estamos comiendo bien”.

Para don Ramón —un anciano con esa mirada de quien cobra conciencia de que, a sus 82 años, está tan desvalido como un niño— la situación sí es preocupante: “Pues es que nos dijeron que nos fuéramos y tuvimos que dejar todo, la casa, los animalitos, todo, y no hay quien los cuide”.

Las tres habitaciones donde hay catres, colchones y una mesa apenas contienen a las 31 personas. A todos, acostumbrados a tener la sierra de Sinaloa como patio trasero, les agobian esos muros y la cerca de palos y alambre que delimita la propiedad.

“Me tocó ver que estaban guardando ente sus ropas la comida ya preparada que les dábamos, como arroz y tortillas. Le dije a una de las señoras que se le iba a echar a perder, que por qué la guardaba, y me dijo que era para cuando no tuvieran qué comer”, cuenta, impresionada, Meléndrez, quien pidió apoyo a sus amigas para conseguirle calzado, ropa, comida y trabajo a los desplazados.

Para ellos ya quedó lejos La Cofradía, la comunidad que tiene una fachada de miseria y necesidad, donde las casas son de madera y techo de lámina o rústicas tiendas de campaña. Se llega a ella luego de casi una hora de camino por terracería y caminos de piedra laja, donde cada recoveco es escenario ideal para una emboscada. En un recodo, un pequeño altar le rinde pleitesía a Jesús Malverde, el milagrero de los narcos.

El intenso azul del cielo lo recortan solamente los zopilotes, porque las nubes tiene semanas que no aparecen. Ganado famélico —vacas, caballos, mulas— deambula mientras mastica la hierba reseca y los huizaches agotados.

La Cofradía es un puñado de casas, la mayoría abandonadas, donde los animales vagan con hambre y sed, extrañando a sus dueños que viven sumidos en la pobreza. El maíz se quedó en el molino y la ropa sigue tendida al sol porque la fuga no dio tiempo de nada.

Sin embargo, estos parajes de miseria también tienen otra cara, sesgada, donde se adivina la mano del cártel: una antena de radiocomunicaciones, postes que sólo esperan un transformador para llevar energía eléctrica a la comunidad de apenas 37 habitantes, y kilómetros de mangueras ocultas entre las cañadas para el riego por goteo de la mariguana.

A esos parajes rulfianos desea volver Jairo, pues confiesa que no se siente a gusto en el pueblo, entre esas paredes grises y sin poder ir más allá de la cerca. “Quiero ser maestro de preescolar para enseñarle a los niños. Yo tengo aquí un hermanito y otros cuatro se quedaron allá, con mi papá, en otra comunidad, pero ya me quiero regresar a mi casa”, expresa y se queda mirando como si su interlocutor tuviera el poder de hacer su deseo realidad.

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